Por:
Miguel Godos Curay
La tarjeta de mi nieto Santiago |
Esos
percances imprevisibles y desafortunados en los que declina la glucosa pueden
esfumarte la conciencia. Pierdes el conocimiento y sin la atención oportuna puede
sobrevenirte un infarto cerebral con daños irreversibles o la muerte misma. Eso
fue lo que me pasó anoche. Pero mis perros tocan la puerta con sus patas y
tienen un olfato increíble acudieron presurosos en este trance de inconciencia.
Tras la alerta canina. Sin la ayuda de
mis generosos vecinos no hubiese podido ser evacuado a emergencia del hospital
Reátegui. Agradezco la buena atención de la doctora Cory Chamán de turno y la
enfermera de la sección anoche. Me suministraron glucosa. Recuperé la lucidez
por largos instantes extraviada. A todos ellos mi gratitud eterna. Sin vuestra ayuda no hubiera podido escribir
estas líneas. Me esperaba lo peor.
Los ojos de Santiago me ven así, . |
En
ese estado. En ese estar y no estar. No lo olvido tengo el recuerdo vivo y
patente en este trance. Un diálogo con Octavio Zapata Albán, “garra negra”. En
ese conversación entrecortada e irrepetible en medio de la inconsciencia le
pregunté balbuceando a mi hijo Juan ¿dónde estaba Octavio? si me había
acompañado a emergencia del hospital Reátegui. A Octavio
lo sentí, todo el tiempo. Estuvo a mi
lado y respondió a mi llamado: “¡Ya te vi garra negra!”. Recuperada la lucidez,
ya en casa, recorrí los trazos en agua tinta y a vuelapluma de Mario Navarro.
Lo contemplé y agradecí su nobleza en este itinerario indeseable de la
imaginación o del lenguaje generoso de las almas. Mi héroe personal pertenece a
la dimensión ultraterrena. Mi generosa
compañía, de anoche, reposa en el Cementerio San Miguel Arcangel.
He
buscado en Internet aquellas palabras sabias que brotaron de sus labios un
sábado de Agosto del 2015: “Los niños son el capital genético del Perú papá.
Sin la inteligencia de los niños el Perú se revienta. La demolición ya empezó
las minas, el gas, el petróleo no son nuestros. A los peruanos, no nos queda
nada. Grecia está a la vuelta de la esquina y nos hemos dado cuenta. Cada hora
luz, cada minuto luz, cada segundo luz, revienta la economía.”
Confieso,
he vivido ese natural recelo en las puertas del hospital del contagiado por la
pandemia. La misma sensación del gato cuando ve perro. Todos corren. No fue esa
la causa de mi paso por el hospital. Fue un percance letal para un diabético cuando
declina la glucosa a niveles insostenibles y no admite treguas. Para el cerebro
glucosa y oxígeno son los combustibles
vitales. Hace algunas horas salí del hospital. Reitero, estoy muy agradecido por el trato humano y amable
del personal médico y enfermeras de Essalud. Si no hubiese sido por la atención
oportuna. No celebraría con gratitud el día del padre.
Tengo
cuatro hijos que son mi irreductible capital. Soy abuelo. Y es posible que mis
nietos esperen de mi trajinada Laptop fascinantes relatos. Los escribiré pues
resuenan en mi cabeza como olla de pop-corn. Al filo de la madrugada no puedo
sustraerme a la tristeza por los papás y
mamás ausentes en la UNP. En esa vigilia reflexiva escuché con audífonos a don
Fernando Ocáriz el prelado del Opus Dei hablar sobre la Virgen y me quedé
dormido. Mi padre encarnó ese coraje de ajustar las once tuercas de su numerosa
prole. Y ahí estuvo pendiente de todos. Sobre
la losa de su nicho han colocado de él una foto sonriente. Ni adusto ni
cojudamente tieso. Esta el viejo con su
humanidad plena. No tiene pelo como yo. Yo me afeito al primer brote de pelo
aparecido sobre mi cabeza. He aprendido a vivir sin pelos en la cabeza y en la
lengua.
El
instinto paternal tiene la misma esencia del maternal. La madre lo da todo. El
padre, en apariencia, aplica la aritmética de sumas y restas de afecto y de
ternura pero al sacar la raíz cuadrada, raciocinio puro, es siempre protector,
sabio y bueno. ¿Qué no daría por la felicidad de sus hijos? Mi padre me hizo
heredero universal de su reloj de cuerda Olma y un afecto inalterable por los
libros. Una extraordinaria fortuna. Cuando ingresé a la universidad me regaló
la Historia de América de Luis Alberto Sánchez comprada en la Librería Studium.
Cuando le confesé este detalle a LAS me dijo me enorgullece ese premio para la
inteligencia. Conversar con el autor de mi libro favorito, acrecentó mi pasión
por la lectura y la palabra escrita. Escribe
corto para que te lean y bien para que
no te olviden recomienda Pulitzer. Mi padre me enseñó en el malecón, frente al
mar de Paita, que sus castillos, torres, bajeles y velas sólo existieron en la
imaginación. Ese recuerdo etéreo de la infancia permanece junto al esplendor
argentino de la luna de Paita. La imaginación nos sostiene en este mundo
buscando soluciones creativas para enfrentar la crudeza de los tiempos duros.
La imaginación nos hace falta para enfrentar los caprichos de la pandemia.
Los
amigos de mi padre que no fueron pocos eran obreros y pescadores curtidos por
el sol. Muchos como los Ruiz y los Tume de Puerto Nuevo ya se fueron. Todos ellos
con aficiones geniales a los oficios
para los tiempos de veda remendando redes. Mi padre fue pintor de brocha gorda,
experto en sacar lustre a los viejos monumentos de bronce con su pátina verde del tiempo. Nunca perdió
su cariño y gratitud a sus mascotas. Me sucede a mí lo mismo. La vida permanece
incompleta sin la compañía de un perro o
un felino. Son los ingredientes de felicidad. Mis perros están siempre en la
puerta de mi dormitorio. Se les ocurre tocar con insistencia a las cinco de la
mañana. Son un reloj puntual. Pulgarcito y Bartito no son amigos de prolongadas
horas de sueño. Ellos prefieren la siesta. Son mis mascotas. Sienten si estoy
bien o no.
Ser
padre en el Perú en tiempo de pandemia es un esfuerzo colosal enorme. He visto legiones
de comerciantes reconvertirse en vendedores de máscaras, guantes y alcohol. Se
las ingenian para sobrevivir sin los bonos del Estado. Caminan largos trechos porque
no tienen para los pasajes. Los hay quienes con discreción recogen lo que otro
arrojó en los playones de los mercados. Los sacudones de la economía estremecen
a los más pobres. A los que viven de la ganancia del día. Otros están cruzados
de brazos esperando se reactive la economía y acabe la suspensión perfecta.
Mientras
escribo estas líneas muchos padres se movilizan al filo de la madrugada. Unos recorren
las pistas, otros aguardan turno en los hospitales, otros se reinventan para
sobrevivir. Los padres del Perú son héroes de carne y hueso y cuando la
tentación del fracaso nos asalta emergen con vigor ético inusitado. Podrían dar
una lección genuina de honestidad a cualquier funcionario del gobierno. Hay papás
siete oficios. Rebuscan por todas partes y no se dejan morir. Sin embargo, no
existen para la estadística oficial. Sin ellos, no se mueve la economía del país. Mi profunda admiración
y mi entrañable recuerdo a los ausentes. Como en el Pronoei del barrio los
pequeñines repiten a viva voz: “Mi madre es una rosa/ mi padre es un clavel/ yo
soy un brotecito/ que acaba de nacer”. Feliz día clavelito por las imborrables
horas que me acompañan todo el tiempo. ¡Gracias papá!
Post
data: Gracias, muchas gracias a mis amigos de la Escuela de Comunicación. A
todos ellos gracias por su gentil cuota impagable de solidaridad. A todos mi
gratitud y la de mis hijos.
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