Por: Miguel Godos Curay
La muerte es un dejar de ser.
El que muere ya no es. ¿Tiene sentido el morir humano? Morir duele porque nos desconecta de los sentimientos a los que amamos. El
filósofo español José Luis López Aranguren (1909-1996), enumera las actitudes humanas que despierta: Hay
una muerte eludida, la apropiada, la
absurda, la negada y la buscada. Vivir sin pensar en morir es una ilusión. Todo
pasa y todo queda, dice el poeta. Eludir a la muerte es un olvido aparente. En
realidad somos transitorios y efímeros. Vana pretensión de atrapar el aire con
la yema de los dedos. La muerte
apropiada es parte constitutiva del ser. El poeta Jorge Manrique (1440-1479) es
muy explícito al definirla: “Nuestras
vidas son los ríos /que van a dar en la mar,/que es el morir;/allí van los
señoríos/ derechos a se acabar/y consumir;/allí los ríos caudales,/allí los
otros medianos/y más chicos,/y llegados, son iguales/los que viven por sus
manos/ y los ricos”.
Muerte absurda es una mirada
de desconcierto ante el cuerpo sin vida de Marilyn Monroe. Es la muerte sin
sentido que nos deja sin aliento. Es el pasmo frente al terror. La hemos
sentido en la mesa de la morgue ante el cadáver
de un joven suicida. La
desolación golpea todo lo que toca. La muerte negada es otra manifestación
visible de la elusión. Es la explicación inexplicable de la universal costumbre de sacar a los muertos de
los hospitales por el postigo. En Piura, el muerto entra al nicho de la misma
forma con la que vino al mundo. El rezo dura nueve días en los que según la
tradición no se barre. Y se mantiene un vaso con agua para la sed eterna del
ausente.
Hoy los cadáveres son
embellecidos y maquillados como si estuvieran
vivos. Abundan los analgésicos, ansiolíticos y anestésicos para que el
moribundo no sea consciente de su muerte inminente. Peluqeros, expertos en el arte de embellecer preservan
su ajuar que atrae a los vivos. A ello se
suman las “mentiras piadosas” de los galenos para esperanzar falsamente al moribundo atenuando
la desesperación y vendiéndole expectativas de vida cuando la muerte está
próxima.
Acuérdate de la virgen
porque te vas a morir resuena el verso lorquiano. Sentir la muerte cerca es una
experiencia humana inagotable. Sopor intenso que humedece el lecho, ronquera,
sumada a los ruegos. La rigidez y la pérdida del aliento frente al espejo como prueba
final de los abuelos. Mirar a la abuela y sentir su placidez envidiable. Mortaja
según sus deseos. No hay lágrimas en los ojos. Es el rito postrero de la
familia.
Francisco de Asís, agobiado
por la enfermedad y consumido por la
ceguera advertido por los médicos de la proximidad del final prorrumpió:
"¡Bienvenida,
hermana Muerte!" era el 3 de
octubre de 1226. Después de escuchar la
lectura de la Pasión del Señor según San Juan. Francisco quedó en total
silencio. Tenía solo 44 años. Esperaba a la muerte como compañera al final del
camino. Heidegger (1889-1976) distingue entre el arrebato físico de la vida y
la pre-ocupación. Pre-ocuparse es anticiparnos a nuestra propia muerte. Con o
sin angustia y hasta con ironía y humor.
El maestro Víctor Delfín
recuerda que era costumbre de familia
comprar un ataúd a la medida el que envuelto en papel bolsa se colocaba en la
tranca de la casa de Bellavista, en el
Bajo Piura, como una insólita encomienda. El depositario anualmente lo limpiaba
con charol y trementina, lo probaba, hasta que llegara el día. Otros
puntillosos de las decisiones postreras elegían
el lugar para descansar, el paisaje
acogedor sin mala compañía. Apuntando a un rincón preferido como expresión del
último deseo.
Es la historia vital de Joaquín Schwalb López Aldana. Se
internó en el desierto de Sechura durante catorce años. Fue el visionario de su
enorme riqueza. Se enamoró perdidamente de él y fue presa de sus arrobadores y
misteriosos encantos. Muerto el 2 de junio de 1996, las cenizas del zahorí, fueron esparcidas
entre las dunas y los arenales que
mueven los vientos. El polvo de sus huesos se confundió con la tierra que amó
irresistiblemente. Ese fue su último deseo. Morir para vivir ahí donde el mar
besa la tierra.
La ironía frente a la muerte
es refrescante. José Guadalupe Posada (1852-1913) el ilustrador y caricaturista
mejicano hizo de la muerte el personaje risible de sus ocurrencias. Sus
calaveras, calacas, catrinas son inolvidables. De sus manos y pinceles surgieron calaveras montadas a
caballo, en bicicleta, que desnudaban
las lacras sociales, la miseria y los yerros de los encumbrados políticos del
país.
La Calavera, fue también
personaje de Diego Rivera, denunciando a través del grabado a los indígenas enriquecidos por la corrupción.
Despreciando sus orígenes y costumbres, subyugados por las modas europeas. “La muerte es un espejo que refleja las vanas
gesticulaciones de la vida (…) Una sociedad que niega la muerte, niega también
la vida" anota Octavio Paz en El Laberinto de la soledad. El mejicano no
teme a la muerte sino la angustia de la vida llena de angustias y sufrimientos.
La muerte absurda es la
inesperada. Llega sin que nadie la anticipe o la llame. Sartre (1905-1964) se interroga abiertamente.
¿La muerte es la continuación de mi vida
sin mí o la nada? Una ausencia de posibilidades frente a un imposible. Nos quedamos
entre la nada absoluta o la presencia de Dios. San Pablo dice: “ninguno
muere para sí mismo, morimos para el Señor”.
La muerte eludida es una
forma de evasión. López Aranguren
puntualiza “La muerte, hoy por hoy, no puede ser eliminada. Pero la preocupación
por la muerte sí”. Por eso los viejos imitan y se comportan como jóvenes. No
sólo utilizan atuendos coloridos y desencajados sino asumen formas de vida
fuera de contexto. Hoy la prolongación de la vida hace prósperos a los grandes
negocios farmacéuticos. El pobre se resigna a morir, el rico invierte en
prolongar su vida por todos los medios. Poco a poco, nos olvidamos
de la muerte cristiana con viático. Del rito familiar de consuelo y despedida.
De la bendición postrera y de la oración conjunta. De la resignación
esperanzada en la resurrección de Cristo. La muerte tiene un sentido ético profundo como último acto
humano. Un retorno irrepetible e ineludible. Un dejar concluida la tarea. Un se
acabó y punto final.
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