Por: Miguel Godos Curay
Piura, amenazada por las aguas |
Piura es la primera ciudad
hispánica fundada en el Pacífico Sur. San Miguel la primogénita del Perú. Desde
los albores tuvo una vocación itinerante y andariega. Fundada a orillas de las aguas cananeas del Chira en 1532,
advierte Porras, tuvo que mudarse, en 1534 por la insalubridad de los pantanos
que circundaban los predios de Tangarará. Entonces se asentó a inmediaciones de
Pabur en Piura La Vieja y desde entonces pasó a llamarse San Miguel de Piura.
Ahí se mantuvo a duras penas hasta 1570 en que los vecinos en pos de aires
sanos se trasladaron a San Francisco de
la Buena Esperanza de Paita. El puerto de Paita, tenía brisa y pescado. Le
faltaba agua fresca, la suministraba en balsas el poblado indígena de Colán. La
incursión de piratas y corsarios deshizo el persistente y balbuceado esfuerzo urbano en un santiamén. Los vecinos
cansados acudieron al Virrey don Fernando Torres de Portugal y le pidieron autorice
el traslado a las inmediaciones del sitio de El Chilcal, entre la presa de
Tacalá y las vegas de Catacaos en donde hoy se encuentra.
Desde entonces emerge junto
al río. Sus crecientes estivales la inundan de padre y señor mío. Los piuranos
de ayer, anota Sears, recibían con banda de músicos, Cruz Alta y cohetones las aguas del Piura que vienen
desde las alturas de Huarmaca y recorren 300 kilómetros para llegar a la ciudad.
Río veleidoso para el bardo Miguel Correa, caprichoso y desolador para quienes
sorprendió arrastrando todo. Río de vida y muerte. Se agita torrentoso en
implacables meandros que carcomen los cimientos de quienes construyen a sus
orillas. Hoy como ayer los piuranos en sus crecientes se escupen el pecho como
sus abuelos de susto.
Los piuranos, válganos Dios,
somos dialécticamente contradictorios. El agua que arrojamos en el 2017 al mar era suficiente para sostener en
los próximos cinco a diez años una agricultura exportadora. Morimos de sed
teniendo agua. Si la hubiésemos almacenado seríamos un modelo de previsión. En
realidad somos todo lo contrario. En el mundo se cosecha agua, se almacena y se
recuperan los torrentes freáticos. Con espacios recubiertos de asfalto y de
cemento el agua no llega a los torrentes freáticos. Los árboles preservan el
agua, oxigenan el aire contaminado y estabilizan los suelos. Por cada cuatro
metros cúbicos de agua un árbol produce un kilo de madera. Las filtraciones y
la carcoma de los cimientos se detiene con la síntesis de agua que cumplen las
raíces. En Piura faltan árboles, Son necesarios para morigerar la radiación
solar que quema y requema la piel.
Males y tormentos no son
ajenos en Piura. En 1588 se escarmentaba con azotes al que contaminaba las
aguas del río. Hoy el río soporta efluentes contaminados y basura hasta en las
inmediaciones del cuartel al norte. Los piuranos son poco afectuosos con su
río. Sólo lo contemplan durante las crecientes. Después una especie de
encausada letrina. El piurano ensucia el río despojado de sus variadas formas
de vida. Antes se pescaba mojarras en sus aguas. Hoy no hay ni para remedio.
Hoy no se escucha ni el corifeo de los cololos del que daban noticia los
asiduos concurrentes a las bancas del extinto Malecón Eguiguren. La ciudad
misma -revieja y desordenada- no dispone aún de un sistema eficiente de drenaje
de aguas pluviales. Y como de costumbre las lluvias estivales la
sorprenden con los calzones abajo.
Piura, produce diariamente
400 toneladas de basura. A duras penas logra evacuar el 40 al 50 por ciento. Lo
que no se recoge decora la ciudad de
cabo a rabo. Como advierte Vargas Llosa piajenos y cabras han desparecido del
paisaje ayer poblado de algarrobos. No se ven jumentos en sus calles. Ni los lúbricos reclutas contemplan
con lascivia las burras de Los Ejidos. Peor que una desoladora plaga
bíblica son los centenares de ruidosos mototaxis. En Piura, el desempleo, en
movimiento se llama mototaxista.
En la Piura de 486 años cuyo
onomástico se recuerda hay anemia de
civismo e identidad que movilice a un pueblo feliz por su pasado. Piura no
tiene siquiera día cívico que congregue a las fuerzas vivas de la ciudad
en regocijo colectivo como otras urbes del Perú. Lo que en Arequipa y Huánuco
es festejo en Piura nos aproximamos al rezo de 9 días. Un sincrético velorio
sin café. Tendríamos que festejar el paso de tortuga de la reconstrucción. Y el
ritual bota plata y dilapida recursos de la rehabilitación.
Gracias a Dios, tenemos
energía eléctrica sin turbinas quema diésel gracias al sistema interconectado
centro-norte. Nos falta energía humana para roncarle al gobierno por una
efectiva descentralización fiscal que nos permita vivir con dignidad y decoro.
Somos pusilánimes, blandengues tenemos el corazón de merengue. Nos falta coraje
cívico para el reclamo, para hacer bien las cosas y saber elegir a quienes nos
gobiernan. Aquí no se confrontan propuestas basta con repartir prebendas. Nos
sobra la cáscara y el hueso.
Ayer Piura temblaba con sus
movilizaciones campesinas y petroleras. Hoy no. Se nos fue la energía moral de
los reclamos por el sumidero de la indiferencia. Ay Piura. ¿Qué trincheras tan
altas sin altura?. Diría el poeta. Nos morimos de hambre teniendo que comer.
Nunca como hoy tenemos tantas universidades pero nos falta educación y cultura para disfrutar
de la Orquesta Sinfónica, rescatar a nuestros bardos, preservar en las buenas
costumbres y curarnos de ese olvido antojado de nuestra historia. La Violencia
del Tiempo, la novela de novelas, de Miguel Gutiérrez nos pinta de cuerpo
entero con nuestras veleidades y pasiones, con nuestros desgarros y ausencias,
con la ternura vaporosa de los amores prohibidos y los secretos de abuela
guardados con siete candados.
¿Dónde se nos fue la añorada
Piura? Ese San Miguel invocado al amanecer y al anochecer. Esa tierra de Grau,
Merino y de Montero. Hoy el tondero ha
quedado reducido al exotismo amanerado de las actuaciones escolares. Somos el
muerto vivo del folklore. Nos embotamos de
la natilla de la corrupción sin impaciencia. Hasta en el deporte se nos
aflojaron las pitas. Hace algunas horas saboreando café en compañía de Anne
Marie Hocquenghem deploramos esta ausencia de sueños mientras Isabel Ramos se consume en su lecho ausente. –No quiero
soñar- advierte. Nos duele el alma por esta ciudad que acarició el memorial de intensos
recuerdos. En donde alguna vez al filo de la madrugada con Miguel Gutiérrez
evocamos la inasible belleza de Teresa Sevilla. Miguel ya no está. El recado de
su palabra vive. Los habitantes de esta urbe sin memoria deambulan indiferentes
a los rituales cívicos. La anemia consume los escasos árboles de lo que queda
de la Plaza de Armas. Resuena en la memoria la sentida letra de Alma Mía de
Pedro Miguel Arrese. Esta vieja de 486 años se nos muere.
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