Por:
Miguel Godos Curay
Marco Martos: La poesía como pasión. |
“El
espíritu de los ríos” es un poemario caudaloso. Así lo advierte el autor. “A lo
largo de varios años, poco a poco, me he ido relacionando con la selva del
Perú, con sus espacios y su gente. He ido conociendo algunas ciudades y sus
alrededores: Iquitos, Moyobamba, Tarapoto y los ríos majestuosos: el Amazonas,
en Loreto y el San Francisco en la selva de Ayacucho. He apreciado el arte de
los pintores, la sencillez de los pobladores, su don de gentes. Y se fue
generando en mí un profundo aprecio por todo el territorio y por las personas.
Los poemas para la selva fueron apareciendo de modo espontáneo y, de pronto, se
hicieron un plan que ahora, culminado, puedo ofrecerlo a los lectores”.
El
poeta confiesa a Caretas su vocación
irrenunciable. “Soy un loco en la escritura y tengo el delirio de la escritura.
A lo largo de los años he ido descubriendo que lo que mejor hago es escribir
poesía. Ahora tengo dos poemarios más terminados que serán publicados el
próximo año. Voy a preparar también otras cosas que puedan salir. Voy a hacer
un pequeño libro sobre Vargas Llosa y un libro de meditación sobre la poesía en
la línea de Octavio Paz o de Rilke”. La poesía es un río desbocado,
indetenible. El río corre como si lo arriara un tropel imaginario de ninfas.
Nadie se baña dos veces en la misma agua del río preñado de meandros que son los vaivenes de la vida misma según Heráclito
de Éfeso.
Los
ríos de Piura tienen nombre propio. El veleidoso Río Piura al que trovó tonderos Miguel Correa
Suárez. Río bondadoso en tiempos de sequía. Enloquecido y furioso con la creciente. Otrora mantuvieron vivo su
cauce los tallanes con el indestructible Tajamar de Tacalá. El Chira, es el
sultán de Sullana, nace en el Ecuador. Ahí se llama Catamayo, Calvas, Macará en tierras nuestras.
Al Chira lo recorrió desde la naciente Rosendo Melo. Y junto a sus aguas cananeas,
advierte Porras, Pizarro fundó San Miguel en 1532. Cuando no existían puentes
de fierro sus orillas estaban pobladas de totorales y canoas. Algunas ocasiones
de caimanes daban que daban pie a viejas leyendas. Los canoeros conducían, por pesetas,
de una orilla a otra los productos del comercio, viandantes y pasajeros.
En grandes balsas, las bestias. El Chira luce el esplendor del valle verde. Y
hoy cautivo su cauce se puebla de lirios. Sullana es la perla del Chira. Lame
el Chira los arenales formando oasis para ir a desembocar al mar que es el
morir. Ahí se diluye amenazado por la extracción de crudo.
Dice Martos en su
poema: El pintor y las serpientes: /Te veo en una piragua por el Amazonas,/con
tus pinceles que son flechas de amor para las sirenas,/mientras los monos
aulladores hacen muecas/ y se deslizan pitonisas las serpientes bajo las
lianas. No pudo ser mejor el homenaje al Día del Libro. Martos presentó su
hídrico poemario en Marcavelica entre sorbos de agua de coco y piqueos donde La
Barahona. Salchicchas, chifles y carne seca.
Marcavelica, rodeada
de cocoteros, vianderas y notarías sospechosas. El topónimo Marcavelica surgió
del nombre propio de Maizavilca el señor
de Poechio que no teniendo nada que regalar a Pizarro entregó como don a su sobrino. El inteligente rapazuelo
asumió el nombre cristiano de Martín con el gentilicio “de Poechos” y se fue
con la hueste perulera. Decía llamarse Martín como los Pizarro. Martinillo de
Poechos, dominaba la lengua tallana y
algo de runa simi. Su adolescencia lo privó de ser faraute entre los españoles
y Atahuallpa. Felipillo el indio huancavilca, ex profeso, tradujo mal
perversamente para quedarse con una de sus hermosas concubinas. El epílogo, la muerte del señor del dorado imperio.
Marco,
retorna a Piura después de mirar con desolación y desencanto el desplome de la
casa paterna en el jirón Libertad. El río Piura está registrado en el inventario
del asombro por los daños que perpetra. En el descubrimiento de los seductores
encantos de la Roca del diablo donde los remolinos atrapan a los churres
confiados y perecen ahogados. Y el sexo furtivo en las covachas debajo del
puente. El malecón Eguiguren por donde transitó Vargas Llosa en compañía de
doña Dora, su madre, para conocer al ánima viva de su padre. Aquí esta Marco
Martos con su recado de recuerdos y emociones memorables y esas ganas
indetenibles de escribir. Aún estamos buscando el árbol que perennizará su nombre
frente al nuevo pabellón de la Facultad de Educación. Lo plantará con sus manos
y el estará siempre presente en su tierra entre el cielo de Piura, el sol, la
luna y las estrellas.
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