Por: Miguel Godos Curay
La universidad con la que sueño es
morada del conocimiento, la investigación, libre pensamiento y edita producción
intelectual. Su fin cardinal es el servicio indeclinable y desinteresado a la sociedad
formando profesionales responsables con su familia y el país. No es un pingue
negocio para llenar billeteras. Ni un arrebato publicitario encanto de
serpientes. Ahí se forman las inteligencias, el capital más valioso de una
comunidad en la sociedad del conocimiento, sin discriminación ni distingos.
Ahí se piensa y cogita medularmente
en el Perú para la superación de sus eventuales contradicciones y problemas.
Ahí se confrontan posibles soluciones a sus urgentes necesidades porque lo imposible es pérdida de tiempo. Ahí se nutren las inteligencias para servir al
país y cimentar con los ladrillos del esfuerzo la esperanza en una vida mejor.
Ahí se da el mejor uso a los dineros que
provee el erario que son patrimonio común y no un festín privativo de nadie. Es
insoportable, por eso, el dispendio, el
cohecho y la concusión en todas sus formas porque se priva a la juventud
peruana de su bien más preciado: una formación digna y decorosa inspirada en
una formación humana democrática y responsable sustentada en una conciencia
civil y no en una verticalidad arrogante y mafiosa.
La universidad nutre en sus aulas
las conciencias, no las deforma con farsas y engañifas. Antepone el bien común
en todas sus decisiones. No es un feudo y una despensa abierta para la coima y
el arrebato criminal. Disponer de edificios y aulas limpias no es suficiente
sino se tiene integridad moral e inteligencia dispuesta a compartir
conocimientos verdaderos. Siendo las más pura expresión de la pluralidad y diferencias construye la unidad para sacar
al país y región de la pobreza. Su misión es coordinar no reemplazar las
iniciativas y actividades libres de los ciudadanos. Por eso se conecta con la
sociedad civil y todos los actores como una valiosa contribución al bien común.
Presta su concurso a las empresas y actividades productivas para superar las
deficiencias y mejora de procesos con una reciprocidad de beneficios. La
universidad no puede sustraerse a la custodia del bien común en todas las
esferas de su competencia. Educación, investigación, mejora y formación de las
personas.
No puede ser remilgo de engreídos ni
arrogancia de los presumidos que nunca leen la última edición de la producción
editorial de ciencias y humanidades. No es superlativa vanidad del académico
petulante que rehúye la tutela física y moral de sus alumnos. Son inherentes a
sus obligaciones académicas la instrucción tecnológica, el aprender haciendo
impulsando a sus discípulos a un empleo digno. Una formación teórica
inaplicable es perentoria y efímera cuando no se traduce en realización humana.
Advierte Savater, tener autoridad, no solo es mandar. Etimológicamente la
palabra proviene de un verbo latino que significa “ayudar a crecer”. Si crecen
los alumnos engrandecen a sus formadores depurando sus defectos.
Creo en una universidad con sus urgencias atendidas, dotada con
servicios imprescindibles y necesarios por respeto elemental a la persona humana. Creo en la universidad
en donde nunca se cierran las bibliotecas porque el trabajo intelectual no tiene cortapisas ni
límites. Creo en la universidad en donde profesores y alumnos leen hincando
codos y en donde los laboratorios nunca se cierran porque son el hogar de los científicos. Los
laboratorios cerrados son la incompetencia pura y desnuda. Un embuste para
dilapidar presupuestos y engatusar estudiantes.
La universidad de mis sueños es en
esencia plural pues necesita la confrontación de las diferencias en busca de la
verdad. Se nutre en los manantiales de la ética y la moral. Está al servicio del
bien común y se irrita cuando este fin se pervierte y muda el camino dirigido
por los recovecos del beneficio personal o de grupos. Una universidad sin
valores es un faro sin luz sumergido en
las tinieblas de la ignorancia. No marca
la dirección correcta, extravía el norte preciso de sus integrantes. La
universidad es lo que no es. No es cofradía podrida, botín apetitoso, negocio
prohibido y favor de los insulsos. Siendo sus aulas, bibliotecas y laboratorios
el espacio para el conocimiento se crea y recrea en la conversación inteligente
en los pasillos. No se ufana de los protocolos coloridos de las solemnes
apariencias. Esta primero su irrenunciable afán de servicio. Una es la vieja
tradición académica continuadora de los ritos universitarios. Otra la inaudita
huachafería.
Siendo enromes sus edificios no
renuncia al esplendor de la
naturaleza y los árboles cuyo umbrío
oxígeno refresca los cerebros. Los servicios para el sostenimiento de los
alumnos son una asistencia para los que menos tienen. No un reparto de
beneficios entre áulicos y compinches. Su tarea primordial es ese diálogo
permanente entre los que saben y los que aprenden, entre los que crean y se
adentran en la ciencia con el vigor poderoso de la inteligencia. Necesita de la
libertad de cátedra y el elemental respeto a las conciencias. Una universidad
se nutre en las bibliotecas equipadas, con libros de reciente producción
editorial. Mostrar su producción intelectual editada es el elemento
constitutivo esencial de su ser. Una universidad que no lee ni escribe es un
cascarón despojado de inteligencia y humanidad. Una universidad
que cierra las puertas al
arte se niega a sí mismo. Una
universidad que no fomenta el deporte y sana recreación se entumece. Una
universidad que no practica lo que enseña renuncia a sí mismo.
Hay quienes confunden a la universidad con los edificios en donde
la comunidad académica se alberga. No es así. La universidad en plenitud de
sentido es la comunidad viva de maestros y alumnos. Es un diálogo, no un
monólogo sin dirección ni sentido negación de la existencia y renuncia a su
esencia. Un estúpido afán en sí mismo cuyo antónimo es el esplendor
inteligente. La universidad está al servicio de la comunidad de docentes
decentes y estudiantes que forma. Es siempre poderosa y temible porque
construye el cambio y la transformación social.
Ingrediente esencial en sus aulas,
en los pasillos, en el gobierno y conducción esplendida son los maestros y
profesores. Pero también los servidores
administrativos que activan una cadena paralela de servicios para el buen
funcionamiento. La cogitación, reflexión
activa, involucra a todos en especial a los que en su diálogo motivador invitan
a las inteligencias juveniles a pensar críticamente y crecer. Rompen el
conformismo placentero y transforman a las personas. Leen y enseñar a leer.
Despiertan en cada alma el espíritu
emprendedor para el cambio social
y las mejores condiciones de vida. Para la realización personal libre sin
ataduras ni dependencias.
Hoy las personas no valen por lo que
tienen sino por lo que saben. Su instalación en el mundo es una búsqueda
insaciable de verdad. Su pasión irreductible es el saber, el distinguir el
conocimiento genuino del fiasco lechuguero. Su calidad humana es la naturalidad sin vanidad esa obsesión
postiza de la apariencia nunca de la esencia. Esa cojudez despojada de originalidad
sin sentido. La esencia es el ser. El ser personas con una potente conexión con
la realidad y el mundo. El conocimiento trasciende y se proyecta en una
búsqueda de soluciones eficientes y posibles aplicables a las urgentes
necesidades de la región, el país y el planeta. No hay saberes en competencia
cuando se penetra en todas las cosas en
sus causas primeras y últimas. Esta es la vía de las humanidades, la técnica y
las ciencias en permanente evolución.
Un error injustificado superable es pensar
y creer que el aula es la tarima de exhibición del mago. No lo es. Enseñar es
la demostración oportuna y necesaria de los frutos del conocimiento. No tienen
lugar en este territorio las bajas pasiones y apetitos que desnaturalizan el
eros pedagógico. En realidad no se enseña solamente con la retórica sino con la
vida misma. La vida es también actitud,
presencia y existencia. La universidad no es refugio del infortunio y la
mediocridad. Porque en la universidad con la que sueño no se enseña con palabras
con el supersticioso auxilio de la tecnología y el ordenador sabelotodo. Ahí el
ejemplo es fundamental en todo lo que hacemos o dejemos de hacer. La integridad
de vida es necesaria. Sino cumples lo que predicas y hurtas los diezmos a los
ojos de todos. ¡Nada te justifica! La vida, la propia existencia, es un libro abierto, decía mi padre, a la vista
de todos.
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