Por:
Miguel Godos Curay
El Obispo de ChulucanasMonseñor Daniel Turley venera al Cautivo de Ayabaca |
El
frío mañanero de Ayabaca penetra hasta los huesos, cientos de peregrinos
duermen en la anchurosa plaza. Ahí están los trajinantes de todos los caminos. Los
devotos agradecidos, los cofrades que todo octubre lo consagran al Señor. No
faltan los desahuciados por la ciencia, arrepentidos presidiarios que lo tienen
tatuado en el pecho, niñas que al nacer entregaron su cabellera y se la
cortaron a los quince años para entregarla al Cautivito. Por los caminos con el
pensamiento puesto en Ayabaca marchan en busca de Cristo tantos hijos
arrepentidos. El peregrinaje es una especie de atletismo de la fe. Se requiere
voluntad férrea, si los paralíticos andan y los ciegos recuperan la visión esta caminata es un ponerse en los caminos del
Señor.
El
Cautivito es un Cristo lacerado, su rostro condensa el dolor y el sufrimiento.
Algunos lo llaman Negrito lindo, morenito, taitito Dios. Su efigie recorre el
mundo. Estampas con rebordes bordados, detentes, composiciones fotográficas con
bombillos para adornar salas, polos pintados, imágenes de yeso y palo santo.
Pero también vienen de acrílico de buen acabado venidas de China. Medallas,
llaveros, discos de CD. Ex votos, milagros, de oro y plata todo para el Señor.
Conforme a la tradición arde la cera en el santuario de Ayabaca. La capital
provinciana es un hormiguero humano, peruanos y ecuatorianos, dan vida a la
feria pueblerina donde los viandantes compran bocadillos de Socchabamba,
alfeñiques, calaveras y colasiones. Membrillos y manjares. Todos los dulzores
se concentran en calles y callejones.
Ponchos
granate, moros y color del cielo. El sol entre las nubes ilumina el amanecer
andino. Emisoras de Perú y Ecuador se escuchan en Ayabaca. Albazos y cumbias
alegran. Todo el fervor se reconcentra entre los cerros de Ayabaca. La iglesia
está llena de fieles que con lágrimas en
los ojos vidriosos tienen puestos sus agradecimientos estremecidos ante el mismo
Dios. El Perú es una nación de arraigada tradición cristiana. Taitacha de los
Temblores es el patrón jurado del Cuzco.
Tarma venera al Señor Muruhuay. El Señor de los Milagros es expresión,
en el Perú colonial, del mestizaje de indios y negros del barrio de San Lázaro.
En
Piura el Cautivo es expresión de una antigua tradición popular cuyos orígenes
son ya una leyenda. Las abuelas cuentan
la historia de dos santeros a quienes
los alcaldes comuneros dieron el encargo de tallar una imagen del Señor para la
veneración. Tras 21 días de faena encerrados en la sacristía y sin noticias ingresaron al recinto encontrando las
provisiones intactas y la imagen del Señor ante quien se hincaron de rodillas.
La efigie es hechura de ángeles.
Los
ayabaquinos refieren las cabalgatas del Señor por el cerro Campanario para defender
Ayabaca en plena guerra con Chile. Otros hablan de su mirada penetrante y
respetosa que te abre el corazón. Otros dicen haberlo visto en el quirófano
alentando a los médicos en su labor. Vientres estériles dieron fruto, aunque
usted no lo crea, el Señor es milagroso. Una vieja conversadora en los pasillos
del Hospital Reátegui cuenta que ella se levanta muy temprano para conseguir
turno. En cierta ocasión un mototaxi se detuvo y bajaron dos sujetos para
asaltarla. Ella solo atinó a sacar la estampa del Cautivo que estaba en su
cartera y colocarla como defensa mientras gritaba a viva voz “¡Aléjate Satanás!
Los sujetos salieron despavoridos. El señor me protege siempre. Muchas veces no
tengo ni para el mercado, pero siempre, rebusco en la cartera y aparecen
algunas monedas. Estoy segura que mi negrito se acuerda de mí y me da. No me deja morir.
Octubre
se viste de morado en el memorial de Cristo en el Perú andino. Todos los
caminos conducen a Ayabaca. Es un pueblo que camina al encuentro del Señor. Cristo de los pobres, Cristo de los
Cautivos, Cristo que estremece a los descreídos y blasfemos. Sí Señor. Había un
regidor que repetía que la religión es el opio del pueblo. Y verá usted que de
pronto la camioneta que lo conducía rodó por una quebrada y el ateo en este trance de muerte repitió: “Sálvame y perdóname
Cautivito”. Así es la historia. Hoy es
uno de los asiduos de la procesión vestido de hábito morado. El Señor es
milagroso. Te acaricia con sus dedos el mismo corazón.
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