martes, 21 de agosto de 2018

CRONICA DE LA PIURA QUE SE FUE


Por: Miguel Godos Curay

Piura, amenazada por las aguas
Piura es la primera ciudad hispánica fundada en el Pacífico Sur. San Miguel la primogénita del Perú. Desde los albores tuvo una vocación itinerante y andariega. Fundada a orillas de  las aguas cananeas del Chira en 1532, advierte Porras, tuvo que mudarse, en 1534 por la insalubridad de los pantanos que circundaban los predios de Tangarará. Entonces se asentó a inmediaciones de Pabur en Piura La Vieja y desde entonces pasó a llamarse San Miguel de Piura. Ahí se mantuvo a duras penas hasta 1570 en que los vecinos en pos de aires sanos se  trasladaron a San Francisco de la Buena Esperanza de Paita. El puerto de Paita, tenía brisa y pescado. Le faltaba agua fresca, la suministraba en balsas el poblado indígena de Colán. La incursión de piratas y corsarios deshizo el persistente y balbuceado  esfuerzo urbano en un santiamén. Los vecinos cansados acudieron al Virrey don Fernando Torres de Portugal y le pidieron autorice el traslado a las inmediaciones del sitio de El Chilcal, entre la presa de Tacalá y las vegas de Catacaos en donde hoy se encuentra.

Desde entonces emerge junto al río. Sus crecientes estivales la inundan de padre y señor mío. Los piuranos de ayer, anota Sears, recibían con banda de músicos, Cruz Alta  y cohetones las aguas del Piura que vienen desde las alturas de Huarmaca y recorren 300 kilómetros para llegar a la ciudad. Río veleidoso para el bardo Miguel Correa, caprichoso y desolador para quienes sorprendió arrastrando todo. Río de vida y muerte. Se agita torrentoso en implacables meandros que carcomen los cimientos de quienes construyen a sus orillas. Hoy como ayer los piuranos en sus crecientes se escupen el pecho como sus abuelos de susto.

Los piuranos, válganos Dios, somos dialécticamente contradictorios. El agua que arrojamos en  el 2017 al mar era suficiente para sostener en los próximos cinco a diez años una agricultura exportadora. Morimos de sed teniendo agua. Si la hubiésemos almacenado seríamos un modelo de previsión. En realidad somos todo lo contrario. En el mundo se cosecha agua, se almacena y se recuperan los torrentes freáticos. Con espacios recubiertos de asfalto y de cemento el agua no llega a los torrentes freáticos. Los árboles preservan el agua, oxigenan el aire contaminado y estabilizan los suelos. Por cada cuatro metros cúbicos de agua un árbol produce un kilo de madera. Las filtraciones y la carcoma de los cimientos se detiene  con la síntesis de agua que cumplen las raíces. En Piura faltan árboles, Son necesarios para morigerar la radiación solar que quema y requema la piel.
Males y tormentos no son ajenos en Piura. En 1588 se escarmentaba con azotes al que contaminaba las aguas del río. Hoy el río soporta efluentes contaminados y basura hasta en las inmediaciones del cuartel al norte. Los piuranos son poco afectuosos con su río. Sólo lo contemplan durante las crecientes. Después una especie de encausada letrina. El piurano ensucia el río despojado de sus variadas formas de vida. Antes se pescaba mojarras en sus aguas. Hoy no hay ni para remedio. Hoy no se escucha ni el corifeo de los cololos del que daban noticia los asiduos concurrentes a las bancas del extinto Malecón Eguiguren. La ciudad misma -revieja y desordenada- no dispone aún de un sistema eficiente de drenaje de aguas pluviales. Y como de costumbre las lluvias estivales la sorprenden  con los calzones abajo.

Piura, produce diariamente 400 toneladas de basura. A duras penas logra evacuar el 40 al 50 por ciento. Lo que no se recoge  decora la ciudad de cabo a rabo. Como advierte Vargas Llosa piajenos y cabras han desparecido del paisaje ayer poblado de algarrobos. No se ven jumentos en sus  calles. Ni los lúbricos reclutas contemplan con lascivia las  burras de  Los Ejidos. Peor que una desoladora plaga bíblica son los centenares de ruidosos mototaxis. En Piura, el desempleo, en movimiento se llama mototaxista.

En la Piura de 486 años cuyo onomástico se recuerda  hay anemia de civismo e identidad que movilice a un pueblo feliz por su pasado. Piura no tiene siquiera día cívico   que congregue a las fuerzas vivas de la ciudad en regocijo colectivo como otras urbes del Perú. Lo que en Arequipa y Huánuco es festejo en Piura nos aproximamos al rezo de 9 días. Un sincrético velorio sin café. Tendríamos que festejar el paso de tortuga de la reconstrucción. Y el ritual bota plata y dilapida recursos de la rehabilitación.

Gracias a Dios, tenemos energía eléctrica sin turbinas quema diésel gracias al sistema interconectado centro-norte. Nos falta energía humana para roncarle al gobierno por una efectiva descentralización fiscal que nos permita vivir con dignidad y decoro. Somos pusilánimes, blandengues tenemos el corazón de merengue. Nos falta coraje cívico para el reclamo, para hacer bien las cosas y saber elegir a quienes nos gobiernan. Aquí no se confrontan propuestas basta con repartir prebendas. Nos sobra la cáscara y el hueso.

Ayer Piura temblaba con sus movilizaciones campesinas y petroleras. Hoy no. Se nos fue la energía moral de los reclamos por el sumidero de la indiferencia. Ay Piura. ¿Qué trincheras tan altas sin altura?. Diría el poeta. Nos morimos de hambre teniendo que comer. Nunca como hoy tenemos tantas universidades pero  nos falta educación y cultura para disfrutar de la Orquesta Sinfónica, rescatar a nuestros bardos, preservar en las buenas costumbres y curarnos de ese olvido antojado de nuestra historia. La Violencia del Tiempo, la novela de novelas, de Miguel Gutiérrez nos pinta de cuerpo entero con nuestras veleidades y pasiones, con nuestros desgarros y ausencias, con la ternura vaporosa de los amores prohibidos y los secretos de abuela guardados con siete candados.

¿Dónde se nos fue la añorada Piura? Ese San Miguel invocado al amanecer y al anochecer. Esa tierra de Grau, Merino y de Montero.  Hoy el tondero ha quedado reducido al exotismo amanerado de las actuaciones escolares. Somos el muerto vivo del folklore. Nos embotamos de  la natilla de la corrupción sin impaciencia. Hasta en el deporte se nos aflojaron las pitas. Hace algunas horas saboreando café en compañía de Anne Marie Hocquenghem deploramos esta ausencia de sueños mientras Isabel Ramos  se consume en su lecho ausente. –No quiero soñar- advierte. Nos duele el alma por esta ciudad que acarició el memorial de intensos recuerdos. En donde alguna vez al filo de la madrugada con Miguel Gutiérrez evocamos la inasible belleza de Teresa Sevilla. Miguel ya no está. El recado de su palabra vive. Los habitantes de esta urbe sin memoria deambulan indiferentes a los rituales cívicos. La anemia consume los escasos árboles de lo que queda de la Plaza de Armas. Resuena en la memoria la sentida letra de Alma Mía de Pedro Miguel Arrese. Esta vieja de 486 años se nos muere.

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