Una página que reune los artículos periodísticos de Miguel Godos Curay. Siempre con una lectura polémica, fresca y deslumbrante de la realidad.
sábado, 10 de julio de 2010
LA ESPIA QUE LLEGO EN EL CEBICHE
Por: Miguel Godos Curay
Se llamaba Gertruda Margareta Zella y se casó con un oficial del ejército gracias al ardid de colocar un aviso en el periódico. Con él tuvo dos hijos. Destinado el marido a las Indias Orientales holandesas marchó a su lado. Ahí se dedicó con fruición a observar a las bailarinas javanesas que más tarde fueron su inspiración cuando se convirtió en la exótica y famosa Mata Hari (1876-1917). Mata Hari actuó como espía del ejército alemán y su fascinante historia es toda una leyenda. La vida de la bailarina y espía acabó ante un pelotón de ejecución francés.
Espía del general Juan José Flores, presidente del Ecuador fue en Paita Manuelita Sáenz. La quiteña utilizaba el nombre de María de los Ángeles Calderón quien enviaba pormenorizadas cartas del movimiento político y portuario a Ángel Calderón seudónimo de Flores. Manuelita era una conspiradora pura y mantenía redes de infiltración entre los enemigos del Libertador. Sin este servicio, Bolívar no hubiese podido salir airoso de tantos atentados criminales en su contra. En Paita observaba con detenimiento los acontecimientos políticos Perú. Allá por los años 1842 a 1845 era cónsul del Ecuador en Paita Don Pedro Moncayo Esparza y según advierte el propio Moncayo la valija diplomática fue asaltada y robada en varias ocasiones. El espionaje era en Paita, entonces un resonante puerto del Pacífico, una rutinaria actividad de personajes insólitos confundidos entre políticos, viajeros y trotamundos marineros.
El caso de Vicky Pelaez la periodista peruana detenida en Estados Unidos cobró un enorme giro cuando admitió ser parte de una red de espionaje a favor de Rusia. Su esposo, el periodista “uruguayo” Juan Lázaro, resultó ser el agente ruso Mikhail Vasenkov. Ambos fueron canjeados junto a otros ocho espías por agentes detenidos por los rusos, gracias a un protocolo entre los gobiernos de EE.UU. y Rusia. Defensores de los Derechos Humanos y periodistas allegados a los caviares de la política peruana que argumentaban un atropello del imperialista Obama contra la libre expresión se quedaron con los crespos hechos. Las redes de espionaje traspasan las fronteras.
El caso de la bella rusa Anna Chapman, una de las canjeadas, es de novela. Ella fue detenida en por la FBI en Nueva York. Según los informes de inteligencia, la Chapman, una sensual y carnuda modelo, logró infiltrarse en el círculo de la realeza británica próxima a los príncipes William y Harry, hijos del príncipe Carlos y Lady Diana. Según el Daily Mirror, la Chapman -de 28 años- frecuentaba el club nocturno “Boujis”, de Londres, al que también asistían los dos miembros más jóvenes y desbraguetados de la realeza. No se descarta haya sido su compañera de juerga.
Los espías del cine tipo James Bond, son nada frente a los sutiles procedimientos de espionaje de la vida real. No sólo se limitan a escuchas telefónicas, seguimiento o interceptación de correspondencia. Sino a técnicas inimaginables como micrófonos del tamaño de la cabeza de un alfiler y el uso de naves indetectables por los radares. La pesquisa escrupulosa de los basureros, delataron, a Abimael Guzmán. Su afición por el wisky etiqueta negra y los empaques de los medicamentos de uso diario fueron información puntual para la intervención policial. Lo son también los signos exteriores de riqueza y la opulencia de los políticos corruptos y los narcotraficantes. La inteligencia tributaria, una forma sutil de espionaje, utiliza el cruce de la información bancaria, propiedades, los consumos, los movimientos migratorios para darse cuenta donde la uña perpetra delitos. Otra fuente descarada de la opulencia indebida es la inocultable vanidad femenina. Los cárteles colombianos y mexicanos quedaron al desnudo por el pasmoso exhibicionismo de las doñas con alhajas, trajes caros y autos último modelo.
El espionaje militar se ha convertido en espionaje financiero e industrial. Sólo en el año 2006 se precisa que empresas norteamericanas gastaron unos tres mil millones de dólares en escuchas telefónicas. Tras la caída del muro de Berlín las cuadrillas de espías militares se convirtieron en espías económicos e industriales. La intrusión de las redes informáticas, el “chuponeo”, el envío de programas malévolos (virus) y los fraudes con procedimientos digitales son hoy el deporte de los nuevos espías reclutados en los servicios de inteligencia. En la diplomacia y el mundo de los negocios los espías muestran hoy rostro amable a través de lobbys. El objetivo es modificar leyes en función de intereses económicos particulares. Y para ello no importa perforar intimidades y sacudir hasta los confesionarios.
En el Perú, el espionaje chileno no es nuevo. Según se ha podido desentrañar la mayor parte de esos circos pueblerinos que recorrían la costa peruana con un elenco de payasitos chilenos no eran otra cosa que entrenados espías del ejército chileno. De esta sospecha no escapaban las vedettes sureñas de la revista “Bim-Bam-Bum”. Atractivas choclonas que antes de actuar para el populacho ofrecían presentaciones privadas para Prefectos, subprefectos y otras autoridades locales. Las que fascinadas por las lentejuelas y con pisquitos de más soltaban lengua sin necesidad de jalones.
Espías diseminados por todo el territorio de la otrora Piura prehispánica tenía Atao-Huallpa. El inca era informado al detalle de todo lo que sucedía en los llanos. Según, refieren las crónicas, ellos fueron los que le informaron al inca que entre los españoles que desembarcaron en el litoral de Paita debería perdonar a tres de ellos la vida. Al que arrancaba sonidos a los metales, el herrero. Al que hacía mozos a los viejos, el barbero y al que provocaba estampidos como el trueno, al arcabucero. Sólo ellos merecían vivir. Los otros podían ser despellejados sin compasión. El espionaje es también un ejercicio de los dictadores. Durante la segunda guerra mundial el Partido Aprista y el Partido Laborista inglés suscribieron un pacto de contrainteligencia contra agentes diplomáticos y espías infiltrados en el Perú. Muchos de ellos resultaron prófugos nazis tras la caída del Reich. Sin duda, mucho del espionaje de alto vuelo, guardan esas viejas chismosas dedicadas a penetrar sin miramientos en la vida ajena, atendiendo a esa sentencia cotorrera que no guarda secretos y que dice; “Mi pecho es un cofre que guarda secretos pero mi boca es un campanario”.
Foto: Mata-Hari, en una postal de la época.
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