Por: Miguel Godos Curay
Dice un aforismo que el
mejor negocio del mundo es comprar a los candidatos por lo que valen y venderlos
por lo que creen que valen. Un candidato es un contrincante en una carrera
desbocada por el poder. Esta lucha sin cuartel busca a toda costa obtener una
cuota de poder que permita asumir decisiones de gobierno en
armonía con el bien común. Son
necesarias propuestas y equipos humanos preparados para obtener logros. La
improvisación ayer y hoy es demagogia pura. Despertar los arrebatos, emociones
y pasiones sin medir las consecuencias inmediatas incierto populismo engañoso.
Piura es un caso patético de
lo que las buenas y malas gestiones municipales pueden hacer. Para Platón deben
gobernar los más sabios e inteligentes. Son inteligentes los que resuelven
problemas pero también los que los crean. Los astutos son la inteligencia del
mal medran y obtienen pingues ganancias.
La astucia es la viveza criolla, la
sacada de vuelta, la mordida provechosa que finalmente se traslada a los
ciudadanos. Los pecados cívicos como
todo agravio humano a Dios son también por acción o por omisión. Lo que se hizo
o lo que se dejó de hacer. En realidad a los ciudadanos le interesa saber con
claridad: ¿Quiénes están tras el poder? ¿Cómo gobiernan? y ¿Cómo distribuyen las
responsabilidades del poder? Premisas fundamentales son la transparencia y la honestidad.
Está plenamente demostrado las mejores gestiones son aquellas en las que los
ciudadanos encuentran respuestas a estas interrogantes: ¿Quién manda? ¿Cómo
manda y hace uso del poder? Y ¿Qué
resultados obtiene?
Las malas gestiones son
opacas, ocultan la información o la maquillan para engañar a los ciudadanos. Acaban
siendo devoradas por burocracias enquistadas a las que se suman con otros
alcaldes centenares de nuevos funcionarios. Muchas burocracias son explosivas. Consumen
presupuestos y devoran los tributos pagados por los ciudadanos destinados a
mejorar los servicios a la ciudad. En muchos casos ciudadanos advertidos de los
malos manejos municipales asumen una decepcionada y activa indiferencia y no pagan sus tributos.
El desaseo urbano, el laxo
control de servicios como el del transporte en la ciudad, el abandono de
servicios culturales como el equipamiento de bibliotecas y centros de animación
cultural, la podrida administración de los
mercados sitiados por la informalidad, el descontrol urbano en donde los
riesgos y la inseguridad se multiplican
por la autoconstrucción sin criterio técnico, la vulnerabilidad frente a las
inundaciones, la poca transparencia en el gasto y la ineficiencia en el
tratamiento de los desperdicios sólidos son
demostración evidente del fracaso de las
gestiones municipales.
Una interrogante sin
respuesta que diariamente se hacen los ciudadanos es la siguiente: ¿Por qué
cuando los gobiernos locales dicen que la gestión marcha bien los resultados
son catastróficos? Tampoco se tiene estadísticas precisas y referenciales sobre el costo y el impacto sobre la ciudad de
las abultadas burocracias. No sólo hay un costo económico. También hay una
merma de recursos destinados a servicios ciudadanos, cada vez, venidos a menos. La falta de transparencia es
una práctica poco democrática. El desoír a las minorías en los debates es una
palpable demostración de lo mal que se maneja la agenda pública. El desconocimiento
ciudadano del ejercicio municipal no sólo es un signo de ignorancia cívica.
También es exclusión, marginación y despojo a quienes son en sentido genuino el
fin de la gestión municipal.
La inmoralidad pública, el
cohecho, el nepotismo, los procedimientos corruptos silenciados son también pervertidas
y nocivas formas de violencia contra el bien común y bienestar ciudadano. Los
espacios sucios, insalubres con toneladas de basura acumulada. Afectan la salud
pública y demuestran incompetencia de las gerencias pero también frustran y
despedazan los legítimos niveles de aspiración de los ciudadanos. Así mientras
los vecinos de Loja se muestran orgullosos de la limpieza de su ciudad, los piuranos nos avergonzamos de
nuestro deplorable tratamiento a los viejos problemas citadinos.
El poder, dependiendo de
cómo se use, vislumbra progreso. Entendiéndose como progreso la integración de
los vecinos, la administración territorial frente al caos y el desorden, el
buen funcionamiento de los servicios públicos que los ciudadanos pagan. Un
detalle, en apariencia irrelevante, es el impacto de la limpieza de la ciudad
sobre el paisaje. Un paisaje en el que se refleja aseo motiva la construcción humana del orden, de los
valores cívicos y de la identidad vecinal. Ahí en donde los vecinos abandonan desperdicios,
siembran letrinas en lugar de árboles prima el caos que gatilla el delito, la
transgresión y el abuso. No es casual que en las ciudades sucias anide la
corrupción en variadas formas. Son ciudades en las que se perdió la sintonía
cívica (armonía) que hace a los ciudadanos mejores.
Ha quedado demostrado que no
se trata de movilizar millonarios presupuestos para la felicidad ciudadana. Por
el contrario modestos presupuestos bien administrados que no son botín de las
corruptelas rinden mejores resultados. Está demostrado también que en donde los
ciudadanos controlan y vigilan, el orden prospera. Y en donde este atributo
ciudadano se pierde existen grandes
probabilidades que el orden se desmorone y se enmierde la gestión municipal.
Así de sencilla es la palabra.El acertijo montubio dice: “¿Qué será? ¿Qué será?/
aquella que en lo grande está. Tiene cinco sílabas y se llama: Ho-nes-ti-dad
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