Por: Miguel Godos Curay
Nos hacen falta árboles porque en el extravío del falso desarrollo urbano nos entusiasma el gris del cemento a la sustancia vegetal que simboliza la vida. Los ayer espacios urbanos verdes se han cubierto de cemento impunemente. Nuestra Plaza de Armas no escapa a esta ilusión de progreso. La vieja Plaza de Armas de Piura con sus enhiestos tamarindos y algarrobos ha dado paso a una lánguida y decorativa plazoleta con contados signos de vida vegetal. Los piuranos de ayer recuerdan que nuestro parque principal otrora un arenal calenturiento en donde se ofertaban los productos de la huerta de Los Ejidos y los churres con canasta en mano cernían la arena en busca de pesetas.
Sobre la arena frágil y movediza se
colocó una cubierta de recoche, ladrillo requemado para que la tierra
respire. Y sobre el ladrillo alineado
con precisión geométrica por los alarifes se colocaron locetones de cemento
importado. No había mezcla en las junturas por las que penetraba el agua y
respiraba el suelo vegetal. Hoy sucede lo contrario y desde que se emprendieron las remodelaciones para la
notoriedad edilicia empezó la agonía del rincón más hermoso de la ciudad. Ojalá
que no suceda lo mismo que en Sullana en donde se talaron impunemente ficus y
algarrobos diestros en refrescar a los vecinos. Y se plantaron palmeras enanas
y lantanas rastreras cosméticas y poco
adecuadas para ciudades calurosas como las nuestras.
Las bancas de madera dieron paso al
cemento de tal manera que cuando se busca aire fresco la baldosa caliente se
convierte en tratamiento citadino “quema culos” para cicatrizar hemorroides.
Igual tragedia enfrentaron las Plazas de Armas de Sullana, Paita, Tambogrande
y muchas otras desnaturalizadas por el mal gusto. Últimamente la huachafería despersonaliza
nuestras ciudades. Ahí en donde se remodelan plazas y paseos, advierte la
Contraloría, se festinan presupuestos. Remodelar plazas es un rito presupuestal
como el de peinar y vestir a la reina del carnaval.
Poco o nada se hace por preservar el
ornato de nuestras ciudades cuyos muros son la pegatina de promotores de bailes
porque Piura es la capital de la cumbia una expresión natural de la Colombia
morena y movediza. El atropello al
ornato es cuantioso pero nadie denuncia
y sanciona. Hemos retornado al rubor
grotesco de la aldea sobre el que se arriman los políticos.
Ojalá no persista la agonía de
nuestra Plaza de Armas en donde ayer en cada uno de sus extremos debatían y
conspiraban los vecinos. Aquí los vecinos le pararon el macho al Prefecto
Leguía y Martínez, cuando se le ocurrió colocar una placa con una relación de vecinos memorables. Como aparecían unos y
se omitía a otros la mala rabia cundió hasta su partida. Tampoco
existen las rotondas del desaparecido Puente Viejo. El mentidero solaz de los
piuranos frecuentado cada tarde por Carlos Robles Rázuri, Leoncio de Dios entre
otros polemistas de fuste. Nada de eso existe.
De la Plaza Pizarro consagrada por la Colonia Española de residentes en
Piura al fundador de San Miguel nadie se acuerda. En la efeméride fundacional
nadie le rindió homenaje por inexcusable olvido y siquiera recordarlo. Y es probable que en los próximos años
se le llama la Plaza de la papa rellena que es lo que más se vende aquí y que
consumen con fruición abogados y litigantes. Ya en 1982 para el 450º
aniversario fundacional se le bautizó sin mayor argumento “Plaza de las Tres Culturas”
pretendiendo imitar la de Tlatelolco en
el Centro Histórico de la Ciudad de México. El resultado fue un remedo huachafo
y grosero. Unos pidieron ubicar la escultura del cacique de Amotape haciéndole
cara a Pizarro. Le tomaron medidas al marqués trujillano pero la iniciativa no
prosperó pese a las pretensiones. En vano pidieron aporte al Embajador de
España en el Perú Pedro Bermejo Marín. Tras los vaivenes celebratorios mucho
ruido y pocas nueces.
Finalmente la Comisión Celebratoria acudió al atelier de Víctor Delfín en
Barranco y para no pisarles la cola a
los hispanistas e indigenistas le encargaron el vaciado de la Paloma de la Paz. Símbolo de la concordia.
Sin embargo, la Columba livia concertadora se convirtió en motivo de guerra de
unos y otros. Para unos era una gallina ponedora que nada tiene que ver con los
piuranos. Sobre palomas los piuranos festinaron su propio homenaje. Los
desaguisados celebratorios finalmente motivaron
la reacción de Juan Ricardo Olaechea que erigió en la Quinta Julia, hoy extinta,
el monumento al burro. El civilizador nato de Piura, el motor de progreso del
que nadie se acuerda, especialmente los
alcaldes. Bien en el Romancero de Piura
pergeña el poeta Garcés Negrón con justicia: “Lo que hizo el burro, / no lo
hizo nunca /ningún Diputado. Qué asnos tan nobles / los sacrificados/ para
servir al pueblo, / los burros piuranos.”
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