viernes, 30 de septiembre de 2022

¿POR QUÉ ME APASIONA EL PERIODISMO?

 Por: Miguel Godos Curay

Miguel Godos en el muelle fiscal de Paita

El periodismo es una sutil forma de vida. Una curiosidad desbordada por lo que sucede y es parte de la existencia. Nada de lo humano le es ajeno. Es un romance apasionado con la letra bien escrita y una capacidad asombrosa de decir mucho con pocas palabras. En cierta forma es filosofía pura frente al devenir lo que acontece y preserva las libertades de expresión y de imprenta. La libertad de expresión es el soporte de las democracias y el agua regia que nos preserva de las dictaduras del color que sean. Los miedos y temores ante la prensa son el sarampión o la viruela de los corruptos.

Entre los habitantes del gremio podemos encontrar sabuesos de la política, y de las notas policiales. Eruditos en la tramoya jurídica, lectores empedernidos, cazadores de errores ortográficos, memoriosos historiadores y conversadores inolvidables. Entre todos resplandecen por su valentía los incondicionales defensores de la justicia y de la ley. Los hay también retóricos y alambicados con caprichos abusivos que se precian de tener libros apetecidos y deseados por todos pero que nunca los leen. Tienen siempre incontenible apetito intelectual pero nunca se arrojan a la piscina porque tienen miedo al agua como los gatos..

Otra legión la integran los bohemios siete suelas que creen que la cerveza o el pisco les abre el seso, otros son los adictos al tabaco y el retinto café. Los hay pendientes de los antojos a la vuelta de la esquina. Cada sorbo de café pasado y retinto los llena de energía. Los de ayer tecleaban a dedo limpio en las Remington y la redacción era un sonoro sonsonete que daba vida a las notas sobre las cuartillas de papel. En sus manos no faltaban las libretas con apuntes llenos de datos precisos, pendientes de cada detalle de acuerdo a la vieja fórmula de la pirámide invertida. Su objetivo era la búsqueda de primicias consumadas y consumidas. Nada de refritos ni llegar a placé.

Todos practicaban el arte de saber preguntar a los testigos presenciales. Escuchando en las contiendas verbales a las dos partes. Su pesquisa en pos de la verdad exigía sutileza lógica e intuición para penetrar en la pepa de la noticia. La gramática y la sintaxis la aprendieron con la lectura de la buena prosa y el leer velozmente los materiales a entregar a la mesa de redacción. Los periodistas de ayer no sólo redactaban, titulaban, entrevistaban y abordaban con propiedad temas inimaginables. Tampoco le hacían remilgos a la fotografía y el diseño gráfico pues se sabían de memoria las medidas tipográficas: picas y puntos Didot.

Eran también insobornables analistas de la agenda pública. Amigos de todo el mundo. Nunca se sintieron grandes con los pequeños ni pequeños con los grandes. Siendo partícipes de una vida agitada siempre su hogar era un remanso de paz. Y sus horas libres un reencuentro con la lectura de revistas y escritores del gremio como Hemingway, García Márquez, Vargas Llosa, Lee Anderson o Truman Capote. Devoraban las revistas de política y todo cuanto mereciera ser leído. Otros se entretenían con la filatelia, la fotografía, la música clásica o la Sonora Matancera. Otros coleccionaban objetos raros como historias de personajes, ejemplares en papel impreso de diarios memorables. No faltaron los que por impulso y nervio consumían todo aquello que despertara su interés.

Cada uno tenía un estilo propio y libreta en mano anotaban las ideas que les asaltaban cada momento. Otros se apasionaban por el deporte y por los estadios llenos donde extraían anécdotas y daban cuenta de un match como si fuera una contienda de gladiadores. La búsqueda de las noticias, en muchos casos, acababa por convertirlos en testigos presenciales de acontecimientos inolvidables. Hoy las redacciones son silenciosas y se ha perdido por la velocidad de Internet ese fervor por las primicias que daban un toque especial a las primeras planas. De esa visión postrera del periodismo me queda el irrefrenable afecto por la lectura, el café pasado y los crucigramas. De las noticias me entero en la laptop que reemplaza a la memorable máquina de escribir. Cuando la soledad me asalta escribo y no dejo de escribir. Cuando no escribo leo y releo un natural antídoto contra el olvido.

Hace algún momento repaso las notas de Romano Guardini sobre la firmeza de Sócrates ante la muerte. Estoy a punto de culminar el estudio de Juan Gargurevich: Velasco y la prensa  1968-1975 editado por el Fondo editorial de la PUCP. Gargurevich fue partidario de la expropiación de los diarios y transferirlos a las organizaciones de los periodistas.y otros sectores de la sociedad civil. El desenlace fue otro y acabó con la clausura de medios críticos.

Por eso nos desencanta la tozuda y contumaz actitud del presidente Castillo frente a la libertad de prensa. La pegajosas malaguas de la “prensa alternativa” son una troupe ignorante que no le viene bien a su mentor por sus inocultables limitaciones y su afición a la patineta. Sepa el señor presidente que todos los cargos políticos son transitorios y efímeros. Al final una trayectoria opacada por el ocultamiento y la corrupción tienen un costo elevado que finalmente se paga al final de gestión. Así se obstine en afirmar lo contrario.

El periodismo en el Perú a pesar de los pesares, salvo contadas excepciones, goza de buena salud.  La prensa libre, la libertad de opinión, la crítica y el respeto a la ley y la justicia son insobornables. El periodismo persigue y busca el bien común. Antepone siempre el respeto a la institucionalidad democrática y al país. Los actores de la institucionalidad política pueden ser monigotes ignorantes de sus responsabilidades elementales. Sucede que la prensa libre la que no coimea ni reparte prebendas se mantiene indemne en la integridad ética y en el indeclinable servicio a la sociedad. El periodista es en esencia un exigente buscador de la verdad. La mentira es y será siempre el festín de los corruptos. ¡Válgame Dios!.

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