Por: Miguel Godos Curay
La lectura es pasión por la palabra escrita y se aprende desde la niñez |
Leer requiere pasión por la
letra. Voracidad por la palabra alada que nos conduce a la ficción y a los
vericuetos de la memoria. El que sabe leer pero no lee por pereza es analfabeto funcional. Un jinete que pierde el
equilibrio y la destreza necesaria para navegar por el mundo del conocimiento.
El que no lee no escribe. El que no escribe no piensa. El que no piensa vive
sin vivir intensamente. El que lee nunca está solo pues tiene grata
compañía siempre. Por eso es saludable la Feria de Libro, no es enorme pero no
deja de ser un esfuerzo encomiable. Y
nos recuerda que no sólo de cebiche se nutre el hombre. En Piura hay más cebicherías que librerías. Con siete
universidades y más de 40 mil estudiantes deberíamos entonar el canto alucinado:
¡Dejad que los libros vengan a mí!
El que coloca los libros en
la azotea porque le estorban es como aquel imbécil que saca los peces de la pecera para que respiren.
O pretende sumergir a los pericos en el agua fresca para que naden. Se trata de
un mal uso injustificado e impropio. Los libros son necesarios para el hombre
civilizado como la escobilla de dientes. Refrescan, asean la inteligencia y
nutren el pensamiento. Quien lee imagina y crea estimula su inteligencia y
aprende a divertirse con el ajedrez de la propia existencia. Quien lee habla y
sabe lo que dice. El que no lee es una lora revieja que olvidó el que decir.
El buen lector escribe bien
porque la ortografía es una destreza que no se aprende memorizando reglas sino
escribiendo. Hay quienes leen de cabo a rabo un libro, otros no pasan del prólogo.
Hay quienes se agotan con el primer párrafo. Otros son irreconciliables con los
libros. Los odian e inventan mil pretextos para no tenerlos. Un libro es una
provocación permanente. Una casa sin libros es como un cuerpo sin alma. Un
rincón donde no anida la cultura y el genuino sentido de la existencia.
Hay también quienes los
subrayan para no olvidar puntillosamente algunos parágrafos con afán crítico
para dar sustancia a una tesis. Pero hay quienes no pasan de los titulares, los
compran pero nunca los leen. Otros les colocan etiqueta de preservativo: Usar y
desechar. No faltan quienes se inventan males imaginarios para deshacerse de ellos.
Otros los devoran. Hay quienes los
escuchan porque ya no ven. El estudio de Luis Alberto Sánchez en el jirón
Moquegua en Lima, casi a diario era visitado por audaces jovencitas que leían
en voz alta algunos textos de ediciones frescas. Y el viejo zorro comentaba e
impartía conocimiento. Abría el cofre de su memoria para llenar el espacio
dialógico de recuerdos.
Se ama a los libros no por sus
coloridas tapas sino por la riqueza de sus contenidos. Los libros son un
genuino monumento a la palabra escrita. Quienes tratan diariamente con los
libros se enriquecen y aprenden. Cualquiera de los libreros de viejo del jirón
Quilca de Lima tiene una cultura sorprendente e insuperable. Son buscadores de
tesoros inimaginables y sin mezquindad los entregan a quienes los
necesitan a cambio de dinero para poder
sobrevivir.
En Piura el doctor Luis
Ginocchio Feijó en su biblioteca
atesoraba cientos de ejemplares de La Divina Comedia. Todo lo que se refería
a Dante Alighieri le apasionaba. Carlos
Ginocchio, su sobrino, hacía lo propio con las ediciones de Don Quijote de
Cervantes. El amor a los libros se hereda, se contagia y llena los enormes
vacíos de la existencia solitaria. Quien ama a los libros, ama los papeles.
Miguel Maticorena atesoraba papeles y escritos que compartía entre discípulos y
amigos. Haya era un insobornable lector crítico, Había leído y releído los
Comentarios Reales de Garcilaso llenando las páginas de un antiquísimo ejemplar
de apostillas que enriquecían la
heurística del primer mestizo.
Junto a las bibliotecas y
librerías hay personajes inolvidables. María Martha Bello en la naciente Universidad
de Piura, enseñaba a leer a los jóvenes universitarios, a buscar referencias en
los ficheros hoy digitalizados. Lo mismo sucede con los libreros del mercado,
el trato con los libros los pertrechó de temas de conversación, de dudas
metódicas sembradas por esa lectura fugaz de cada libro que pasa por sus manos.
En una ciudad como Piura tan distante de la lectura son necesarios.
Una excepcional tarea es la siembra de afecto por
la lectura que ha emprendido en todos
los colegios con audacia de mago Houdini Guerrero. Merece admiración y
reconocimiento. Es un menester apostólico envidiable porque lo hace con la
afiebrada pasión del poeta que lleva en la alforja la palabra del amigo sincero
que entrega su alma. Invita y enseña a leer. Todos los libros son materia viva
por eso respiran, necesitan oxígeno para que sus páginas se abran a la mirada
arrobadora de pequeños y grandes lectores. Se lee a cualquier edad a cualquier
hora. La lectura rinde frutos cuando se realiza por pasión no por obligación.
Por obligación se convierte en trabajo forzado y no lo es.
Quien lee bien escribe bien.
Quien lee mal y no digiere, quien se antepone a lo que piensa y escribe tiene
el defecto de Narciso. Coloca la carreta delante de los caballos y se contempla.
No sabe leer. Menos escribir. El impersonal va mejor porque se abre y convoca a
todos. Es como la pretensión de
autoridad del maestro ciruela siendo puré de camote simple. Bien escribe don
Alfonso Reyes citando a Rudyard Kipling: “Si no logra embriagarte la turba
tornadiza,/ y aunque trates con príncipes, guardas tu sencillez;/ Si amigos ni
enemigos nublan tu lucidez, / Sí, aunque a todos ayudas, ninguno te esclaviza…..”
Añado yo; No dejes de leer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario