Oscar Aquino es una vida consagrada al arte y al despertar en cada uno de sus alumnos del Colegio San Miguel su admiración por el arte y la creación. En su taller del jirón Arequipa de Catacaos, el maestro se entrega a la cotidiana tarea de dar forma a los sarmentosos maderos con una desbordada creatividad. El artista, en perenne y obstinada evolución, convierte los motivos cotidianos de su pueblo en piezas de inusitada belleza. Su entrañable cariño al San Miguel es el resorte para su diario trajín a Piura para encontrarse con sus discípulos en las aulas para quienes asomarse al arte y la belleza es un desafío. Las carencias de los estudiantes se han convertido en una búsqueda de materiales reciclables a los que con su imaginación dan vida.
Su casa es un taller en donde con maderas cinceles y gubias crea. Lleva el arte escultórico en sus venas. Todas sus piezas son originales y un asomo inclaudicable a la universalidad. El día transcurre y el maestro crea. Hay una evolución en sus piezas que bien podrían dar lugar a arquetipos para embellecer paseos y plazas hoy convertidos en armatostes de hierro y caprichos insoportables de diseñadores y arquitectos, sembradores de cemento que con planos copia y pega, acabaron con la belleza tradicional de paseos y plazas dilapidando recursos públicos. Hoy nadie se refresca en los umbríos paseos porque losas recalentadas por el sol arden y queman.
Aquino es un genuino heredero de la tradición artística de sus antepasados. Las manos que crean son las mismas que explican a los estudiantes como el camino de la belleza es perfección y acabamiento. Hasta las audacias estéticas requieren de un sutil canon en donde se solaza la creatividad y el buen gusto. Por eso no hay rincón piurano en donde resulte imposible encontrar un Cautivo de Ayabaca con la misma conmovedora expresión sufriente y dolida inmortalizada por Aquino.
Sus cholitos panzones, sus cholitas estilizadas, las madres con sus hijos en brazos, las procesiones y los cristos lacerados son leit motiv de su arte que da vida a las cortezas de cedros, zapotes, algarrobos y guayacanes. En el taller como en el aula la escena se inunda de pasión por la belleza. Las manos y la inteligencia fluyen para dar vida a las formas y proporciones. A punto de jubilarse en la tarea docente su taller sigue siendo un aula abierta en donde los inquietos churres de la cuadra lo contemplan trabajar. Es una forma de educar haciendo. Las acciones se abren paso a las palabras y a sus personales inquietudes en las trajinadas calles y callejones de Catacaos. Oscar Aquino es un artista esencial en Catacaos. Pertenece a esa memorable legión de artistas de la estirpe de los alfares de Simbilá, los tejedores de esos sombreros de paja toquilla que salidos de esta bendita tierra eran comerciados en el mundo como Panamá-hat, de esas sabias taberneras que elaboraron para el Inca la más sabrosa chicha de la que se tiene noticia en el norte. O de esos joyeros con sus crinográficas dormilonas, primorosos zarcillos para el cofre de alguna princesa mora.
Catacaos es Aquino y Aquino es Catacaos, como diría el maestro es una raíz profunda como la del algarrobo. Su arte es también profundamente religioso porque es fiel al antañón arte de la santería que todos llevamos dentro. La humildad del maestro es un don incomparable de los antiguos Catacaos ligados siempre a los caprichos del río y la bondad de la tierra.
El maestro es bueno como el pan diría Vallejo. Se sobrepuso a la pandemia en este mundo carcomido y rebanado por la incertidumbre. El trabajo no se detuvo y el retornar a clases, el conectarse nuevamente con esa legión juvenil de estudiantes lo nutre de calor y esperanza. Oscar como buen hijo de Catacaos tiene profundos sentimientos cristianos que se reflejan en sus creaciones y en su fidelidad a las tradiciones de sus ancestros.
Por su fidelidad a la tierra y a la costumbre, los viajes le resultan esquivos pero sus obras recorren el mundo con el sello indeleble de su marca personal. En estos tiempos en que muchos artistas pasan a la legión de los heterogéneos y anónimos. Aquino es un artista singular por mérito propio. El arte lo aprendió en el taller familiar, su expansión creativa es producto de su búsqueda inagotable. Ha recibido numerosos reconocimientos nacionales e internacionales. En Cuba lo esperan, en Madrid y Barcelona lo exhiben, en el Ecuador lo admiran y en Loja desean que se quede un poco más para compartir su experiencia estética.
Oscar Aquino tiene vocación de gestor cultural pues siempre enseña en lo que dice y en lo que hace. Si van por Catacaos visiten su taller será una experiencia inolvidable de encuentro con la cultura y el arte. Como dicen en Catacaos “la buena chicha” no necesita bandera y el lenguaje de la belleza y la creación es una viva demostración del maestro Oscar Aquino.
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