Por:
Miguel Godos Curay
Universidad Nacional de Piura
En el concierto de homenaje a Octavio, Octavaio, Miguel Godos en primer plano Mario Navarro. Una noche inolvidable. |
Una
lluvia profusa lo llora en el cielo de Piura. Octavio Ubaldo Zapata Albán (Piura,
30.08.1948- Piura, 30.03.2017), mangache de pura cepa se fue sin hacer ruido,
el cáncer se lo llevó. Partió con dignidad y proverbial decoro, ciudadano de la
calle producto del extravío de su mente. Contradictoriamente sutil inteligencia
en el tablero de ajedrez. Sincero y
ameno en la conversación. Políglota, enterado de los acontecimientos del mundo
en las páginas de los diarios. El inquieto zahorí descansa ahora, retorna a la
tierra acompañado del puro afecto entrañable de sus amigos. Los que no escatimaron
esfuerzos para zurcir su dignidad humana. El paciente psiquiátrico en el Perú
vive el olvido de su entorno familiar y de la propia sociedad agresiva y
hostil.
El
que en 1983, recién llegado de Alemania, vino con el candidato Alan García con
ayuda para Piura. Se fue silencioso escuchando el sonsonete de la lluvia y el vehemente
rumor del río. Quijote insomne, poblador
de los rincones de la ciudad en
busca de un lecho tibio. Al fin lo encontró. Una aguatinta de Mario Navarro lo
pinta con su vitalidad a borbotones. Lo miro y los recuerdos nos asaltan.
Octavio enseñó alemán en la Universidad Nacional de Piura y sostenía una
tertulia inagotable sobre temas económicos en el local del Apra en la calle Ica. Dialéctico, admirador de Haya,
evocaba que siendo niño le lustró los zapatos al viejo. No se fueron de su
memoria las clases irrepetibles de matemáticas en el San Miguel. Estuvo en
Chile apoyando Allende, hasta que con pasaporte alemán la dictadura lo devolvió
y retornó al Perú.
En
Alemania estuvo en Bremen Haven y frecuentó
el mundo académico y universitario. Garra negra, como repetía
entusiasta, se sumergía en la antimateria, en una explosión cósmica cuyo choque
de neutrones supera en capacidad al mayor arsenal nuclear de la tierra. Octavio
tenía una cultura basta. Algunas veces resolvía problemas de matemáticas
a estudiantes universitarios con tiza sobre el pavimento. Deslumbraba entonces
su genialidad. Otras veces, cuando se daba la ocasión, en varios idiomas,
conversaba con extranjeros.
Era
amigo personal de Mariano Calero y Pipo Rodríguez ex –Rector de la UNP. Con
Mario y Lourdes Navarro cumplimos la proeza de descubrir su conmovedora humanidad en la Concha Acústica.
Aún recuerdo esa noche en la que con el lenguaje universal de la música, los
amigos de la orquesta sinfónica interpretaron para él su universal repertorio.
Habló entonces de la necesidad de proteger a los niños. Todos se quedaron
admirados. El mismo se contempló en las
vigorosas pinceladas de un óleo de Mario. Octavio presente fue ovacionado por una multitud de jóvenes. El concierto,
cumplió su cometido, hizo visible al invisible en una noche inolvidable.
De
propia confesión Octavio recordaba que una noche mientras dormía vándalos
ebrios le arrojaron una descomunal piedra sobre su cabeza para matarlo. El
traumatismo le hundió parte de frontal su cráneo, pero sobrevivió, a la salvaje
agresión que alimentó su temor. El comer algunos días sí y otros no hizo
estragos en su cuerpo. Convaleciente, con su fina ironía proclamó su renuncia
al humo. Limpio, con el rostro transformado, asomó otro Octavio de sueños
irrepetibles que cuidaba los detalles de la cortesía y el ¿cómo están tus hijos?,
¿qué hacen?, ¿qué estudian? El agua de colonia refrescante le devolvía el
ánimo. Pero Octavio estaba herido de muerte. El cáncer lo minaba silenciosamente. Hoy ya no está. En el
epílogo de su vida recibió amor humano, solidario, audaz en ese esfuerzo de
devolver la dignidad a quien el maltrato de la sociedad margina impunemente.
Con palabras no se puede deletrear la ausencia de un amigo. Un amigo ha partido
con la lluvia. ¡Adiós garra negra! No te olvides de hacerme un ladito ahí en
donde la felicidad perdurable siembra sueños.
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