Por:
Miguel Godos Curay
Dice
en su XXI terceto de Proverbios y Cantares el poeta Antonio Machado “...Pero
yo he visto beber/ hasta en los charcos/ del suelo./ Caprichos tiene la sed.”
Esa misma sensación humana desoladora sentimos al paso de las ambulancias con
ulular indetenible. Ese dolor de muerte cuando nos toca los ojos para
arrancarnos la vida. Y no hay límites para la cuenta inacabable de ausentes.
Vivimos en carne propia la paradoja del mundo al revés. Descubriendo lo que
habíamos por largo tiempo ignorado. Sin entender la permanencia y la fugacidad
de las cosas.
Manuscrito del poeta Antonio Machado (1875-1939) |
Un
mundo transformado sin la intimidad del gesto humano. Un mirarnos sin mirarnos
en la pantalla del ordenador como en una ventana por donde asoman ahora los
afectos y los desafectos. Lo odios vomitados, el encono gratuito y el
concupiscente guiño a la pantalla alimentando ilusiones pasajeras. Tratando de
aprender la inauguración de un mundo inédito. De hoy en adelante los clic…
clic… clic… del teclado lo dicen todo en la logósfera planetaria. La sensación
de la proximidad humana no se pierde pero ya no se siente cálida, cordial como
un beso en la frente. Como una sonrisa que lo dice todo. Como el sabor
indescriptible de la guayaba y la ciruela apetecida.
El
tiempo transcurre fugaz pero ya no corre como el agua entre los dedos sino como
el parpadeo de la clepsidra electrónica y no se detiene. Ya no nos comunicamos,
nos conectamos. Nos miramos y miramos a nuestros interlocutores con el pasmo de
los santos de repisa. Ya no sentimos los sabores la gula digital es como la
concupiscencia oculorum que acusaba Saulo de Tarso. Come con los ojos y devora
con las pestañas. Y los afectos son hoy telegramas interminables para la
fornicación mental que inventa nuevos pecados y sensaciones en la nueva era
digital.
Los
juegos de ayer ya no existen. Los nuevos son apasionantes seducciones de las
pantallas en donde aprendes a matar y a convertirte en una fiera experta en
mover sincopadamente los pulgares pero no sabes escribir con lápiz o pluma
tarea convertida en ritual de la arqueología. Hoy lo que se compra se mira y no
se toca cuando lo tocas es muy tarde para el reclamo y aprendes a desconfiar de
todo lo que venden las redes. Se vende de todo, ropa a precio huevo de la
pasada estación, trajes nuevos para lucir en casa. Zapatos para grandes y
chicos. Cosméticos con los atributos de los menjurjes de bruja, remedios
curalotodo, cursos de idiomas para aprender a comunicarse en el mundo global. Imágenes
descarnadas que invocan un like para continuar
su engañifa.
La
asombrosa cosmética digital surte efecto y convierte en musa a una moza carente
de encanto y de belleza con glúteos de cebolla china. Lo que la cirugía
estética no da Photoshop brinda. La
realidad no iguala a la foto retocada, a la imagen que seduce y atrae por sus añadidos
panqueques virtuales. Una abuela con arrugas de reseco maracuyá rejuvenece y
una adolescente audaz se aumenta los años para presumir. Un imbécil con gafas
aparenta ser inteligente. Y un
inteligente corre el riesgo de convertirse en un robot extasiado por los
juegos. Los ajedrecistas desafían a la máquina con la pretensión humana de
ganarle una partida. La tentación de la aparición en Facebook no se detiene.
Sino apareces en las redes sociales no existes.
Ya
no se leen las páginas de papel de los libros los textos aparecen en la
pantalla en la versión virtual. Los habituados a la letra impresa y a sentir un
libro entre manos corremos serio peligro. Somos una especie en vías de
extinción e integramos tribus silenciosas que busca en el inmenso océano de la
nada y en las junglas de los mercados: libros. Libros para llenar vacíos y verter
conocimiento en las mentes. Libros que nos abran los ojos a la belleza. Libros
que nos enseñen y nos hagan mejores en todo. Libros que son grata compañía para
el que está solo y emprende la tarea, como Proust, de ir en busca del tiempo
perdido.
La
soledad con libros es transitoria y pasajera. El libro despierta pasiones tiene
su propio aroma de papel y tinta. El libro viejo posee ese atributo divino de
ser como el “bonus odor Christi” el buen olor de Cristo que nos sacude, con convicción
y certeza profunda, para abrir el entendimiento e iluminar la inteligencia.
Leer es una invitación gentil a pensar y experimentar la lectura como un acto
propiamente humano. Emprender una aventura que motiva el escribir, recordar,
comentar y extraviarse en una búsqueda insaciable de un libro a otro, párrafo
por párrafo, abrir la puerta a un sueño. Algo así como vaciar el reservorio de las emociones y
vivencias propias de la cultura escrita. Leer nutre el alma, despierta la sabiduría
y la prolonga en el espacio y el tiempo con
un afán de perennidad más allá de la muerte.
Mientras
un peruano o peruana lea mi país tiene porvenir. Mientras un joven estudie
permanecerá esa práctica generosa de leer escribiendo y escribir leyendo. El
estudio requiere pasión. Leer, advierte Jorge Larrosa, es una experiencia
infinita, inapropiable e interminable. Finalmente escribes lo que lees y lees
lo que escribes. Es una experiencia arrobadora, un ensimismamiento íntimo,
callado y gozoso. Es ahí en donde surge la provocación de la letra y muerde las
fibras interiores, lees y escribes, escribes y lees.
Aprendes
a utilizar las palabras, las escribes, las saboreas, las sientes, disfrutas de
la sonoridad y de su potencia como tañido de campana. Abres los diccionarios
como un oráculo revelador de significaciones ontológicas íntimas en el silencio
de las calles desiertas. Las palabras ondulan el silencio como la piedra que
cae sobre el espejo de agua del estanque. El silencio de las palabras es el
silencio de Dios. Las palabras respiran, tienen vida propia, Martos dixit, nos
hablan con naturalidad elemental, también las hay osadas y audaces, sacuden e
interrogan, Las de invicta nobleza son
sensiblemente humanas y elevadas. Las de
amor son ternura de flor que abre sus pistilos. Su código genético
busca la perpetuación de la vida y dan frutos.
Hay
palabras que bullen en la punta de la lengua ordenan o reclaman, exigen y
buscan respuestas. Asombran o silencian. Las hay impronunciables son el veneno
que mana de la boca de Judas. La mentira perversa, la farsa, el engaño, la
traición. El sebo de culebra, la hiel amarga, la ponzoña del escorpión, los colmillos de la
víbora, la sarna intelectual de la envidia, la soberbia químicamente pura, la
enana mediocridad. Hay palabras para entretener y repiten los
circunloquios de los trompos. Hay palabras que brotan de las profundidades del
alma. Son generosas y agradecidas. Y las hay intensas y emotivas pues despiertan
amor. Hay palabras sublimes con la potencia de un recado entregado a las oídos de
Dios. Saben a ruego y a perdón. Tienen la estatura de la Vía Láctea y la
humildad de un sorbo de agua para aplacar la sed.
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