Por:
Miguel Godos Curay
Universidad Nacional de Piura
Esta imagen divulgada por las redes sociales muestra las dimensiones de los desbordes del Río Piura. La Pola con el agua a sus pies. |
Hay
tareas impostergables que hacer. Así las autoridades responsables no las
asuman. Hay que emprenderlas. La negligencia es parte de la nota desaprobatoria
de la necesaria evaluación de nuestros alcaldes tan luego cesen las lluvias.
Una de ellas es el aseo urbano. Toneladas de desperdicios y de basura agusanada
circunda el mercado central. Los desperdicios se acumulan en cada esquina por
toneladas. A los charcos y huecos ahora
se suma la basura abandonada. Tras el desastre la inacción irresponsable. No
hay pretexto que valga para no hacer nada. El centro de la ciudad está cubierto
de lodo y huele mal. El hedor es insoportable. Y la ausencia de autoridad
visible a muchas cuadras.
Millones
de moscas, zancudos y grillos. Son parte de las tres primeras plagas. La cuarta
es el latigazo con su cola urticante que lacera la piel. Las micosis ya están
presentes en los piececitos húmedos.
Las víctimas del dengue superan
el millar. Tras la cresta de las crecientes del río se vienen los impactos
sobre la vida el cuerpo y la salud. Si no hay una vigilancia de la salubridad
las consecuencias imprevisibles son inimaginables pues no sólo están afectados
los asentamientos humanos de la periferia. Las zonas residenciales hoy no
disponen de energía, ni agua potable. Están tan inermes como los sectores
populosos.
Las
poblaciones afectadas por las inundaciones adormitan con hambre entre nubes de
palo santo para espantar los zancudos en las zonas altas. Curiosamente en zonas
residenciales de Piura se apilan por cientos los sacos terreros con el sello de
Defensa Civil. Los sacos terreros de los sectores populosos tienen marcas de
arroz, fertilizante y donativos de Cáritas. La solidaridad institucional se
moviliza organizadamente. Pero en el
mercado pululan los pedigüeños inescrupulosos
que sorprenden a los incautos. No demoran en aparecer los santeros
pidiendo limosna para el perdón de los pecados. Las ollas comunes surgen por
iniciativa generosa pero los vivarachos están a la orden del día. La quinta
plaga son los vivos, los falsos damnificados para levantar con todo lo que
encuentren a su paso.
La
sexta plaga no aparece todavía pero no tarda en llegar. Es la de los expertos
sabelotodo con su mar de conocimiento con una pulgada de profundidad. Llegaron
en 1983 y abusaron de la confianza del Presidente Belaunde. Hicieron un
grotesco festín de la reconstrucción y finalmente cuando la población enardecida salió a las calles. Para acallar
el reclamo el Congreso envió a
investigar los millonarios latrocinios al Senador Francisco Vásquez Gorrio. Que
para colmo de los colmos era ciego. La séptima plaga es peor que la de las langostas depredadoras. Corresponde a las empresas constructoras a
las que se les hace la boca agua por tanta obra pública necesaria para devolver
la actividad económica a nuestras regiones. Puentes, carreteras, diques, redes
de agua potable y alcantarillado. Ciudades enteras borradas del mapa
La
experiencia enseña que en casos de emergencia no hay peor señal para la
población que la ausencia de sus autoridades. En estos momentos se pone a
prueba el liderazgo y la capacidad de respuesta. Definitivamente los cargos
públicos no son nominaciones decorativas para la notoriedad pública sino
obligación y servicio. Ante la ausencia de población organizada aflora el
desconcierto, el pillaje, los rumores tremebundos y las convocatorias al
saqueo. Menudean las noticias falsas, la manipulación de la información y el veneno ponzoñoso de
la desunión. Todo eso se percibe en
Piura con contadas excepciones.
A
contrapelo brigadas juveniles organizadas han dado el ejemplo. Han partido con
ayuda a parajes inhóspitos aislados y sólo accesibles por el aire. Han socorrido
a familias enteras con admirable solidaridad humana. Los hemos visto partir
desde el Colegio San Ignacio. Unos se esfuerzan desinteresadamente. Otros,
entre ellos muchas autoridades desaparecieron cuando las papas se mojan. El
riesgo mayor de estos percances es pervertir la solidaridad humana convirtiéndola en una forma de vida con la
mano estirada. O esperar que otros hagan lo que a ellos les corresponde hacer.
La conmoción de ver una ciudad desencajada, vulnerable, indefensa, para muchos,
es insuperable. Pero hay que movilizarnos y movernos.
Este
2017 la respuesta del Estado fue inmediata. No sucedió así en 1983 y el 1998. Los contrastes, sin embargo, son
crudamente aleccionadores. El patetismo del momento conmueve hasta las
lágrimas. El Catacaos dispendioso del carnaval de ayer ha cambiado su rostro
por el de la tragedia, el dolor y el sufrimiento de hoy. La lección es dura
pero tiene que ser aprendida. La dialéctica de la realidad oronda y lironda obliga
a la previsión. Nos vamos a levantar golpeados con alevosía por la naturaleza pero
no derrotados. No existe en nuestro vocabulario la hazaña imposible.
Desde
1532 en Tangarará se hizo nada el debut fundacional de Pizarro. En 1534 Almagro
dispuso el traslado a Monte de los Padres y dese entonces surgió San Miguel de
Piura. No tuvo un epílogo feliz la acción colonizadora. Entre 1560 y 1570 los
vecinos se fueron a San Francisco de la Buena Esperanza de Paita. Huyendo de
los malos aires infectos que habían poblado la ciudad de ciegos. Pero en Paita
el asedio de piratas y filibusteros al que se sumó la falta de agua. Obligó a que los vecinos solicitaran al Virrey Conde del Villar el traslado de la
población al asiento que hoy ocupa donde
se refundó el 15 de agosto de 1588 como San Miguel del Villar de Piura. El
Chilcal, como se le llamaba estaba próximo a Catacaos.
Diluvios
e inundaciones nos han acompañado toda la vida. El agua es parte de nuestra
vida. Aridez, falta de agua, sed de desierto somos siempre. Pero el agua, los
diluvios e inundaciones nos sorprenden. Nos dan de alma. Hasta que nuevamente
acabamos olvidando la tragedia y rehacemos todo. Pedro Pablo Naranjo marcó una
añeja pared del jirón Tumbes con la altura que alcanzó el río desbocado. Antier
cubrió las bancas y estuvo casi a los pies de La Pola. Las calles están llenas
de lodo, del limo que arrastra el torrente. El Nilo es un don de Egipto. El Río
Piura es un don generoso de Piura pero
al mismo tiempo un azote inclemente que abre cauce en mil direcciones y nos da
de alma. No sabemos si para escarmentarnos o para mantenernos con los ojos
abiertos frente a los impactos del
cambio climático.
Viene
la reconstrucción como rito obligado tras el desastre. No podemos
improvisar y repetir viejos errores. El
crecimiento futuro requiere de un ordenamiento territorial objetivo y realista.
En donde la improvisación, el cabildeo político no conviertan en festín y
reparto de torta los dineros de la
reconstrucción. Hay que escuchar
a los que investigan y conocen.
Aprender de los errores. No es un menester de presumidos sabihondos sino tarea
de expertos que conocen la materia.
Como
bien señalaba el geógrafo don Gonzalo de Reparaz el Piura es un “Río loco: un
río que oscila entre la miseria absoluta y una opulencia destructora que todo
lo arrasa.” En los años 1891,1925, 1941,1943,
1953, 1956 y 1965 -advierte Reparaz- se presenciaron en Piura enormes aluviones
alcanzando en 1965 el impresionante
caudal de 2117 m3 por segundo. Los aforos en 1983, 1998 superan los registros históricos. En el 2017 alcanzó
su máxima descarga de 3. 458
metros cúbicos por segundo. Un record para la historia y para la histeria por
su voracidad destructiva.
Señala
Reparaz: “La lucha por mantener y mejorar el oasis del Piura es secular. Su
mayor enemigo son los paraoxismos del “río loco” con las destrucciones que
provocan a la vez sus aguas y la acumulación de sedimentos. Estos fertilizan
los suelos, también colman cauces y acequias, llegando en algunos puntos a
estar a orillas del nivel de los campos, con permanente amenaza de inundación
en la menor crecida. En esta pequeña Holanda peruana, el hombre tiene que
luchar a brazo partido para conservar estas tierras y las acequias que las atraviesan,
formando una densa red.”
La
tarea requiere indagación metódica e investigación científica. Las
universidades, las corporaciones profesionales, los expertos que monitorean el
cambio climático a nivel planetario tienen que ser oídos y escuchados. Es
alentadora la buen a voluntad del gobierno pero no es suficiente para encontrar
soluciones a los impactos frenéticos de la naturaleza que nos dejan
paralizados. Bien se ha dicho que la sustancia de Piura es energía y fuerza
frente al derrotismo. La juventud ha
dado un buen ejemplo sin la exhibición aspaventosa para las cámaras de la
televisión que en su despiste hacen chicle de la geografía y se solazan en la
tragedia. Piura, a pesar de los pesares, está de pie, firme, unida, juntémonos
en esta hora que ya es historia. Juntos todo somos, unidos todo lo podemos.
Dejemos el revesar de quienes en su afán de notoriedad muerden ya el polvo del
olvido.
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