El maromero tradicional |
Por: Miguel Godos Curay
El
dron quedó atrapado en el árbol y su autonomía de vuelo se convirtió en
estornudo. Una cometa de carrizo papel colorido e hilo templado y cordel se
eleva en el firmamento y con su cola de trapo viejo se enfrenta al viento y
coletea. El cielo poblado de cometas de todo tamaño evoca la experiencia de
Benjamín Franklin en plena lluvia que lo convirtió en el inventor del
pararrayos. La cometa era producto de las manos de la selección del carrizo más
liviano y de pita encerada, para que tiemple, engrudo y papel cometa. Volar
cometa es una experiencia humana irrepetible. Y utilizar el hilo, en pleno
vuelo, para enviar una carta a Dios, una experiencia humana extraordinaria.
No
hay niño de antaño que no haya sentido la emoción del maromero mostrando sus
habilidades de modo interminable. Anne Marie Hocquenghem, la historiadora, en
sus momentos libres se entretenía con sus
piruetas. Los maromeros eran fabricados por docenas en el
establecimiento penal. Otros en la carpintería del barrio. La ventaja de tan
menudo entretenimiento está en el no necesitar pilas y practicar de modo
incansable sus habilidades atléticas en la barra.
Otro
entretenimiento divertido era el aro. Con gancho en mano la rueda tenía un
movimiento interminable. Lo hacía después de muchos intentos pues con el aro se
afinaban los brazos se movían brazos y piernas. No son diversión paralizante
como la de esos juegos electrónicos con pantalla que deforman el cuerpo humano
por que el jugador empedernido juega y traga al mismo tiempo
convirtiéndose en trampolín a la
obesidad.
Las
pelotas tradicionales eran de buche de pavo, de medias viejas y de infinita
creatividad. Como paso previo a la pelota de cuero corriendo el arenal. Todavía
no se había inventado el fulbito versión ridícula del fútbol con arco de palos.
Corriendo la cancha de punta a punta. Fortaleciendo los músculos, sudando la
camiseta. Igual sucedió con el baloncesto con aro colgado para ensayar puntería.
El baloncesto mueve piernas y brazos. Despierta la inteligencia del deportista.
Quien jugaba básquet a fuer del ejercicio crecía centímetros, sus manos eran
firmes y sus movimientos resueltos.
El trompo una primorosa enseñanza de astronomía |
Primorosas muñecas de trapo mejicanas |
Las
niñas se entretenían con primorosas muñecas de trapo que por docenas llegaban
al mercado fabricadas con retazos, rostro sonrosado con chapas carmesí de tela
y moños. Los nombres eran sugerentes Chabelita, Chonita, Mechita. Ningún retazo
de la costurera quedaba inutilizado. Con pasmosa creatividad se enriquecía el
imaginario infantil. A ello se sumaban la ollitas y tiestos de barro, jarritas
y platos diminutos para aprender el trabajo de la casa. Los demás era imaginación pura y la fantasía contagiosa de
los niños.
Sumemos
a ese territorio de las ilusiones el juego a los gallos con las pepas de la
lúcuma entre los niños de la sierra. La sampapala atada a un fino hilo con la
que desafiaban el vuelo de un avión
imaginario. Las bolichas de vidrio de
colores para jugar a los ñocos. Los canutos de hilo recogidos del taller del
sastre daban vida a poleas creativas de ingeniería diminuta. Con el palo
de la escobas fabricaban cangas arrojadizas. El máximo
premio era la bicicleta Monark para correr y fortalecer las piernas por las
calles empastadas de cemento. Grandes trechos se cubrían en bicicleta. Famosas
por su función pública eran las bicicletas del cartero, el telegrafista, el
distribuidor puntual de La Industria y del Policía Municipal. Siempre se
consideró a la bicicleta un invento sabio para toda la vida.
Hoy
a contrapelo juguetes sofisticados inundan los mercados. Muñecas que estornudan
y hablan. Dinosaurios que emiten sonidos atemorizantes y se desplazan movidos
por sensores electrónicos. Juegos electrónicos computarizados con audífonos y
dispositivos virtuales para simular guerras espaciales o partidos de fútbol
sin moverte del asiento. Sin contar
armas e instrumentos agresivos para el
juego manido de una contienda persecutoria con armas de fuego. Siguen el
monopolio, el ajedrez y otros juegos de mesa pervertidos como el de la ouija
para intentar una comunicación con el más allá.
El
juego, la actividad lúdica tiene un
papel insustituible en el despertar de
la inteligencia pues nos prepara para la vida. El niño que juega simula lo que
va a ser y hacer en el futuro. El juego
ilumina con potente energía la vida interior y alivia las tensiones cotidianas.
Las sociedades con niños y adultos que no juegan se tornan esquivas e
inhumanas. El juego nos conduce progresivamente en el entorno normativo que
ordena la existencia en un clima de respeto y tolerancia. El tramposo en el
juego infantil, no nos extrañe, puede ser más tarde un evasor de impuestos o un
ladrón de cuello y corbata. El que juega aprende a administrar sus
frustraciones y se prepara para un desempeño mejor. El juego es un método muy
creativo de aprender y aprehender nuevo conocimiento. El niño que cuenta pepas
de tamarindo o bolitas penetra en el mundo del número con sutileza y aprende.
El que construye su cometa y la prueba en pleno vuelo, se graduó
insospechadamente en aeronáutica, geometría y ciencia espacial.
Hablando
en las calles de Lima con un avieso domador de ratas. Le preguntamos ¿cómo es
que se inició en ese inusual oficio? Me respondió que siendo niño descubrió la
inteligencia y solidaridad entre los roedores jugando con ellos. Tienen hábitos
sociales en apariencia imperceptibles a los humanos. Les encanta el juego. Ese
aparecer y desaparecer que suelen demostrar en el mundillo doméstico pone en
juego su capacidad inteligente. Su memoria les permite pasar por alto cualquier
raticida confundido con comida. Y cuando pierden el miedo a los humanos suben
sin temor a las manos y acaban haciendo demostración de su habilidad para
erguirse en dos patas. Y si les das de comer son agradecidas. De niño jugaba
con los pericotitos… con ellos descubrió a un viejo acompañante de la progenie
humana. La rata.
Estimular
el juego en los niños es una necesidad urgente. En Israel, los niños juegan en
los campos entre orugas y maquinaria
agrícola abandonada simulando su trabajo futuro en el campo. Lo hacen con
pasión y en aparente ingenua disciplina. En otras ocasiones saltan a la soga y
se divierten en columpios y subibajas. En Japón los niños se divierten jugando al tenis, el Go y al
ajedrez ensayando jugadas geniales, siempre compiten en todo. En habilidades
musicales ejecutando instrumentos, en uso de patines y deportes audaces. En el
Perú, los niños pertrechados de pistolas juegan a policías y ladrones. Los
juegos electrónicos favoritos en Internet son de inaudita agresividad. Algunos
papás adquieren juguetes sofisticados para sus hijos. Los deportes cada día
vienen a menos. Nos faltan más estímulos al ajedrez, al baloncesto, al fútbol,
al tenis de mesa. No a esos deportes convertidos en pretexto para el consumo
sabatino de alcohol. El deporte despierta el afán de competir y tener un
mejor desempeño. A los juguetes tradicionales, eternos, generosos,
añorados, compartidos, creativos, ingeniosos y siempre dispuestos a abrir los
caminos inolvidables de la felicidad nuestra inolvidable gratitud.
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