Por: Miguel Godos Curay
Isabel Ramos Seminario a los dos años de edad- |
La
casa Museo Grau no es la misma tras la ausencia de Isabel Ramos Seminario. Con
su talante humano, su don de gentes, su entusiasmo despertó el interés por el
tópico piurano a cuanto estudioso visitó la casa. Era una apasionada de la
historia y a fuerza de indagar sobre entronques y linajes acabó de genealogista. Su libro sobre Los Seminario de Piura publicado
en el N° 18 de la Revista del Instituto Peruano de Investigaciones
Genealógicas, es un apreciable documento.
Frecuenté
a Chabela quien fue una fina y viva conexión con los piuranistas Antonio Rumiche Ayala, Carlos Robles Rázuri
entonces Director del Archivo departamental de Piura, Jorge Moscol Urbina autor
de libros profusos en datos El Comercio en Piura y la Historia de la Cámara de Comercio de Piura que abrieron numerosos caminos para
el estudio de la actividad económica
regional. Y investigadores como Anne
Marie Hocquenghem, Juan José Vega, Susana Aldana, Laura Hurtado todos ellos vinculados al pasado regional.
Isabelita
añadió a la Casa Museo Grau la mejor
comprensión sobre el pasado del héroe su proximidad a estudiosos como Ella
Dumbar Temple, Miguel Maticorena Estrada, Miguel Arturo Seminario, José Agustín
de la Puente y Guillermo Thorndike autor de seis volúmenes sobre la vida de
Grau editados por el Congreso de la República.
El escritor encontró en ella a una valiosa fuente de información. Un
camino, partiendo de la intimidad familiar y la mirada de los ojos azul verdes de doña Luisa
Seminario, la madre, penetraba en la grandeza humana de Grau.
De
la Puente penetró en la estatura ética y cívica de Grau, sus valores
profundamente cristianos su lealtad a la Constitución en su contexto histórico.
Grau sigue siendo en Piura fermento de piuranidad. Llamarlo el peruano del
milenio es como convertirlo en una Coca- Cola helada en el desierto para la
mejor sed. Su estatura humana extraordinaria tiene otras reveladoras dimensiones
poco conocidas. Grau es mucho más. Su nombre sabe a sal y a grandeza humana. Si
abrió sus ojos de niño al mar en Paita. Si aprendió a vivir el duro trajín
marinero con austeridad y creció con un temple humano insuperable. Habría que
asomarse, como lo señaló con profundidad aristotélica la doctora Luz González
Umeres, a sus virtudes humanas, cívicas
y cristianas.
Isabel Ramos Seminario, nos aproximó a Grau con su talante humano y ese emprendimiento
invisible que permitió dotar de
mobiliario a la casa museo. Viejas sillas de esterilla estropeadas por el
olvido y la modernidad que estorbaban en el municipio fueron rescatadas y
restauradas para dar vida a los ambientes. Con el concurso de amigos como
Armando Burneo Seminario se completó esta tarea diligente y silenciosa. Lo que
vino después alejó a los visitantes asiduos. Chabelita era parte de esa
perennidad dialogante de ese afecto entrañable por el pasado y por la historia.
Sentimos su ausencia. Su don de gentes, su trato cortés y amable. Distinto de
ese estar y no estar en el recinto. Estar para la foto y escurrirse en la
propicia ocasión para atender a los visitantes. Escolares, ama de casa, piuranos
y visitantes de rincones ignotos del Perú. Nacionales y extranjeros.
Se
ha ido en junio Isabel Ramos Seminario. Se siente la ausencia. Su levedad
recorre los rincones ahí donde se escuchó su voz y se convirtió en magia
encantadora su presencia. Siempre fue un hato de recuerdos, un álbum inacabado
de viejas fotografías sustraídas por furtivos coleccionistas para negociar y reproducir
impunemente. Olvidando, como se dice en Piura, Chabela fue siempre mano
abierta. Generosa y puntual. A decir de Juan José Vega tenía ese don encantador
de la piurana inteligente, conversadora amena, respetuosa y gentil.
Como
en sus cotidianas caminatas por la avenida Grau, camino a la casa museo, será
siempre un grato recuerdo de la piuranidad ausente. Vivimos el vértigo de
criaturas sin memoria. Sin historia y sin identidad propia. Tiempos duros nos
toca enfrentar y sobreponernos a esta bíblica plaga colectiva que con inaudita crueldad nos arrebata de las manos lo que más
queremos y estimamos. No es la primera vez que nos sacude el mal. Tenemos en
nuestra gea la huella de todas las inesperadas tragedias. Dios nos mantiene en
pie. Y a su paso por esta Piura de calles y callejas desoladas descubrió
tras la lluvia repentina entre algarrobos verdes la chabelita más donosa para aliviar su
tristeza. Y se la llevó para siempre.
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