Por: Miguel Godos Curay
El escribir nos inmuniza contra el olvido. Escribe es un menester humano, el recordar es divino |
Escribir no es fácil pues requiere pensar. Tener
claridad de ideas. Pasión por la palabra y por la lectura. Elegido el tema se
plasman las ideas principales sobre una cuartilla y en el fluir del pensamiento
el mensaje cobra cuerpo y se enriquece. Es necesario seguir el orden
gramatical, la musicalidad propia del texto bien escrito. El vigor de la
palabra no está en las sandeces y majaderías aderezadas con ajos y lisuras. La
palabra oportuna lo dice todo. No se amilana y se expresa con propiedad, Hay
quienes deslizan como un tren errático palabras atropellando significados, en
realidad, no dicen nada. La palabra escrita con primor es agradable al oído. El
discurso agresivo y malsonante es otra cosa. El desliz procaz y grosero es como
el pervertido disfrute del puerco traga heces.
Al escribir, como en el desafío atlético, importa un
buen comienzo y un buen final. El llamar a las cosas por su nombre es una
necesidad humana. El enredo, el
artificio y la pirotecnia verbal no son buenos recursos para producir textos
inolvidables. El pie forzado al momento de escribir es como el mal escribir
copiando una empalagosa y seductora carta del folletín secretario de los
amantes. Mucho ruido y pocas nueces. La falta de sinceridad se siente, la
originalidad se percibe a muchas cuadras de distancia. La apropiación de textos
ajenos o las copias sin referencia de fuente, no tienen ninguna utilidad salvo,
recordarnos al que mal escribe.
Escribe lo que sientas conforme a las temperaturas del ánimo interior. Las
cartas de los derrotados en la batalla son monumentos al pesimismo. La
autoconfianza, el aplomo y la seguridad se expresan en frases cortas pero
intensas. Los afectos fluyen en las cartas de amor a mamá. Pero el odio destila
veneno y hiel en los resentidos, los perfeccionistas a ultranza, los
frustrados, los buenos para nada y ese universo inagotable de cojudos. El
acojudamiento es un defecto popular. Está presente en las epístolas de los
aprendices de políticos. En la falta de escrúpulos de los capituleros siete
suelas y lameculos especie abundante en la viña del Señor. Hay también toda una legión de profesionales de la
mentira, la adulación y la porfía.
Otra es la sinceridad que acompaña la claridad del
corazón y la mente. El buen gusto y la buena educación andan de la mano. La
falsedad es la cosmética de la felonía y la traición. La disculpa del contumaz
y el deporte de los farsantes. La maledicencia convive con la envidia, el raje,
el candor ladino del que muerde con veneno. Escribir es un ejercicio para las
yemas de los dedos en la PC. Pero también un ejercicio para los dedos en riesgo
de deformarse por el abusivo uso de los pulgares al momento de utilizar el
celular. Escribir, permite dar rienda suelta a los trazos, dar carne a las
ideas. Anotar con precisión las obligaciones personales y los compromisos
adquiridos en el hogar y la escuela. La memoria es frágil la escritura es un
artificio inteligente para no olvidar.
Pero también es un esfuerzo sutil para anotar los deseos, aspiraciones y
propósitos. Una autopista para los sueños.
Si hay una destreza extraviada todos los días es la de
la escritura a mano primer menester humano en la revolución del conocimiento.
Se escriben los nombres de las cosas y todo aquello que nos rodea. Pero también
de todo aquello que nos alegra y regocija por sobre todas las cosas. Dios
enunció sobre la piedra sus mandamientos. Abrió nuestras mentes a la perennidad
placentera. A la admiración inquietadora e inquietante de los primeros trazos
del niño sobre la pared impecable. Escribir es humano y recordar es divino. No
hay sensación más grata que escribir
sobre la primera página del cuaderno tu
nombre. Trazos y rizos que representan la vida y el ser en el tiempo. Una carta
en la que hablan a media voz tus sentimientos.
La escritura nos inmuniza contra el olvido. Acopia el
inventario de las deudas de la abuela. Es el trazo sobre el empaste de yeso
fresco en la boca de la tumba. Es el grito que clama en la pared libertad y
justicia. Es el nombre de la tierra nuestra sobre un cartel descolorido. Es el
nombre de la escuela sobre el muro recubierto de cal. La marca con tinte imborrable de la pepa de
palta sobre el pañuelo. Es el ¡Viva el Perú! sobre los muros de la empresa
pública privatizada por el gobierno nacional. Los nombres insignes en las
cruces del campo santo. La declaración del enamorado en la cresta de sus más
intensos afectos y el memorial de todas las infidelidades juntas en las que se
detiene el tiempo. Es la receta del médico con una caligrafía de hiedra enredada.
Es la marca ancestral sobre las piedras de Samanga y el trazo de la huella de
Cristo en el camino de los Quinchayos. El nombre del camión en letrones con
faltas de ortografía. Es la frase “Yo también fui último modelo” sobre el Ford
destartalado. Y el admonitorio cajamarquino “Le pones Agustín sino regreso”.
La escritura es todo. Todo es escritura. No dejes de
escribir por pereza o por flojera. Escriben los inteligentes no las bestias. No confíes todo a tu memoria porque el olvido
es un gusano devorador de los paisajes más excelsos de tu vida. Escribe para reconciliarte
con sí mismo y trazar las metas de tu vida. Escribe para no olvidar esos versos
que flotan en tu memoria y el nombre de los seres que más amas. Escribe cuando
estés solo insuflado por nuevas aspiraciones y desafíos. Escribe lo que piensas
hacer, y lo que vas a dejar de hacer
porque tu vida es muy valiosa. Escribe para dar agilidad a tus dedos y hablen
por sí mismo tus pulgares deformes. Escribe porque eres inteligente y tu cabeza
no es una sonaja sin ritmo y no acompaña la existencia humana. Escribe una
frase diaria que estimule el ser mejor persona, mejor padre, mejor hijo, mejor
ciudadano, mejor estudiante. Escribe, es el mejor antídoto contra el Alzheimer.
Escribe, las neuronas de tu cerebro se activan cuando piensas y brotan de tu
interior ideas maravillosas. Escribe para agradecer a la vida que te dio tanto.
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