Por:
Miguel Godos Curay
Estherfilia Godos Atoche inolvidable maestra paiteña |
Ayer
a las 9.00 de la noche partió la maestra
Estherfilia Godos Atoche. Con ella se fue una tradición de enseñanza con
silabarios Mantilla repetidos interminablemente pero que educaban el oído para
la correcta pronunciación. Transmitió la aritmética con un agudo sentido de la
economía que incluía pizarra y tiza. Las tablas de sumar, restar, multiplicar y
dividir. La lectura pausada y la caligrafía de letra impecable. Muchos porteños
fueron sus alumnos. A todos ellos recordaba con puntualidad hasta que
emergieron por el paso del tiempo los achaques y borrones de la memoria. De
ella heredé los canutos para plumillas de tinta.
Católica
hasta el tuétano, empezaba el día con la obligada oración e invocando a todos
los ángeles para su tarea cotidiana. Ella me enseñó a leer y escribir. Los
rudimentos de la aritmética. El contar por decenas y docenas con granos de maíz
o pepas de tamarindo fue su invento personal. El sistema decimal lo hacía
comprender a discretos alumnos mayores con reales y pesetas. Tenía alumnos
adultos alfabetizados hasta el ritual pedagógico de escribir su nombre y
borronear una firma para obtener la libreta electoral. En mi enorme firma está
viva su huella y en el trazo de la “m” mayúscula y la “g” del apellido.
Otra
de sus pasiones envidiables era su superlativo amor por loros, pericos,
negritos soñas y gatos a los que ponían nombres de personas y con los que
hablaba a viva voz en las estaciones inagotables
de su soledad. Su escuela quedaba en el jirón Mélendez un parvulario de los
viejos tiempos en los que era una utopía el jardín de la infancia. Su sutil -método pedagógico- incluía el aprender a ver la hora
en la torre de la Iglesia de San Francisco. Y en el leer textos de noticias de
La Industria un matutino que compró puntualmente hasta su desaparición. Un diario según su opinión sobrio, austero
cuya revolución gráfica empezó con las ilustradas ediciones gráficas en offset.
Fue ella quien me habló de Elmer
Núñez, su director.
Hermana
de mi padre. Con ella se acaba un ciclo de los Godos Atoche de Paita. Nunca
dejó de concurrir a la misa dominical y últimamente comenzaba y recomenzaba el
rezo del rosario. En los últimos años, su existencia, se fue complicando por la fragilidad de sus
huesos. Se fracturó el fémur y contra todos los pronósticos le soldó y volvió a
caminar. Su vida se convirtió entonces en un dictado de clases interminable. Hasta
el momento de su partida.
Tenía
el calendario en su cabeza y su lealtad con el almanaque Bristol no se
extinguió por nada. Conocía al dedillo los ciclos lunares. Y en su silabario
habitaban palabras como Kalmuko, oriundo de Kalmukia un pueblo mongol en la
estepa siberiana. Este libro en el que aprendieron a leer nuestros abuelos
tenía caracteres romanos, cursivas, letra gótica cuya lectura tiene una extraordinaria
utilidad al momento de
familiarizarte con la letra impresa.
Nunca
fue mezquina con el pan francés de don Almerjo Rosado que compartía con
plátanos de seda. El fogón de la casa de
mi abuela mantenía el sutil aroma del
pescado frito en manteca. El hablar de
las chispeantes brasas. El avivar el fuego en pequeñas brasitas con soplidos.
Otro tiempo con lamparines de kerosene. De lectura menuda de los diarios con
una cortesía envidiable. De ollas alineadas como para una desfile.
La
memoriosa maestra tiene ahora el descanso merecido pues se sobrepuso al olvido
y al silencio. Su envidiable caligrafía es como un sortilegio que deja huella
en la inagotable línea del tiempo. En cierta ocasión visitando Yacila extasiada
por el mar se acercó hasta el extremo final del muelle. Los pescadores
advirtieron una ola enorme que desboradaba el muelle. Unos gritaron “salgan del
muelle”. Y otros “saquen a la viejita”. La ola pasó refresco con un baño a los
visitantes. Ya en la playa la maestra preocupada preguntaba. ¿Rescataron a la
viejita? Desentendiéndose que ella misma era la preocupación principal en el esplendor de sus 90 y tantos años.
Se
fue un 3 de enero conmemoración del Santísimo nombre de Jesús y de santa
Genoveva. Hoy debe partir a Paita. Nuevamente se reunirá con la familia. Esta
maestra irrepetible se va con esa proverbial austeridad de la que repetía
siempre “lo mejor de tu vida es lo que das a los otros”. Nosotros somos aves de
paso. Una plumita frágil en las manos de Dios.
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