Por: Miguel Godos Curay
La Universidad Nacional de Piura tiene catorce facultades y brinda 35 carreras profesionales a la juventud estudiosa. |
La universidad es lo que no es. No
es una comunidad de loros repitiendo lo mal aprendido en los libros. Ni una
comunidad salpimentada por títulos académicos obtenidos en un festín de
favores. Nada tiene que ver con aulas y pizarrones impecables sino se cogita
con sentido crítico y se buscan soluciones a los desafíos del territorio. Nada
tiene que ver con laboratorios vacíos en donde no se investiga, ni se indaga ni
se aplica el conocimiento obtenido. No es un repositorio de libros impresos y
virtuales que nadie lee. Tampoco es un campus en donde se talan sin la técnica
conveniente los pocos árboles que se mantienen en pie. Tampoco es un mundillo
infeliz en donde no existe el genuino regocijo por el saber y la lectura. No es
un mercadillo de títulos de una oferta formativa para desempleados que nunca
ejercitan su profesión.
La lectura y la producción intelectual
le son consustanciales. La universidad con cerebros en blanco que no piensan y
sólo buscan el provecho propio no existe. Es una comunidad viva del
conocimiento y los saberes. No es una comunidad boba en la que la vida discurre
como en esos arroyuelos que finalmente se secan y desaparecen. En la sociedad
del conocimiento las personas valen por lo que saben no por lo que tienen. La
mayor riqueza es el conocimiento no el desconocimiento. Ni la acumulación
material que tras la muerte inevitable no cabe en el ataúd.
El capital más valioso de un país,
la juventud, se forma en la universidad. Académicamente se prestigia por los
profesionales de calidad que forma y entrega a la sociedad. Está subordinada al
bien común. Y subsiste con los recursos qque recauda y los que le otorga y
suministra el Estado los que deben ser cautelados por los órganos de control.
Sino funciona así es una cofradía de vivos, la cueva misma de Ali Baba. La
universidad produce capital con el conocimiento que aplica. Le resulta impropia
la orfandad, el dispendio irresponsable de sus recursos, el manejo negligente y
el convertirla en una tierra de nadie.
La vida universitaria se resume en
el estudio, el debate y la investigación. El conocimiento se comparte y se
expande. No encaja con ella la avaricia y el pueril negociado de separatas con
los que una mala estofa de docentes lucra impropiamente. Uno es el
reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual. Otra la mermelada pesetera. Advierte Roland Barthes, el docente
en la primera etapa de su ejercicio pedagógico enseña lo que sabe. En un
segundo momento lo que no sabe y aprendió de los libros. Finalmente tendrá que
desaprender todo para aprehender nuevo conocimiento. El conocimiento evoluciona a diario. En cada momento se refresca y
renueva. De lo contrario se fosiliza y estaciona improductivamente. Como en la
poesía el viejo conocimiento abre paso al nuevo. Nosotros los de ayer ya no
somos los mismos.
La universidad requiere de tres
tipos de saberes. Los humanísticos o propios de la inteligencia creadora. Los
científicos o epistemológicos en todos los campos de la ciencia y la actividad
transformadora de la técnica y los filosóficos sustentados en la ontología como
profunda actividad humana. El sentido de la vida por sus causas primeras y
últimas. Sin la ontología la existencia no tiene dirección ni sentido. La ética
y la moral necesitan de un soporte imprescindible como ingrediente de la vida y
el progreso social. El bien común es fin de la justicia y el respeto a la vida
humana obligación cardinal. No se puede erigir un edificio de responsabilidad en los estudiantes sino se abre su mente a la
comprensión y apropiación de los valores que transforman en plenitud su
existencia.
El estudiante de escasos recursos educado
con mucho esfuerzo tiene el potencial de una enorme posibilidad de progreso,
cambio y transformación de su familia. La universidad pública se dirige
especialmente a quienes por sus capacidades intelectuales y humanas necesitan
de una oportunidad de crecimiento y mejora. La universidad cambia vidas y
transforma conciencias. Sus benéficos impactos se multiplican en la sociedad.
De ahí la importancia de dotarla con recursos para el cumplimiento de sus
responsabilidades y excelsas funciones.
Por eso el Estado peruano debería
disponer que los bienes incautados al narcotráfico, la corrupción, la minería
ilegal y el contrabando deberían destinarse también a las universidades que
requieren conforme a sus urgentes necesidades brindar mejores servicios
formativos en regiones donde menudea la pobreza. El fomento de la investigación es prioridad
inmediata. Tan urgente como el dominio del inglés en sus docentes. La
literatura científica fresca se edita en este idioma. Las traducciones demoran
cinco años en llegar a las editoras cuando ya hay nuevo conocimiento en el
camino.
La universidad peruana debería
asumir un solo concurso anual nacional para cubrir las plazas docentes vacantes.
Conforme a las demandas debe disponer de facilidades para movilizar
inteligencias y capacidades en todo el país. El remedo de autonomía
universitaria puesto en juego hasta hoy sólo ha logrado la manipulación de los
procesos concursables y la incorporación de rémoras académicas. Lejos de
mejorar la calidad formativa la envilecen y degradan. La universidad pública no
es ni debe ser un asilo de funcionarios y momias académicas pendientes de la jubilación. Requiere de docentes jóvenes
altamente calificados con remuneraciones atractivas disponibles en todas las
regiones del país en donde existe necesidad urgente de capacidades. ¿Es posible
el cambio?
Lo propio sucede con la escasa
producción intelectual. Si un docente universitario no tiene la suficiente
capacidad para redactar un artículo para periódico sobre sus experiencias de 30
o 40 líneas. Mucho menos tendrá capacidad para producir un artículo científico
para una revista indexada, 40 a 50 páginas, sometidas a la evaluación de pares
y expertos. Hoy el conocimiento se demuestra
y la capacidad se prueba y aplica. Decía la científica social franco-alemana y
piuranista por adopción Anne Marie Hocquenghem que un investigador que
diariamente y con disciplina redacte 30 líneas a la vuelta de un año tendría un
libro de 365 páginas. Tras una paciente y escrupulosa revisión podría reducirse
a la mitad sin que deje ser el contundente cuerpo de un texto de cualquier
especialidad.
Pero no hay que andar anonadados
como Proust en busca del tiempo perdido.
Eufemísticamente nos falta tiempo.
Advertían cooperantes italianos en Piura. Los piuranos somos buenas personas
pero dedicamos una hora al cebiche y no menos de 15 minutos al trabajo diario.
Hoy somos expertos el web-veo en el mirar sin límites el celular todo el día
con un sentido poco responsable de la administración del tiempo. ¿Podemos
responsabilizar al clima de nuestros fracasos, de nuestro analfabetismo
funcional de saber leer y no ejercitar la lectura diaria? De esa alergia injustificada frente a los
libros porque nos contentamos con poco. Nos sofoca la vida intelectual.
Finalmente perdemos tiempo ocupándonos Ede la vida ajena. Nos carcome esa
señora que muerde sin comer a la que Alfonso Reyes llamó “doña envidia”. ¿Es
difícil salir de esta aburrida rutina de ostras?. Hay quienes viven en la universidad pero lamentablemente
la universidad no habita en sus conciencias, en sus hábitos personales y hace
tiempo dejó de existir en sus neuronas.
Campus de Miraflores, 3 de marzo
del 2020.
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