Una página que reune los artículos periodísticos de Miguel Godos Curay. Siempre con una lectura polémica, fresca y deslumbrante de la realidad.
jueves, 15 de octubre de 2009
UNA ASPIRINA PARA LAS CONCIENCIAS
Por: Miguel Godos Curay
En la madrugada se siente el frío helado de la cordillera. La fría niebla humedece los rostros de los peregrinos en la plaza de Ayabaca. Son cientos y suman miles los peregrinos que con hábitos del nazareno, capas y cordones, con los pies llagados y llenos de fatiga esperan la luz del día para encontrarse con el Señor Cautivito lindo. El patrón de Ayabaca. El Cristo de los pobres. El que devuelve la salud a los enfermos y el perdón a los pecadores. En las primeras horas del amanecer el frío arrecia pero todo este mar humano que dormita quiere encontrarse con su rey. Está amaneciendo y el azul del cielo muestra un esplendor de cumbre junto al páramo.
Si usted es un escrupuloso racionalista que no cree en que la fe mueve montañas venga a Ayabaca y contemple el fervor humano conmovedor y su duro corazón se le ablandará como la cera de los cirios. Si usted es un evangélico que considera que estas expresiones de religiosidad popular son idolatría y consuelo para supersticiosos camine por esos arenales y senderos pedregosos que conducen a Ayabaca y escuche esos testimonios que nacen del amor a Dios con serena convicción.
Si usted es reacio a creer que una criatura atrapada por el crimen y la droga o una prostituta -que lo han probado todo y de todo- no pueden cambiar de vida, venga a Ayabaca, escuche, sea testigo y hable. Si usted cree que la religión es un asunto de beatos y que las viejas piadosas pasaron de moda o que la religión no es para los jóvenes mire aquí en Ayabaca y conteniendo el aliento y dejando correr sus lágrimas, entienda las razones de su corazón que su propia razón no entiende. Se dará cuenta que Dios está aquí entre los humildes y entre los pobres. ¡Vivo y andando!.
Si usted cree que el cáncer es un mal que no tiene cura, o que una mujer estéril como la higuera bíblica no pueda quedar preñada o que un drogo deje de vivir embutiéndose inmundicia venga a Ayabaca y escuche. Si usted es duro por convicción estremezca su corazón contemplando a este Cristo al que le duele todo pero lo siente todo. Si usted es ateo pero de vez en cuando le carcome ese sentimiento trágico de la vida y contiene esa media voz que nace de lo profundo de su corazón vaya a Ayabaca y sentirá que su conversión está en camino como expediente en trámite. Si usted no cree, crea. No le estoy ofreciendo una aspirina a sus miserias o un consolador para su remordida conciencia. Le pido que asuma su fe.
Si usted cree que la pobreza y la religión son el reconcomio de la ignorancia químicamente pura pregunte en Ayabaca cuál es la razón por la que este pueblo camina para encontrarse con este señor Cautivo y pugna con pasión de futbolista por acompañarlo a paso firme por los callejones de esta aldea con visos de pueblo llamada Ayabaca en la que los alcaldes adictos al cemento trastornan el paisaje.
Ayabaca en octubre es un hormiguero de Dios, un bocadillo gigantesco de devoción, un alfeñique de consuelo para quienes sienten en su cuerpo los estragos del dolor. Puede ser un negocio para los camioneros que suben los pasajes al cielo o una oportunidad para todos los carteristas y cuenteros empedernidos que también concurren a Ayabaca. O un momento de reencuentro para los ayabaquinos que están lejos. Ayabaca es un rinconcito en el ande cubierto de nubes lilas que nos recuerdan que en octubre el Perú es morado como la chicha y la mazamorra. Morado fervoroso como la luz de los cirios a los pies del señor.
El señor Cautivo no desoye los ruegos de sus hijos y atiende todos los clamores de las madres y los pedidos de los huérfanos. También escucha a los arrepentidos aquellos que le ofrecen cambiar de vida, pero a veces, desfallecen en el intento para volver a comenzar y recomenzar. Esa es la vocación perpetua del cristiano. La perfección suma y acabada no es otra cosa que el mismo derrotero del crío que aprende a caminar después de interminables caídas.
El amor mismo por Dios puede surgir del desamor ya Pablo de Tarso nos revela que él antes de decidir seguir a Cristo no sólo fue perseguidor de cristianos y según confiesa, tuvo que caerse del caballo camino a Damasco para sentir en su oído aquella voz que le penetró en la conciencia y le dijo:¿por qué me persigues?. Dice el evangelio que estuvo tres días sin ver, sin beber y sin comer. Hasta que Dios con su infinito amor abrió las puertas de par en par de su corazón.
En este octubre puede acontecer el portento humano de ese cambio interior que tanto esperamos. Cambio en los que gobiernan pero también en los gobernados. Cambios en los que sirven y en los que hoy son mal tratados. Cambios en los altaneros y arrogantes, en los que enseñan y en los que son enseñados. Cambios en los padres pero también en los hijos olvidados. Cambios que desplomen del caballo de la soberbia y la arrogancia a quienes envilecidos en el poder se tornan desalmados. Cambios necesarios en los dispendiosos y en los abandonados. Cambios que el señor Cautivo provoca en esta primavera donde florecen nuestros anhelos humanos.
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