Por: Miguel Godos Curay
Miguel Godos en inolvidable entrevista a Luis Alberto Sánchez (1990) |
El 1 de Octubre se celebra por iniciativa de la Federación de Periodistas
del Perú el Día del Periodista Peruano. Fueron los periodistas federados los
que por Decreto Supremo 2521 y en reconocimiento al Diario de Lima, fundado en
1743 por el periodista Francisco Antonio Evaristo Cabello y Mesa quien firmaba
como Jaime Bausate y Meza establecieron esta fecha el 1 de octubre de 1953.
Posteriormente la Ley 25001 en el primer gobierno de Alan García confirmó la
efeméride. La ocasión siempre fue propicia para los grandes reencuentros. Las
evocaciones sentidas y hatos de recuerdos.
El periodismo de ayer siempre fue papel y tinta. Libreta de apuntes y sutil
inteligencia. Hoy todo es digital. Las entrevistas, las fotos y la transmisión
de noticias es un malabar del dispositivo celular. Se esfumó la pasión por las
primicias y las notas exclusivas. No es raro observar como ingenuos reporteros
comparten en la puerta de instituciones
públicas sus noticias. El periodismo de ayer era una pasión estimulada por el
café y la lectura a pie de página. Las redacciones eran ruidosas por el tecleo
de las viejas Remington. El sabor de una buena primicia es incomparable. Un gol
cerebral en el arco de la competencia.
Las laptops conventualmente silenciosas no animan la fiesta. Hoy es un
colorido refresco light. Ya no existe el hábito de la lectura. Ni la técnica
habilidosa para capturar primicias. La gran ventaja de la modernidad es el
ahorro de cuartillas para escribir. Antes un cartucho de película servía para
36 tomas. Hoy un celular con memoria puede almacenar más de medio millar. Siempre tuvimos la convicción
que el periodismo inteligente se nutre de la buena lectura. La corrección gramatical
y la buena ortografía eran producto del ejercicio cotidiano de pensar, escribir
y vivir.
El periodismo gracias a la tecnología ha experimentado asombrosos cambios.
Hoy cualquier estudiante de periodismo pertrechado de un celular puede editar
sus notas y fotografías en un santiamén. Si desea las difunde inmediatamente en
las redes sociales. También puede realizar un despacho en un territorio de conflicto sin las pesadas
caseteras y sin cámara sólo con el auxilio y la memoria digital de su teléfono.
Hoy todo se ha simplificado. Sin embargo,
lo que no ha variado un ápice es el servicio indeclinable a la verdad. No se
puede hacer buen periodismo con mentiras y sin previa verificación. Las
revelaciones de los medios desnudan conductas
corruptas de políticos, funcionarios negligentes, empresas sospechosas y hasta
la mala calidad de obras públicas con la consiguiente malversación de dineros del Estado.
Sin embargo, existen agresivas y contumaces olas contra la verdad. Se
tergiversa sin reparo. Se omite deliberadamente información. Se miente
impunemente y se coimea ahí donde abundan dateros sin escrúpulos. Las fakenews (noticias falsas) se
reproducen en cadena manipulando
algoritmos y pulverizando la credibilidad y la verdad. Hace algunos días el
debate y los esfuerzos para un eficiente “fact checking” (verificación de los
hechos) fueron el ingrediente de la III
Cumbre Mundial sobre Desinformación. Una de las conclusiones fue la necesidad
de una postura multidimensional para atacar la desinformación en la que cada
grupo, gobiernos, plataformas, fact-checkers, medios de comunicación y
audiencias asuman responsabilidades de vigilancia y denuncia. Definitivamente no
se puede controlar la desinformación si no existen políticas públicas
inteligentes, eficientes y severas. Y no se denuncia.
En el ecosistema de la libertad de prensa, existen malas legislaciones, en
especial las leyes de comunicación o de prensa o las que colisionan con las
políticas editoriales de los medios, ya sea mediante cuotas de acuerdo a los
medios, colegiación obligatoria de periodistas, desacato y criminalización de
las denuncias a malos funcionarios, magistrados y políticos corruptos. Sin
embargo, son positivas aquellas leyes referidas al mandato obligatorio a los
gobiernos para permitir el acceso a la información y transparencia en los
asuntos públicos. En la sociedad de la información no se puede festinar el
ocultamiento de la verdad.
Hoy un movimiento financiero sospechoso se detecta inmediatamente en el
desbalance patrimonial, en los trámites notariales reportados a la UIF (Unidad
de Inteligencia Financiera), movimiento de cuentas, propiedad de negocios
pantalla, adquisición de moneda
extranjera y bienes inmobiliarios. De modo que maquillar lo inocultable es un
indicio razonable.
Así como existen leyes que penalizan los abusos infantiles, la pornografía
y otros delitos como la violencia de género y exclusión las minorías, la desinformación
intencional debe ser combatida como un delito que conspira contra la
democracia, con serios agravantes cuando las campañas de desinformación corroen
los procesos electorales. En muchos códigos penales, como el nuestro, la difamación,
injuria y calumnia, la invasión de la privacidad, robo de datos personales o suplantación
de identidad son delitos sancionados.
Sin embargo, las leyes se tornan laxas en el caso de funcionarios públicos y
congresales.
Hay tres elementos imprescindibles para una legislación inteligente y
simple sobre la desinformación. El primero es prohibir a los gobiernos y a los
partidos políticos desinformar sancionando a las dependencias y funcionarios
que crean y usan ejércitos de bots (programas de software en Internet que llevan
a cabo tareas repetitivas) y trolles (personas con identidad desconocida que publican
mensajes provocadores) para crear campañas de difamación y mentiras contra
medios, periodistas, críticos y opositores. Este veneno no es producto nuevo.
El segundo es la necesaria transparencia de los gobiernos en los procesos
de información y publicidad pública apegados a la verdad, la prohibición de la
propaganda ideológica y la transparencia de los gastos, incluyendo la
manipulación partidaria de los medios públicos. Muchos medios viven de la
publicidad del Estado. Y esa concesión graciosa mitiga y desaparece las
críticas a los gobiernos de turno.
Y tercero, se debe responsabilizar a las plataformas digitales y los
desarrolladores de inteligencia artificial como editores de contenidos y no
solo como distribuidores de estos, teniendo en cuenta otras responsabilidades
en materia de transparencia en el manejo de algoritmos, publicidad y
reconocimiento del derecho de propiedad intelectual.
Debe prohibirse a los gobiernos crear tribunales de censura de contenidos o
erigirse como jueces de las libertades de prensa y expresión. Los límites,
restricciones y controles deben estar bajo la resolución de los tribunales
judiciales y su manejo previo, debe estar zanjado a través de grupos
independientes o entidades autónomas. El Estado deberá subsidiar a estos grupos
que absorberán en primera línea las disputas sobre desinformación, así como
disponer dineros para campañas de educación y alfabetización mediática y
digital. Existe una fundada desconfianza en países de regímenes autoritarios
donde se imponen leyes de regulación de redes sociales o de la libertad de
expresión con la intención de acallar las críticas y el disenso.
El esfuerzo de los medios, del periodismo, plataformas digitales, redes
sociales, desarrolladores de inteligencia artificial debe basarse en la
observación de la ley, pero, también, en métodos de autorregulación y medidas
internas que coarten la desinformación, engaños o bulos antes de que sean
distribuidos y se tornen virales. Los gobiernos tienen la responsabilidad
primaria de invertir en procesos de educación, alfabetización digital de sus
audiencias.
La responsabilidad de los medios de comunicación es la de crear contenidos
de calidad y practicar el buen periodismo como vacuna o antídoto contra la
desinformación. Como bien se dijo en esta III Cumbre, los desinformadores deben
saber que crear desinformación tendrá en el futuro un costo elevado. Y el descrédito absoluto.
Pese a que se observa el crecimiento de organizaciones de fact-checking y
la mayor sofisticación para detectar y controlar la desinformación es necesario
brindarles apoyo económico para ampliar
esta labor. Esta III Cumbre demostró que la desinformación está socavando los
pilares democráticos y motivando a gobiernos autoritarios. Por ello, como
nunca, existe más conciencia de la
necesidad de proteger la verdad y la democracia.
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