Por: Miguel Godos Curay
Miguel Godos en el muelle fiscal de Paita |
El periodismo es una sutil forma de vida. Una curiosidad desbordada por lo que sucede y es parte de la existencia. Nada de lo humano le es ajeno. Es un romance apasionado con la letra bien escrita y una capacidad asombrosa de decir mucho con pocas palabras. En cierta forma es filosofía pura frente al devenir lo que acontece y preserva las libertades de expresión y de imprenta. La libertad de expresión es el soporte de las democracias y el agua regia que nos preserva de las dictaduras del color que sean. Los miedos y temores ante la prensa son el sarampión o la viruela de los corruptos.
Entre
los habitantes del gremio podemos encontrar sabuesos de la política, y de las
notas policiales. Eruditos en la tramoya jurídica, lectores empedernidos,
cazadores de errores ortográficos, memoriosos historiadores y conversadores
inolvidables. Entre todos resplandecen por su valentía los incondicionales
defensores de la justicia y de la ley. Los hay también retóricos y alambicados
con caprichos abusivos que se precian de tener libros apetecidos y deseados por
todos pero que nunca los leen. Tienen siempre incontenible apetito intelectual
pero nunca se arrojan a la piscina porque tienen miedo al agua como los gatos..
Otra
legión la integran los bohemios siete suelas que creen que la cerveza o el pisco
les abre el seso, otros son los adictos al tabaco y el retinto café. Los hay
pendientes de los antojos a la vuelta de la esquina. Cada sorbo de café pasado
y retinto los llena de energía. Los de ayer tecleaban a dedo limpio en las
Remington y la redacción era un sonoro sonsonete que daba vida a las notas
sobre las cuartillas de papel. En sus manos no faltaban las libretas con
apuntes llenos de datos precisos, pendientes de cada detalle de acuerdo a la
vieja fórmula de la pirámide invertida. Su objetivo era la búsqueda de primicias
consumadas y consumidas. Nada de refritos ni llegar a placé.
Todos
practicaban el arte de saber preguntar a los testigos presenciales. Escuchando
en las contiendas verbales a las dos partes. Su pesquisa en pos de la verdad
exigía sutileza lógica e intuición para penetrar en la pepa de la noticia. La
gramática y la sintaxis la aprendieron con la lectura de la buena prosa y el
leer velozmente los materiales a entregar a la mesa de redacción. Los
periodistas de ayer no sólo redactaban, titulaban, entrevistaban y abordaban
con propiedad temas inimaginables. Tampoco le hacían remilgos a la fotografía y
el diseño gráfico pues se sabían de memoria las medidas tipográficas: picas y puntos
Didot.
Eran
también insobornables analistas de la agenda pública. Amigos de todo el mundo.
Nunca se sintieron grandes con los pequeños ni pequeños con los grandes. Siendo
partícipes de una vida agitada siempre su hogar era un remanso de paz. Y sus
horas libres un reencuentro con la lectura de revistas y escritores del gremio
como Hemingway, García Márquez, Vargas Llosa, Lee Anderson o Truman Capote.
Devoraban las revistas de política y todo cuanto mereciera ser leído. Otros se
entretenían con la filatelia, la fotografía, la música clásica o la Sonora
Matancera. Otros coleccionaban objetos raros como historias de personajes,
ejemplares en papel impreso de diarios memorables. No faltaron los que por
impulso y nervio consumían todo aquello que despertara su interés.
Cada
uno tenía un estilo propio y libreta en mano anotaban las ideas que les
asaltaban cada momento. Otros se apasionaban por el deporte y por los estadios
llenos donde extraían anécdotas y daban cuenta de un match como si fuera una contienda
de gladiadores. La búsqueda de las noticias, en muchos casos, acababa por
convertirlos en testigos presenciales de acontecimientos inolvidables. Hoy las
redacciones son silenciosas y se ha perdido por la velocidad de Internet ese
fervor por las primicias que daban un toque especial a las primeras planas. De
esa visión postrera del periodismo me queda el irrefrenable afecto por la
lectura, el café pasado y los crucigramas. De las noticias me entero en la
laptop que reemplaza a la memorable máquina de escribir. Cuando la soledad me
asalta escribo y no dejo de escribir. Cuando no escribo leo y releo un natural
antídoto contra el olvido.
Hace
algún momento repaso las notas de Romano Guardini sobre la firmeza de Sócrates
ante la muerte. Estoy a punto de culminar el estudio de Juan Gargurevich:
Velasco y la prensa 1968-1975 editado
por el Fondo editorial de la PUCP. Gargurevich fue partidario de la
expropiación de los diarios y transferirlos a las organizaciones de los
periodistas.y otros sectores de la sociedad civil. El desenlace fue otro y acabó
con la clausura de medios críticos.
Por
eso nos desencanta la tozuda y contumaz actitud del presidente Castillo frente
a la libertad de prensa. La pegajosas malaguas de la “prensa alternativa” son una
troupe ignorante que no le viene bien a su mentor por sus inocultables
limitaciones y su afición a la patineta. Sepa el señor presidente que todos los
cargos políticos son transitorios y efímeros. Al final una trayectoria opacada
por el ocultamiento y la corrupción tienen un costo elevado que finalmente se
paga al final de gestión. Así se obstine en afirmar lo contrario.
El
periodismo en el Perú a pesar de los pesares, salvo contadas excepciones, goza
de buena salud. La prensa libre, la
libertad de opinión, la crítica y el respeto a la ley y la justicia son
insobornables. El periodismo persigue y busca el bien común. Antepone siempre
el respeto a la institucionalidad democrática y al país. Los actores de la
institucionalidad política pueden ser monigotes ignorantes de sus
responsabilidades elementales. Sucede que la prensa libre la que no coimea ni
reparte prebendas se mantiene indemne en la integridad ética y en el
indeclinable servicio a la sociedad. El periodista es en esencia un exigente
buscador de la verdad. La mentira es y será siempre el festín de los corruptos.
¡Válgame Dios!.
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