lunes, 21 de septiembre de 2020

UNA LECCIÓN A VÍSPERAS DEL BICENTENARIO

 Por: Miguel Godos Curay


El mismo estilo sibilino, delincuencial y atroz, empleado por el siniestro secuaz de Fujimori para mantener el endeble Estado. La otra cara de un gobierno administrador del despilfarro. Así muerden a su antojo los dineros del erario,  festinando  contratos onerosos tramitados por la burocracia pusilánime del Ministerio de Cultura. Nuevamente al oído la sentenciosa premisa “la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo”. El infortunio acompaña siempre la tiniebla de la casa de Pizarro llena de placas de bronce y malos recuerdos producto del inmoral desempeño de los eventuales inquilinos. El Perú es una república en plena cocción. No mejora y no se cura de sus sórdidos reveses. La orgía del poder y el dispendio no acaba. La farsa con bandera y banda de músicos no termina. ¿Hasta cuándo?

Y estamos a vísperas del Bicentenario de la Independencia. Tras el alboroto y ablandamiento de los medios. La prensa que muerde 77 millones de la publicidad del Estado dio cuenta del resultado de la votación.  32 votos por el sí, 78 por el no y 15 abstenciones. ¡Vizcarra vence pero no convence!  Con esos aires de intriga la función legislativa desnuda la patética precariedad de sus integrantes. Ignorantes en ciencia jurídica, consumados y consumidos, en procedimiento legislativo. El parlamento, una cuadrilla de tramitadores, cómicos y mazamorreros de malecón. No hay más, con contadas excepciones. Nunca se concentró tanta miseria en el recinto legislativo, documentos por kilos llenos de faltas de ortografía. Estulticia a borbotones. En materia de democracia nuestro futuro es un océano de incertidumbre. La selva a oscuras donde se ocultan las fieras.

Tenemos una asombrosa suerte para el sino de las desgracias. Ordinariamente entre el ejecutivo y el legislativo se establecen equilibrios y contrapesos. Pero los mismos dependen de las buenas prácticas parlamentarias y la mejor disposición del ejecutivo. De pronto, por estar pendientes de nuevos audios de las exsecretarias del gobernante, nos olvidamos de la peste, de la falta de oxígeno, de los hospitales a medio hacer, de la educación deleznable porque la formación remota en una nación de pobres es un espejismo y web-veo puro. Algo así como pretender aprender algebra en un espejo y natación en la pizarra. El desnudo subdesarrollo espanta. El espejismo de progreso se hizo nada.  Pero ahí estamos arrimados, disminuidos, acojudados por el impredecible final de la historia. Para unos un nuevo episodio del vergonzoso en Palacio de Tirso de Molina. Para otros el desenlace arrogante de las dos secretarias del Presidente. ¿Perú, Perú aún no aprendes la lección y las consecuencias de una irresponsable elección de nuestros gobernantes?

Durante una tensa semana se conjugó el infinitivo vacar en todos los tiempos como si su origen fuera la vacación permanente. La pandemia, mientras tanto, aún nos afecta. Tenemos avance de cangrejo en economía, salud y trabajo. Con crudeza exhibimos pocos logros. Tanta inconsecuencia desbocada. Tanto abuso del poder por el arrebato contumaz de un gobierno que no da talla. Y un estoico pueblo en silencio soportando sobre sus hombros la crisis económica y financiera más severa. La semiología política puede interpretar imágenes preocupantes en la antesala de palacio. Uniformes sin mayor efecto ni impacto como en la menuda historia del Toribio carambolas del escarnio.

El pueblo calla y soporta los bemoles de la pandemia. Otros pululan por los bancos tras el anuncio de otro desembalse de bonos. No hay una reactivación de la economía que nos alegre. Los mercados están abastecidos  pero se estaciona el consumo. ¿Cómo estamos? ¿A dónde hemos llegado? ¿Dónde la moral convertida en decoración de torta del siglo pasajero? ¿Dónde la ética y la inconsecuencia para justificar lo injustificable? ¿Dónde la irresponsabilidad del Jefe de Estado?  La proximidad de las elecciones es un menú nada desdeñoso para congresales que desean repetir plato. El desconcierto ciudadano es  inocultable.

La población espera un legislativo consecuente en cada uno de sus actos. Seguimos siendo una república en ciernes como nación civilizada en donde los ciudadanos responsablemente ejercitan la democracia representativa. Debemos sacudirnos de la modorra de pijama abombada por la cuarentena. Ese hedor del verbo mear en los árboles de la plaza y en los muros del Banco de la Nación para no perder la cola.  La ministra enfila con su lección de aseo y lavado de manos   en un país en donde de 8 a 9 millones de peruanos no tienen agua potable. Preocupa que el alcohol para manos se beba con canela en algunos poblados de la sierra. Y la desinformación provoque  la ingesta de lejía como antídoto para el Covid 19. El canciller anuncia que están aseguradas 9.9 millones de vacunas negociadas con Pfizer y BioNTech. Nadie informa sobre el costo de la inmunidad. Se estima 10 dólares por cada una de las dos dosis necesarias

La salud es principal preocupación en el país. Pues no hay familia que no haya perdido a un familiar o conocido. El mal afecta, paraliza, pulveriza los ahorros. Y tras la recobrada hay una secuela de angustia y desesperación. Preocupante es la situación de la educación en el país. La extenuante educación virtual arrastra secuelas. En su proporción la universidad pública suma muchos muertos entre sus docentes y servidores. La virtualidad exige inversión equipos encarecidos por la demanda y licencias para uso de los softwares. En mercados y plazas el contagio es inminente y las mascarillas reusadas son adorno para el disimulo.  Dicen las vecinas, de tanto lavarlas no se sienten pero tampoco protegen. El nuevo negocio son las vinchas para que las orejas, estiradas por los elásticos, regresen a su sitio.

En las ciudades urge colaboración cívica frente a las tareas pendientes para mantener el aseo urbano y  la limpieza de la ciudad. La protección de las familias y el apoyo a los estudiantes sometidos a extenuantes jornadas. El Perú necesita el coraje de sus hijos y el ímpetu emprendedor de sus niños y jóvenes. La lección de la peste es dura para todos los ciudadanos. Las prioridades son explícitas y claras: necesitamos mayor inversión en salud, educación y trabajo. Un cuerpo enfermo y aterido es una pesada carga. Un cuerpo sano trabaja con vigor y no se consume en la indiferencia pasiva del no hacer nada. Un ciudadano sano es fuerza de trabajo por eso urge protección social, salarios justos para mover con dignidad el aparato productivo. No hay más tareas por ahora.  Debemos liquidar las horas de tiempo perdido. Construye mucho más la decencia al escándalo. Urge empoderar el respeto, el logro compartido, el esfuerzo común plantando un árbol de esperanza contra la apatía y el desánimo.

¡Seamos limpios y honestos, seámoslo siempre! Nunca nos niegue sus luces el sol para limpiar al Perú todas sus costras y resanar sus heridas.  Es la única fórmula para ponernos de pie y abrir los surcos, recoger las redes y sacar el crudo de las entrañas de la tierra. Inversión sí, pero sin negociados vergonzosos bajo la mesa. Urge agua limpia para el aseo de todos los peruanos. Necesitamos legisladores probados con el agua regia de la decencia y el decoro. 

Con salud, educación y trabajo el país camina en su cojera, poco a poco. Esperar el premio consuelo de la historia es un desatino imperdonable. En un país donde el perro muerto es una institución bien vale tomar al toro por las astas y desterrar la inmoralidad y la rapiña en todas sus formas. Lo que hoy se roban es el equipamiento de las escuelas pobres en los más apartados rincones del Perú y da mucha pena. El dinero que se malversa hace falta para dotar de insumos a los laboratorios de la universidad pública. Cada robo descarado en las arcas del Estado tiene efecto tan pernicioso como si derribásemos el aula de la una escuela o incendiáramos con impunidad una biblioteca pública. 

La salud no se mendiga, hospitales con colas interminables son la reproducción del despojo de Derechos Humanos elementales. La muerte de un peruano por falta de oxígeno es un crimen de lesa humanidad y no puede pasar como un número más en la estadística oficial. Estamos a vísperas del Bicentenario y no hay clarines ni ilusiones vehementes en los niños de nuestra patria. Los héroes están ahí en su sueño postrero, esperando los postergados  homenajes. Los nuevos héroes viajan en bus y caminan largos trechos para no gastar sus pocos soles. Otros están pendientes de sus pacientes en los hospitales y se sobreponen frente a las indecibles necesidades.

El Perú de hoy urge el dinamismo de bicicletas en las calles. Menos demagogia y mayor sinceridad humana en lo que se dice y se hace. Como en los partos dolorosos de la historia el coraje nos hace dignos y grandes. Es justicia elemental exigir el respeto a la dignidad humana y la solidaridad con quien la necesita. Nos falta compasión para construir una sociedad sin exclusiones que abra los ojos frente a quienes viven en la pobreza extrema, el hambre y la indefensión de los vulnerables y enfermos sin atención.  Una educación sin diferencias para ricos y pobres formadora de ciudadanos compasivos capaces de compromisos con su comunidad. Salud eficaz para los que no la tienen y para los que tienen acceso a ella. Derecho al trabajo por capacidad y responsabilidad al mismo tiempo. Una constitución que sea un elenco de derechos posibles y no un engaño risible y vergonzoso. Un mamotreto incumplible. Un rompecabezas para torcer las leyes. Un pueblo bien nutrido y educado es un ariete frente a las injusticias.  Por todo ello no hay tiempo que perder. La peor peste es ese contagio de pesimismo que se come las conciencias. (Foto: Tumba del poeta Alberto Hidalgo, en el Cementerio La Apacheta en Arequipa)

 

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