sábado, 1 de noviembre de 2025

TODOS LOS SANTOS, TODOS LOS DIFUNTOS

Las tradicionales velaciones congregan multitudes en los cementerios de toda la región

Por: Miguel Godos Curay

Siempre los 1 y 2 de noviembre fueron apoteósicas remembranzas de los ausentes. En Piura, en Paita, en Sullana en Santo Domingo de Morropón. En cada rincón de Piura se recuerda con el corazón y con la mente a los ausentes. No se trata de un rito puntual en las capillas de los camposantos sino de una presencia, toda la madrugada, frente a las tumbas con paquetes interminables de velas y hatos de oraciones por los angelitos y las animas benditas. Junto a los ritos cristianos brotan de los hornos tradicionales las roscas de muerto, muertos cubiertos con clara de huevo y coloridos angelitos de piña y camote envueltos en papel cometa, alfajores, empanadas, cocaditas y panecillos de dulce. Noviembre empezaba con coronas de satén y hojuelas verdes de cartón y pintura. Los tacaños recurrían al artificio de coronas de flores de hojalata eternas y descoloridas.

La feria tradicional se vive en los cementerios en Santo Domingo se vela. Las velaciones son ese reencuentro con los fallecidos, se bebe café de olleta en cantidades potables todo se comparte los panecillos con queso y las roscas. La celebración es un compartir gigantesco, se pintan los nichos y se refrescan con esmalte los nombres de los difuntos. Mis abuelos llevaban un inventario memorioso de sus muertos: José de la Rosa, Abraham, Marcelina, Isabel, Petrona, Miguel, Rebeca, Roberto en una relación interminable. Para ellos coronas de flores y muchos ruegos. El mundo de los vivos recurre en todo momento a los muertos protectores.

Al filo de la madrugada se desgranan las historias, se hilvana un ato de recuerdos, el historial de la familia el mandato de la tradición y el recuerdo. Las velas de cera por mandato de  la modernidad  son reemplazadas por asépticos focos que no lagrimean en la madrugada. Los bombillos encendidos convierten en un gigantesca panal iluminado los cuarteles de los camposantos. En Paita, la noche en vela, se reconfortaba con un nutritivo caldo de pescado con ají y limón. Al mediodía el tradicional picante con la familia reunida. Legiones de rezadores se reparten los cementerios este día se las rebuscan rezando con su personal rosarios interminables.

A los que partieron en lugares ignotos se les corona en la cruz mayor que este día reúne numerosas ofrendas. Piura, preserva sus tradiciones, los cementerios permanecen abiertos toda la madrugada familias completas pasan la noche junto a sus deudos. Frente a las escasez de las flores naturales se recurre a las primorosas coronas de satén elaboradas con bolillos en moldes de yeso. El primor está en el fino acabado. Hoy esta arte tradicional compite con los ramos de flores baratos venidos de China que se expande en los mercados. Los primogénitos en todas las familias persisten en la tradición es una obligación congénita ineludible. Una deuda con el legado familiar.

Las velaciones son una especie de reencuentro con los viajeros al más allá. Antes los cementerios se erigían en las naves de las iglesias, posteriormente se utilizaron los linderos hasta que en el reinado de Carlos III (1759-1788) se dispuso por severas medidas sanitarias se edificaran camposantos o cementerios en lugares apartados de las ciudades, ventilados y ordenados.  Tradicionalmente las sepulturas estaban en el suelo, luego se recurrió a galerías de nichos pero los pobres  eran sepultados en las fosas comunes para los indigentes. En Piura, persiste un culto  antiguo a las ánimas benditas  protectoras  cuyas cruces abundan en los filos de las carreteras que lucen sus cruces.  En el camino a Huancabamba, cerca al kilómetro 55, se venera con exquisita devoción al soldado desconocido   y en Chulucanas  en cuencos con harina se encienden cigarrillos de tabaco aromático en el nicho de “La Turquita” una gitana muerta en esta tierra cuya protección eficaz surte efecto entre jóvenes enamorados y amantes de erótica desbocada. Los camioneros que suben a las alturas de Morropón, Frías y Ayabaca  tienen sus cruces  y animitas protectoras, muchos dicen, que evitan que un sueño repentino se convierta  en un  rodar por un precipicio.

Durante mis tiempos de redactor de diario conservaba entre mis libretas y libros, la boina, tejida probablemente por su madre de un prófugo fugitivo del penal de San Miguel. El reo recibió un proyectil en la espalda cuando se asomaba por un túnel en las inmediaciones del penal. Junto con el reportero quedamos conmocionados, se trataba de un reo joven, que llevaba en el pecho un cuadro del Cautivo de Ayabaca perforado por el proyectil.  Cada rincón ignoto de Piura rinde  veneración a los ausentes, el café retinto tiene el color de la noche y el esplendor de las luciérnagas ilumina los recuerdos. Algunos las llaman “ojos del muerto” pues aparecen  durante la noche constelada de noviembre  para recordarnos el sentido genuino del morir.

El poeta Jorge Manrique (1440-1479) en la Coplas por la muerte de su padre nos recuerda con verso exquisito este final de película que nos toca vivir inevitablemente a todos: “Nuestras vidas son los ríos/que van a dar en la mar,/que es el morir;/allí van los señoríos /derechos a se acabar/allí los ríos caudales,/allí los otros medianos /e más chicos; /i llegados, son iguales/los que viven por sus manos/e los ricos. El último Conde de las Lagunas Don Gaspar Vásquez de Velasco y de la Puente, nacido en Lima en 1802 fallecido en Piura en 1847, según anotan las crónicas no pudo soportar el mal decir de un libelo difamatorio que circuló en Piura con la denominación “Gasparito en miniatura” y presa de indignación por el denuesto se fue irremediablemente. Está sepultado en una hornacina de la cripta  de don Teodoro de los Santos Fernández y Paredes del cementerio  San Teodoro.

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