Por: Miguel Godos Curay
La virtualidad es una condición necesaria para la formación universitaria en tiempos de pandemia pero no es suficiente. No reemplaza los laboratorios, las bibliotecas y la comunicación directa. Aún no superamos, por ejemplo, esa sensación desmotivadora y provocadora del no tener la plena certeza si hablas, en plena clase, ante sillas vacías o ante celulares conectados que nadie escucha. Resulta imposible la comunicación humana con todos sus ingredientes: el lenguaje gestual, las interrogantes personales con énfasis que puedes interpretar, la corrección gramatical sin estos abrumadores desencantos de la escritura en el chat. La desconfianza en las evaluaciones y los resultados obtenidos. Las técnicas aprendidas de la piratería virtual, el uso sutil de las redes aplasta cualquier esfuerzo de comprensión y observación de la madurez intelectual de nuestros estudiantes en su mayoría practicantes de la copia unánime.Muchos
padres de familia deploran -al momento del almuerzo- lo que los críos hacen con
el dispositivo celular en la mesa. Los riesgos de la sobre estimulación
sensorial son patentes, aunque muchos creen que entregar un celular a un niño
despierta sus destrezas tecnológicas ignoran el elevado contenido de violencia,
procacidad y pornografía deslizándose en las redes no tan fáciles de bloquear.
Los contenidos neutros no existen. La mentira se desliza sibilina sin que nadie
detenga su pervertido efecto. La cortesía ha sido desplazada, los buenos
hábitos se han transformado en costumbre anticuada y no es cierto.
No
hay una medida confiable ni investigaciones serias sobre dos años de
virtualidad. En realidad, los estudiantes han aprendido poco, casi nada. El
mundo rural está al aire, desatendido, expuesto a la ausencia de señal y de
maestros. En los jóvenes se han multiplicado las faltas de ortografía. No se
crea que los celulares entregados a estudiantes de escasos recursos son una
herramienta pedagógica. La mayor parte de los equipos, con contadas
excepciones, son utilizados para colgarse a Netflix en interminables sesiones
al momento de las clases virtuales son un sueño profundo. Los indicadores de
lectura se han venido por los suelos. Tampoco se ha utilizado la bibliografía
virtual colocada para consulta y lectura. Nuestros estudiantes tienen poco
afecto por el leer.
La
misma sensación vacía y desencajada provoca el cuantificar los logros efectivos
de las jornadas de trabajo virtual en el sector público. En realidad, no hay
logros ni resultados. Sucede lo mismo en diversos sectores estratégicos del
Estado. Educación, salud, gobiernos locales, gobiernos regionales enfrentan los
impactos laborales indeseables consecuencia de la pandemia. Las páginas
virtuales en infinidad de ocasiones provocan desconcierto pues no funcionan. Y
los reclamos no tienen respuesta.
Hace
poco en plena misa un sacerdote advertía los riesgos de la misa virtual pues no
existe la plena seguridad de la presencia de los feligreses y su participación
en la celebración. La tecnología es útil -en tanto en cuanto- cumple con el
propósito de aproximar las lejanías pero se corre el riesgo de las malas
prácticas reiteradas como la de encender el aparatito, colgar algunos “likes”
para dar la sensación de presencia en plena ausencia. Sin contar el colorido
simbolismo a lo largo de la transmisión virtual de la santa misa.
Otro aspecto insuperable es el impacto en la salud de los docentes y en los propios estudiantes de las largas sesiones de clases presenciales o no. Por eso, el retorno a clases anunciado por el Ministro de Salud Cevallos Flores es una buena noticia condicionada a la mejor disposición de las autoridades académicas de cada universidad. Sin duda, el adelanto tecnológico provocado por la pandemia tiene escasos resultados pues apremia el fracaso consumado. Los logros serán percibidos con mayor nitidez con el paso del tiempo y en la confrontación con la propia realidad. Quienes nos hemos convertido en reos de nocturnidad preparando clases hemos sentido en carne propia el deterioro de la salud visual, el adormecimiento de las extremidades por la deficiente circulación, súbitos dolores en las articulaciones, la angustia y la insatisfacción creciente que provoca al final de cuentas la incertidumbre legítima por los buenos o malos resultados.
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