Por: Miguel Godos Curay
Gerardo Chávez López (Trujillo,16.11.1937-22.06.2025)
Nuevamente, en el día de su cumpleaños, abrió sus puertas el Museo de Arte de Trujillo del maestro Gerardo Chávez López (Trujillo,16.11.1937- Trujillo, 22.06.2025). El museo de una hectárea aproximadamente está ubicado en la prolongación de la avenida Villarreal en el camino a Laredo. La iniciativa póstuma del maestro es un valioso tesoro cultural. No sólo exhibe una colección arqueológica de ceramios sino lo más valioso de la producción pictórica de su hermano Ángel Chávez y su producción personal. Un valioso legado del arte contemporáneo del Perú. Impresionante es la galería. La capilla es una síntesis del arte religioso colonial y popular del Perú. Otra de sus iniciativas en el centro de la ciudad es el Museo del Juguete.
Gerardo Chávez es uno de los más
destacados pintores peruanos contemporáneos. Gerardo, partió el pasado domingo 23
de junio a los 87 años. Gracias a su iniciativa se crearon el Museo del Juguete
y el Museo de Arte moderno de Trujillo que reúne su colección pictórica personal.
Su ausencia se sumó a la de Mario Vargas Llosa el 13 de abril del presente año.
El 2022 en la Serie Narrativa Hispánica de Editorial Alfaguara Gerardo con
vuelo premonitorio publicó: Antes del
Olvido (Memorias). Un pormenorizado itinerario de su existencia y formación
pictórica.
Recuerdos, en carne viva, de su
periplo vital en Trujillo, Lima, Florencia y París. Se trata de escritos a
vuelapluma con muchos recuerdos de personajes y actores de la historia reciente:
el Che, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre. Los paisanos Alberto Guzmán,
Raúl Bernuy, Jorge Piqueras, Alfredo Bryce, Julio Ramón Ribeyro y Manuel
Scorza. Luis de la Puente Uceda, fundador del Apra Rebelde inspiración de su
oleo la Estrella del Amanecer, cuadro de gran formato con el que participó en
la Bienal de Venecia. De la Puente muerto el 23.10.1965 era un
vivo vínculo de sangre con Santiago de Chuco y Trujillo: la patria vieja.
Vargas Llosa (Lima ,1978) anota su
testimonio personal sobre el artista: “Es un hombre sólidamente asentado sobre
la tierra firme, con raíces en las cosas y unos sentidos ávidos de realidad. El
mundo que ha creado con sus pinceles, sin embargo, es todo imaginación,
sensibilidad, poesía, y, como lo sugieren
los títulos delicados y risueños que pone a veces a sus cuadros, viene
enteramente de ese sueño de la razón que, según dijo Goya, engendra monstruos.
Lo turbador de los monstruos de Chávez es que, a diferencia de aquellos que
crearon sus remotos maestros flamencos, El Bosco o Brueghel, y que pintan el
infierno y los demonios, ellos no nos espantan, más bien, despiertan nuestra
solidaridad y nos enternecen”.
Pocos artistas, como él, llevan la
tierra en las venas. Con sensible intimidad confiesa Gerardo: “También te
recuerdo a ti Paiján, pueblito del Norte, parque frutal de mi niñez, de tus
cuentos de medianoche, de tu heráldico diablo a caballo blanco, arrasando de
fuego sus calles de silencio.” Es una añoranza de la santa tierra poblada de
recuerdos y vivencias trujillanas. Según su confesión: “Yo poseía la memoria de
la piel. Yo vivía con la cabeza llena de imágenes, olores, sensaciones. Cada
momento tenía su olor; cada hora del día, una luz que proyectaba su sombra un
universo de formas indefinidas”. Como advierte en tono alucinado: “Mi vida era
sensorial”.
A los catorce años asumió como
propósito existencial ser pintor como su hermano Ángel Chávez. Por eso viajó a
Lima. Gracias a Ángel sintió el aroma de la linaza y la trementina, los
pigmentos, brochas y pinceles en el taller. Según su testimonio fueron experiencias
inolvidables el conocer a Sérvulo Gutiérrez pintor bohemio, cuyas
falsificaciones de huacos eran más valoradas que sus pinturas y a Víctor
Humareda en cuya habitación lucía en un tendal un calzón y un brasier que decía
pertenecían el primero a Marilyn Monroe y el segundo Brigitte Bardot. Con su
descuajeringado saco y su sombrerito tongo Humareda era como un niño travieso y
juguetón. El 22 de junio pasado partió sin avisar. El maestro dejó su indeleble
huella sobre la tierra en la que vio la luz primera y sonrió con esa
espontaneidad infantil nunca perdida en la que el tiempo esencial nunca se
detiene saboreando la eternidad.
A los 16 años inició Gerardo sus
estudios en la Escuela de Bellas Artes y para mantenerse se convirtió en
vendedor y profesor de dibujo. “Como un poseído doy vueltas a mis ideas
esperando atacar lo que mañana tal vez podría ser un cuadro, no sé, lo cierto
es que me muerdo en el silencio tratando de organizar armoniosamente mis
propios fantasmas”. Su universo creativo es impresionante son criaturas de un
mundo imaginario lleno de vitalidad.
Desde mis tiempos de trabajo
periodístico en la redacción de Correo tengo una xilografía de Gerardo Chávez según
anotación de su autor “Cara del amor, cara de la muerte” pertenece a ese ciclo
extraordinario de intensa creatividad. Me la dio Gilberto Zapata cineasta y
productor de un documental sobre el artista. Aún la guardo en mi dormitorio.
Cuando don Domingo Seminario Urrutia me mostró su valiosa colección de óleos de
Macedonio La Torre mencionó a Chávez como uno de los brillantes artistas de
Trujillo con el manejo audaz de grandes formatos exentos de convencionalidad. Hice
la promesa personal de buscar muestras de este ciclo creativo en ebullición en
Lima y Trujillo. Chávez en aquel tiempo vivía en París y su prestigio daba la
vuelta al mundo. Una edición especial mostraba sus cuadros de gran formato en
Lima y Trujillo pude conocer su itinerario de propuestas y creaciones. Lo
conocí finalmente en Trujillo en donde me dio noticias del escultor piurano Alberto
Guzmán que vivía en París.
Lo pude admirar en la galería de arte
de la Municipalidad de Lima. Nos fascinó su museo del juguete para el que me
encargaron adquirir en Catacaos algunos maromeros. Los que desaparecieron
arrinconados por estereotipos chinos que inundan la calle Comercio de Catacaos.
Ya no hay mates burilados arte cultivado por Ramos. Lo poco valioso que existe
está en el taller de Oscar Aquino. Chávez
adquirió una dimensión universal en Europa en donde fue discípulo del maestro
chileno Roberto Matta. Según confiesa, allá por 1962, Matta le dijo: “¡Roma es
una provincia, Vente a París!” “Salimos
de nuestros países como analfabetos. En Roma te dedicarás a comer buena pasta,
pero en París tendrás museos, libros de arte y poesía hasta en los bulevares”.
“Matta, cambió el rumbo de mi vida”. En
París, encontró a otros peruanos como Haya de la Torre, Julio Ramón Ribeyro,
Alfredo Bryce, Manuel Scorza, Jorge Piqueras, Emilio Rodríguez Larraín, al
paiteño Alberto Guzmán que recordaba a su abuela con su hato de cabras
recorriendo el tablazo de Talara. Las cabras proveían leche deliciosa y queso. En París emprendió la lectura de los
surrealistas como Rimbaud, Paul Éluard, César Moro venido de Lima y André
Breton. Vargas Llosa con sinceridad proverbial había publicado La ciudad y los
perros.
A este ciclo vigoroso corresponde su
serie de diez cuadros de gran formato denominados Mitología del futuro a la
inauguración de la muestra acudió entusiasta el maestro Matta. En un aparte de
la muestra, refiere, me cogió del brazo y me dijo: “Estoy contento. Has
encontrado el verbo, ahora hay que conjugarlo”. Un llamado a la búsqueda y a la
creación por un camino hondo, personal. Este ciclo se tornó luego en una
búsqueda personal de la monocromía de la tierra, el mundo de la papa durante
dos meses se dedicó a trabajar un cuadro de gran formato denominado El otro Ekeko
cargado de amuletos y juguetes. Según evoca decidió pintarlo como un cíclope
bueno con toda la energía del mito y las ganas de vivir mientras el Perú se
desangraba en medio de la violencia del terrorismo.
Posteriormente se dedicó a pintar
caballitos blancos en homenaje a su hijo Gerardo. Este acto de gratitud se
convirtió en la producción copiosa de ciento treinta cuadros en una década de
inusitado vigor productivo y éxito económico. A esta etapa corresponde la
adquisición de una casona antigua de Trujillo que se convirtió en el Museo del
Juguete Antiguo y un terreno de cinco mil metros donde inauguró el Museo de
Arte Moderno. Una de sus desgarradoras experiencias fue la muerte de su hermano
Ángel consecuencia de un cáncer avanzado. “Te dejaste envolver como el niño que
jugaba al muerto. Así fue, Angelito. Poco a poco tu sueño se fue apagando. Y te
fuiste con tu linda bufanda roja cuello, de tu color preferido.”
Posteriormente, ya en el Perú, emprendió
un proyecto inspirado en las multitudinarias procesiones limeñas del Señor de
los Milagros titulado “La procesión de la papa”. Para ello utilizó los
tradicionales costales de yute cosidos con pitas de soguilla. Los paneles
enormes se cubrieron con tierra traída de Ayacucho, Otuzco, Huamachuco, de la
sierra liberteña y Lima. Los seis cuadros con diversos matices y texturas
presentan diversas escenas de las festividades patronales. El esplendor de los
castillos y cohetes, la vaca loca que persiguen los niños y muchachos. Las
multitudes acompañando con devoción a la personificación patente de Dios de la
vida y la existencia.
Una de sus sorprendentes iniciativas
fue el Museo del Juguete. Surgido en el corazón de Trujillo para lo que
adquirió una antigua casona que restauró totalmente conservando el valor
patrimonial del centro de Trujillo. Utilizando adobe, quincha, carrizo y yeso. El local fue inaugurado con el nombre de “Museo
del Juguete Angelmira”, en honor a la dueña de la casa y en alusión poética a Ángel,
el hermano ausente. Gracias a Mariana de Orbegoso, Cecilia Mannucci y Ricardo Rey
se reunieron juguetes confeccionados después de los años sesenta. La respuesta
fue inmediata. Aparecieron juguetes artesanales pintados a mano, primorosas
muñecas de género y coloridos retazos de tela, ollitas de barro y sonajas
andinas. Este museo es un homenaje a la fantasía de los niños, al descubrimiento
del impulso creativo. Los juguetes despiertan la imaginación de los pequeños
los celulares la adormecen. Cuando un niño observa un trompo descubre con asombro
la luz, el color y el sonido. Se adentra en los linderos asombrosos de la
ciencia.
La otra iniciativa: El Museo de Arte
Moderno de Trujillo que ocupa más de una hectárea fue diseñado por el
arquitecto Ricardo Morales con la idea disponer de disponer de un espacio con
mucha luz natural indirecta que no afecte las obras. Ahí se exhiben cuadros de Ángel
y Gerardo Chávez. Así como obras de Roberto Matta, Wilfredo Lam, David Alfaro
Siqueiros, Rufino Tamayo, José Luis Cuevas, Francisco Toledo y Joaquín Torres
García entre los más importantes. Este museo es un homenaje a tantos artistas
anónimos que nutren la extraordinaria grandeza del arte nacional y muestran el profundo
significado de la educación para el país. Como anota: “Vida y muerte son para mí
la misma cosa. El hombre está solo, pero es en soledad cuando descubre la belleza.
Me reconozco en ese niño que fui. Me acerco a él con una especie de amor; juego
con él, pinto con él y juntos vamos cerrando el círculo”. En Trujillo nació
Dios dice la letra de Alcides Carreño. Nosotros añadimos y también artistas inolvidables como Ángel y Gerardo
Chávez.

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