La maternidad es un don sub lime de Dios. (Foto Camila Borge) |
Por: Miguel Godos Curay
Mi
madre me parió cuando no había acabado su adolescencia pero me nutrió de amor
para el resto de la vida. No hay palabras para expresarle la gigantesca
gratitud del corazón. Ni poesía tan hermosa para decirle tú ternura nos
estremece cada día. Ella se sobrepone a las borrascas del desafecto y como las pruebas de su amor inextinguible, no
tienen límites, todo se transforma con hermosura inagotable. Mamá, con la
condecoración de abuela, no das tregua a la alegría y a la esperanza. Y en tu
diálogo interior con Dios pides más para tus hijos que para ti misma. El afán
de tejer la felicidad de tus críos no tiene tregua. Repartes, como el rocío
matinal, gotitas de cariño a los que más quieres, todos los días.
En
la noche, eres aquella estrella que titila extasiada en su sideral camino de
esperanza. Palabra a palabra, deletreo tu nombre en el silabario de la soledad.
Aún recuerdo el sonsonete escolar que abrió la mente infantil a la lectura.
Eres esa hada madre que en todos los cuentos con su varita mágica de sinceridad
conjura todos los miedos y convierte en héroes a sus hijos. Contigo la
aritmética es tarea fácil. Multiplicar tus sentimientos nos llena el alma de
compasión y de belleza. Un beso tuyo nos convierte en niños buenos y el corazón
palpita al ritmo universal de la perfección celeste.
Ante
tu amor es alfalfa reseca el discurso meloso de los políticos. El floro vacío
de los demagogos tiene el sonido de un pedo ante tú grandeza. Una flatulencia
pestilente de la inconciencia. Bla… bla….bla es el verbo de la farsa. Por
salud, resulta siempre mejor oír el homenaje de las ranas. Las ranas tienen
mamá y croan contentas en el agua. Dios escucha el homenaje de los niños
pobres, aquellos que de pura emoción rinden
culto al amor en el arenal del desierto. Con su florcita roja en el pecho,
hinchados de coraje, los churres cantan al sublime amor. “Salve oh madre la
dicha sublime…” un coro angelical conmovido acompaña con dulzura el concierto.
“Mi
madre es una rosa, mi padre es un clavel y yo soy un capullito que acaba de
nacer”. Repite el niño en su media lengua. El idioma del amor sintoniza
perfecto. Y la madre de puro amor su ojos humedece. El espontáneo amor flota en
el aire en cada trino. Las golondrinas escriben música en el pentagrama
alambrado de la tarde. El trino alegre es melodía infinita, casi el himno de la
creación, para tu vientre. Tus benditas manos acarician los rostros de los
nietos. Madre que trabajas para alimentar tu prole. Tu esfuerzo embellece el
paisaje de la ciudad. Madre que duermes junto a tus golosinas entrada la noche,
Dios bendice tu fatiga con aliento de eternidad.
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