Una inolvidable Nochebuena
fue la que pasé con Octavio Zapata. Ninguna pollería quiso atendernos y la
única que respondió a mi pedido atiborrada de gente me envió a la cocina y ahí
me fui con ese inolvidable amigo tan humano, tan inteligente, tan olvidado y
cubierto de olvido y de andrajos. Octavio usó con elegancia los cubiertos y
comió hasta saciarse. Esa noche se estremeció el alma y cuando conté a mis hijos lo sucedido me dijeron
-¿cuántos Octavios habrán en la tierra que no tienen que comer?. Me quedé
absorto por el razonamiento. En otra ocasión cuando se produjo el linchamiento
de un abigeo en Loma Negra los presuntos victimarios estaban en la
carceleta del Palacio de Justicia. Pedí
a los vigilantes de la policía que permitieran ingresar y lo hice con mi hija
de apenas cinco años. Mientras entrevistaba a los detenidos. La niña peguntó al
más viejo de los detenidos si tenía niños. Y si los niños iban a la
escuela. Si comían o no comían. Me quedé
mudo. Al salir caminando a la redacción del diario. La niña me dijo –Esas
personas son buenas y no mienten. Son pobres nadie los quiere escuchar - .
Entonces con ese combustible humano empecé una batalla periodística por los
detenidos. Siento aún la estrechez de la celda.
Tengo con mi tribu una
convención familiar para arremeter contra la vejez. Leo diarios y libros con
una lámpara adosada a mi cama. Un
escritorio y estantes con muchos libros. Una PC para recorrer las primeras
planas de los diarios del mundo. Una tv en la que accedo a CNN y a Fox. Un botiquín de pastillas de todo color
que deliberadamente olvido. Agua fresca, plumas de tinta líquida mi intensa
pasión. Fichas por kilos. Y una campana de bronce que utilizo para pedir auxilio cuando
sobrevienen repentinos los calambres. Santiago mi nieto me sorprende
diariamente recordándome que tome las pastillas. La última vez que tocaba la
campanilla con los muslos acalambrados pidiendo auxilio. Santiago me sorprendió
con esta interrogante: ¿Tu eres Papa Noel?
No pude contener la risa y sin más ni más se pintaron de navidad mis
humanos percances.
La navidad para los peruanos
tiene un profundo sentido cristiano y humano. He buscado en youtube ese
villancico de Luis Aguilé que dice: Ven a mi casa esta navidad. Lo escucho con
emoción evocando 60 navidades. Me siento como un niño con juguete nuevo.
Recorro los callejones de Paita con personajes inolvidables. Recuerdo con mucha
emoción a Monseñor Daniel Turley al “Padre Daniel” que recuerdan los campesinos
de San Domingo de Morropón. A David Petraitis un agustino de Lituania al que
llegué a estimar como un hermano en mi
estancia por la sierra. A Monseñor José Antonio Eguren Anselmi cuya indeleble
amistad y sinceridad brota con espontaneidad con mucho cariño por Piura.
Viene a la mente en el
recuerdo y el cariño el padre Ubaldo Ramos Cisneros entrañable amigo y hermano.
La canonización de Monseñor Arnulfo Romero era su fervoroso deseo. Entonces
Lucho Córdova pintó el rostro de Monseñor Romero en un polo que Ubaldo lucía con convicción. Al
padre José María Navarro Pascual generoso consejero. Evoco a mis hijos que pese
a estar agotados por la celebración navideña a primeras horas me pidieron
visitar la ermita de la UDEP. Ahí en donde una escultura de Julián Alangua (Bilbao
1916 - Lima 2013) que representa la huida de Egipto entregada por Don Álvaro
del Portillo enternece. De este recorrido mañanero no me olvido. Mis hijos ya
mayores atesoran recuerdos y les ruego que hagan el mismo itinerario con sus
hijos entre los algarrobos y la verdura del Campus.
La navidad tiene un profundo
sentido cristiano más allá de lo material opulento y vulgar. La ternura, el
afecto, la amistad, la sinceridad, la lealtad humana no tienen precio. La
amenaza mayor del materialismo es el hacernos creer que todo en la vida tiene
precio. Esa sensación pervertida de primacía
de la materia sobre el espíritu. Entonces la ternura se convierte en el
meretricio del afecto. Y el afecto en sometimiento incondicional al capricho
ajeno. La amistad, la filiación se subordina al interés personal. La mentira
atropella a la verdad y a la sinceridad genuina propia de las buenas personas.
La lealtad natural vincula a los buenos con los buenos y se pierde cuando se
convierte en el convite de los malos y podridos. Ahí todo se deforma
monstruosamente. Un enlodar la conciencia con apetitos subalternos a costa de
la felicidad perdida.
Pero ahí estamos.
Nutriéndonos de afecto humano, de desprendimiento, de humildad de borrico junto
a Jesús. De deseos de niño bueno en noche de pascua. De ilusiones para imaginar
y construir un mundo nuevo. De alegría convertida en música. De ánimo para la
madre que lo entrega todo por su crío. De
fidelidad de mascota que día y noche te acompaña y te mira como si
leyera el pensamiento. El aire fresco de la madrugada agolpa las ideas y surgen
las palabras. Pienso y repienso. Los sentimientos alimentan la vida de sentido
al margen de los odios intestinos y las pesadumbres. El monólogo interior
brota mientras cae la lluvia. Anchos son
los caminos y fatigosas las jornadas.
Los viejos arrullos de los
pastores y pastoras que visitaban en cada barrio los nacimientos vienen a la
memoria: “Arru-rrú mi niño / que parió la gata/ cinco borriquitos/ y una
garrapata”. Mazamorras y chicha de maní para los pastores: ”Duérmase mi niño/
duérmase en la hamaca/ ya viene la
mazamorra/ y la leche tibia de la vaca”. En olla de barro hervía el
aromático cacao con canela y clavo y batido
con molinillo el chocolate estaba listo
para la cena. “Este niño tiene sueño / muy pronto se va a dormir/ Tiene un
ojito cerrado/ y el otro no puede abrir”. Antes del panetón fue el pastel de
fuente preparado por las abuelas con harina de trigo, manteca, azúcar rubia y
huevos. Dulce acompañante del pavo criollo. Los mayores brindaban con
aguardiente, vinos dulces y anís del Bolo. Los miaditos del niño eran
infaltables. La lluvia fresca nos acompaña esta noche y es nuestro vivo deseo
que mis amigos, los amigos de mis amigos con sus buenos deseos construyan
una cadena interminable de paz y amor
humano por encima de todas las cosas. Así derribamos los muros y pretensiones del odio y el rencor. ¿Entendiste mi buen Jesús este deseo?
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