lunes, 2 de noviembre de 2020

CARTA A LOS AUSENTES

Por: Miguel Godos Curay

Para los piuranos las tradicionales velaciones son un rito de reconcentrada gratitud con los ausentes. Desde tiempos milenarios el culto a los muertos está presente en las huacas y necrópolis de Chusís, Aypate y Vicús en donde se depositaban ofrendas a las ánimas de los gentiles. Igual culto merecen los muertos en infortunados percances en los caminos. Según la creencia popular los finados ejercen protección sobre quienes preservan su memoria con oraciones y velas encendidas. Camino a Huancabamba, por la ruta del kilómetro 50, la tumba del soldado desconocido es un altar de culto de conductores y viajeros a la vera del camino. Las ánimas protectoras tienen sus peanas al borde de las carreteras. En la frialdad estadística cada cruz en el camino es el registro de un accidente automovilístico.

El 1 de noviembre está consagrado a los párvulos o ángeles que arrebató la guadaña y el 2 a los fieles difuntos. Tradicionalmente se atiborran los cementerios y conforme a la costumbre la noche transcurre en vela, con los que se fueron, en los  camposantos iluminados por centenares de focos. En Piura, existe una siempre viva  devoción por las ánimas benditas. Se les coloca flores y se les vela. Entre las familias campesinas y los pescadores del litoral existe la costumbre de compartir el almuerzo familiar con los difuntos. En la noche el café retinto y el pan tradicional para la ocasión, roscas de muerto, de anís y huevo, son un tributo a los ausentes. A los párvulos se les ofrendan angelitos, dulces de camote y piña, envueltos en colorido papel cometa. No faltan rosquitas, cocadas, bizcochos y panecillos dulces.

En cada hogar existe un altar para los santos de la devoción familiar. Ahí se vela y se ora. La antiséptica modernidad pretende arrebatar cristianas costumbres pero la tradición emerge tras una sábila, una cruz de palma de ramos o un santo de la devoción familiar. Las velaciones son un sentimiento colectivo ayer congregaba a los piuranos en los camposantos. Hoy por la pandemia la costumbre tradicional será un rito familiar hogareño. Se ora, se evoca a los seres queridos muertos. En la misa de difuntos transmitida por Facebook los fieles a través de sus celulares enviaban virtualmente ruegos por sus seres queridos. La virtualidad conjura la distancia.

Esta costumbre tradicional tiene conexión con los ritos funerarios de los antiguos pobladores. En la costa y en la sierra vive la añoranza por los que ya no están.  La pandemia nos ha alejado perentoriamente de nuestra tradición.  Pero no faltan los ruegos y el pensamiento puesto en los que más amamos. Velaciones viene de velar, hacer guardia por la noche, estar sin dormir en tiempo ordinario destinado al sueño, para acompañar a nuestros deudos. Es un día especial consagrado a los que no están.

Para el piurano común y corriente la muerte, el final de la vida terrena, inaugura el paso a la otra vida. Otra dimensión escatológica profunda. Un cara a cara delante de Dios. La muerte es ingrediente de nuestra existencia. Por analogía se opone a la vida. La vida es movimiento, la muerte es la calma, quietud, la suspensión de todas las actividades y funciones vitales. La apoptosis es la muerte celular, la suspensión programada de la actividad biológica. La muerte como acto natural nos sumerge en la ausencia. El recuerdo la evocación son el rescate de la memoria. Los signos utilizados en la lapidaria y en la escultura capturan ese momento. La busca de la eternidad es parte de ese afán humano de existencia. El amor permanece mientras el cuerpo se desintegra. Cadáver significa alimento para los vermes (gusanos). La finalización irremediable de nuestro ciclo terrenal. Finar es morir, finado es el muerto.

Nos es propio el afán humano de perennidad. Sustenta y explica la institución familiar y la creación humana. La familia es la prolongación genética. La producción intelectual es la creación humana. Creamos y recreamos en lo que damos vida con la inteligencia. El pasar por la vida es un tránsito indetenible. Un dejar huella sin poner la vista atrás.  El cuerpo envejece cada segundo. La belleza corporal es fugaz, transitoria y efímera. La belleza del alma permanece, es un atributo incombustible.  

La muerte nos confronta con el afán de poseer y tener. Al momento de la partida todo queda. Nos vamos con lo que tenemos indeleble en la pepa del alma. Nos recordarán por nuestras acciones por lo que hicimos y por lo que dejamos de hacer. Por el itinerario de nuestra vida. El hacer es un afán de perennidad. Por eso las buenas acciones son un antídoto contra el olvido. Las malas un recuerdo que se deshoja con el viento hasta hacerse nada. La tumba fría es la huella de lo que quedó.

El piurano, religioso y creyente, recuerda a sus muertos con gratitud. Los angelitos dulces son el memorial de los párvulos y las roscas de huevo y anís el de los adultos. Velas y focos hoy están ausentes por los protocolos sanitarios. En casa la oración familiar y el recuerdo sintonizan con nuestros deudos. La huella de la desolación es profunda. Nos afecta a todos. Sólo nos queda esperar con la cifrada confianza que buenos tiempos vendrán. Una oración por los que se fueron. Un recado silencioso del corazón.

El Covid 19 se ha llevó a los que más amábamos.  Piura registra hoy  38,440 casos  y 2,029 fallecidos. La pandemia arrecia a la vuelta de la esquina. No hay que bajar la guardia. La diseminación del mal se produce cuando se relajan y se incumplen las disposiciones sanitarias. No se usan adecuadamente las mascarillas y se incumple con el lavado de manos. A pesar de los pesares. Poco a poco, se activa la economía del país. El decrecimiento se estima en un 4.7% conforme a las estimaciones del Banco Mundial.  

Conforme a los indicadores del Banco Mundial los hogares peruanos experimentaron durante la pandemia la pérdida del empleo e ingresos de alguno de sus integrantes. La cuarentena generalizada llevó a un descenso del PBI de 17.4 % durante el primer semestre del 2020. El gobierno puso en marcha programas de compensación y trasferencias en efectivo para atenuar la crisis. Es previsible la desaceleración de la actividad económica y un incremento de la pobreza monetaria a niveles anteriores al 2012.

El 2020 es un año de recesión. Con optimismo se espera un repunte el 2021   con la aceleración de la inversión pública. La crisis no es privativa del Perú. Golpea y estremece todas las economías a nivel mundial. Todo depende de la mejora de las condiciones internacionales y la aplicación de una vacuna que preserve la salud de la población. La contienda electoral añade una relativa distracción ciudadana. La dispersión de los candidatos y la precariedad ideológica en un escenario donde menudea la corrupción empobrecen el debate político.

El país necesita, para salir de la crisis, una conducción económica firme para superar las consecuencias de la crisis. Un Estado protector dispensador de servicios de salud, educación y empleo eficientes. Urge una mejor estructura de conectividad (conexión digital) para superar la brecha burocrática y políticas para reducir la rigidez del mercado. Como dicen los versos de un canto “La muerte no es el final del camino/ aunque morimos no somos carne/ de un ciego destino”.




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