Una página que reune los artículos periodísticos de Miguel Godos Curay. Siempre con una lectura polémica, fresca y deslumbrante de la realidad.
domingo, 25 de julio de 2010
LIBROS DE TODOS LOS TIEMPOS
Por: Miguel Godos Curay
A los niños de mi tiempo había dos acontecimientos que nos fascinaban de sobremanera, uno era el cine de barrio. El otro las coloridas historietas mexicanas de editorial Novaro que llegaban semanalmente a los quioscos en donde el alquiler de revistas era un buen negocio. Novaro, editorial mexicana, fue fundada por Luis Novaro en 1950. Desapareció tras el terremoto que asoló México en 1980.
Las historietas referían las hazañas de personajes como “El Conejo de la Suerte", "Porky y sus amigos", "El Correcaminos", "Elmer Gruñón", "Tuco y Tico" "Las Urracas Parlanchinas" y "Piolín y Silvestre", Félix el Gato", "Popeye el Marino", "Lorenzo y Pepita" y "Flash Gordon", Tom y Jerry", " La Pequeña Lulú", "Periquita", "La Pantera Rosa", "El Superratón", "La Zorra y el Cuervo", "Sal y Pimienta", "Tarzán de los Monos", " El Llanero Solitario", "El Pájaro Loco" y "Daniel el Travieso", "Gene Autry", "Red Ryder", "Tomahawk", "Korak" (el hijo de Tarzán) y " Roy Rogers".
Había decenas de niños y jóvenes leyendo. Otros deletreaban. He visto con placer a muchos estibadores porteños aprender a leer con estas ediciones populares que eran una verdadera gimnasia preparatoria para lecturas mayores. Aún recuerdo el día en que una devocional vela redujo a cenizas el altar de la alcoba de la abuela de Dioscórides Mariño Castillo. La primera preocupación fue el rescate de los cientos de comics que coleccionaba puntualmente cada semana. Las cajas fueron conducidas como preciadas reliquias entre los curiosos apiñados en la calle Junín. En esta corta edad nos resultaba inexplicable entender el mundo sin estas historietas que nos abrían los ojos a escenarios inexplorados, mágicos y maravillosos.
Uno de los libros que nos conmovió fue “Marcelino Pan y Vino” de José María Sánchez Silva y sus deliciosos relatos que referían el amor imposible de una sirena y un pescador. Otro consagrado a la exaltación de la primavera nos emocionó vivamente. La historia refería al tonto del pueblo preguntando en qué momento llegaba la primavera. Este hombre con las noticias que le dieron los más avezados y avisados salió en su busca y en efecto la encontró prueba de ello eran sus ojos que de negros se mudaron a verdes causando la admiración en el pueblo. En cierta ocasión recaló por Paita un trotamundos desconocido. Por el acento de su modo de hablar supusimos que era “chileno”. Y así lo llamamos los colegiales. En cierta ocasión la policía migratoria lo detuvo por su irregular presencia y fue llevado preso. El sujeto estaba al borde de las lágrimas. Al mirarnos descubrimos que tenía los ojos verdes. Uno de nuestros compañeros de clase dijo: “El chileno vio la primavera”.
Después vinieron las novelas ejemplares de Cervantes y el insuperable Don Quijote. Cierta ocasión calló a mis manos un libro rescatado entre los escombros de una de las derruidas casas del barrio de La Punta de Paita. Era un deshojado ejemplar de “El Periquillo Sarniento” de José Joaquín Fernández de Lizardi, periodista mexicano considerado por Alfonso Reyes “padre de la novelista hispanoamericana”. Los textos del Periquillo eran sumamente divertidos sobretodo los capítulos que daban cuenta de su experiencia escolar. En donde la palmeta suministrada sin indulgencia mantenía la disciplina en la escuela. A nosotros nos pasaba lo mismo. Y en nuestra escuela como en los parvularios romanos, mexicanos y peruanos nos conocíamos por sobrenombres y nuestros defectos corporales. Era el aula un verdadero concierto de apodos.
A la lista ceremonial del maestro o la maestra se sumaba la de los alumnos con sonoros y divertidos sobrenombres. A un compañero de clases al que le cayó una certera pedrada en la ceja le llamaron de por vida “cacho mocho”. Existía una fauna completa "gato", "perro", "pato", "culebra". El “Periquillo Sarniento” era una copia fotostática de nuestra escuela. De este libro surgieron adjetivos descomunales a algunos profesores como por ejemplo “sátrapa infernal”. Las fórmulas de tortura escolar eran idénticas: palmetas, alambres, orejas de burro y garbanzos para doblegar rodillas. Años después pude adquirir por un dólar media docena de ejemplares de “El Periquillo Sarniento" en una feria de libros en La Habana (Cuba) y los repartí en bibliotecas amigas.
Junto a las historietas hubo un efluvio de estimulantes libros para una lectura placentera. Fueron los libritos pasta azul de Editorial Peisa y los impecablemente bien encuadernados de Editorial Salvat. De estas dos series leímos todos. Nos impresionaron Ciro Alegría, López Albujar y Scorza. Y nuestra admiración por Ricardo Palma creció con un ejemplar de sus “Tradiciones Peruanas” editado por Aguilar que nos llegó por casualidad. El cine era, en aquel entonces, una pasión irreductible. Los westerns y esas películas que colocaban en la punta de la nariz a los héroes de la epopeya homérica resultaban deslumbrantes. De ahí nació el interés adolescente por Odiseo y la Guerra de Troya. El cine francés también añadió una cuota de madurez a las lecturas posteriores. Una película en blanco y negro inspirada en Madame Bovary desató en la secundaria una lectura apasionada de Flaubert.
Paita, siendo un puerto diminuto tenía bibliotecas admirables. Una de ellas fue la de los Ginocchio una familia de humanistas empedernidos. Don Julio César Ginocchio era un hombre conectado a la cultura universal. Escribía con prosa colorida crónicas desde Paita que firmaba con el seudónimo de Rinaldo Prati en las páginas de La Industria. El intenso trajín portuario de Paita hizo que por su bahía recalaran Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Rinaldo Prati logró entrevistar a Gabriela.
El doctor Luis Ginocchio fue heredero de esta tradición humanística con una genuina devoción por los libros y el arte. Coleccionaba ejemplares de inimaginables ediciones de “La Divina Comedia” de Dante Alighieri. Tenía una sensibilidad profunda por la pintura y poseía una valiosa pinacoteca. Su hermano Don Carlos tiene la misma afición y Carlos Ginocchio Celi, su hijo, hará entrega de su biblioteca personal a la Universidad de Piura. Paita se conectaba con el mundo a través del comercio marítimo. Vapores que surcaban los siete mares recalaban por Paita. Libros, llegaban a Paita junto al tabaco y wisky de contrabando. Algunos circulaban entre lectores ávidos y otros corrían de mano en mano.
Otra de las bibliotecas fue la de los Castillo. De esta patriarcal familia surgió Luciano Castillo Colonna el fundador del Partido Socialista del Perú. Ahí nació un núcleo de maestras y maestros como doña Emma, doña Violeta, doña Elena, don Carlos, don Héctor, la congresista Fabiola Morales Castillo hija de doña Emma y el propio Dioscórides Mariño. Esta tradición no se pierde hasta hoy. Los Castillo leían y enseñaban a leer. Cuando la señorita Violeta narraba los epónimos pasajes del Combate Naval de Angamos los alumnos se emocionaban patrióticamente hasta las lágrimas.
La Biblioteca Municipal de Paita, pequeña pero bien atendida fue un centro de irradiación de cultura. Era una biblioteca de puertas abiertas en donde se abría espacios para los niños. Se nos permitía escoger los libros que queríamos leer. Ahí descubrimos “El Tesoro de la Juventud” con sus bien ilustradas páginas. Ejemplares de novelas de Salgari, Verne, Dickens, Twain.
En la Biblioteca de la Universidad de Piura encontré los libros que quería leer filosofía, historia, derecho. También fui asiduo lector en la Biblioteca Municipal Ignacio Escudero. Otro de los asiduos concurrentes era el pintor Rosendo Li Rubio. Ahí realicé un itinerario obligado por los seis volúmenes del Festival del Libro Piurano, por las “Tradiciones de Piura” de Carlos Camino Calderón, por el “Romancero Piurano de Teodoro Garcés Negrón. Leí a López Albújar y a Mario Vargas Llosa. A Cronwell Jara y a Carlos Espinoza León cuyos relatos compile y puse el nombre de “El Canto del Chilalo. Este itinerario piurano prosiguió con “Hombres de Caminos” de Miguel Gutiérrez y “Para Vencer a la Muerte” de Anne Marie Hocquenghem. Confieso que he leído. La lectura abre las mentes. Consuela a los tristes. Incendia pasiones. Aviva el entendimiento. Es fermento de libertad porque el que piensa emprende vuelo con su imaginación. Los hombres que leen no soportan las ataduras desventuradas de la ignorancia y son libres. Un pueblo que lee es un pueblo que madura la calidad de sus decisiones políticas y progresa.
(Conferencia pronunciada en la Feria del Libro el 22.07.2010)
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