Por: Miguel Godos Curay
Venerada imagen del Señor Cautivo de Ayabaca |
Es un fervor multitudinario
más allá de las fronteras. Una demostración en carne viva de la fe de los
creyentes. Desde los últimos días de septiembre y todo octubre el norte se
llena de peregrinos que recorren pueblos y plazas en su ruta al encuentro del
Señor. Son hombres, mujeres y niños que caminan hasta el santuario del Cautivo
en Ayabaca. Sed, hambre y fatiga siempre les acompañan pero no se arredran. Su
corazón y la mirada están puestos en el Cautivo al que imploran y agradecen el
restablecimiento de la salud, un repentino cambio de vida o el trabajo que hace
mucho tiempo buscaban. Hoy abundan miles de jóvenes conversos en los pasillos del
mercado, en las calles y en los rincones desatendidos por el gobierno todos
caminan hacia Ayabaca sin importar las distancias.
Otros conocieron al Cautivo
en la ingrata experiencia de años de prisión. Pero están ahí agradecidos
dispuestos a cumplir la eterna promesa. Es el atletismo de la fe creyente. El
camino carretero de Piura hasta Ayabaca es de 216 kilómetros. La jornada por
trochas olvidadas, llanuras y cerros es de tres a cuatro días hasta las puertas
del santuario a 2, 715 metros sobre el nivel del mar. Hoy es un mar
interminable de fieles que esperan en la misa de fiesta la bendición. Mientras
tanto reposan aliviando sus fatigas a cielo abierto en Ayabaca.
Los peregrinos ingresan a
rastras, rodillas en carne viva, otros
portan pesadas cruces con sorprendente fortaleza. Entonan cantos de alabanza
con originales letras algunas escritas por el ciego Pablito Maldonado otros son
arreglos de conocidas cumbias y pasillos ecuatorianos. “Aquí estamos a tus pies Cautivo / tal como te
lo había prometido. A tus pies me postro
agradecido / no me desampares en la vida mi Cautivo” dice una letra balbuceada
entre sudor y lágrimas. Un enjambre de
viejos y andariegos peregrinos unta de chuchuasa en los músculos adoloridos y
acalambrados por el trajín. Este año un joven peregrino murió en pleno trecho
extenuado por sobre esfuerzo a su corazón.
Lloran otros ante la mirada
del Cristo de los pobres. Son miles los peregrinos que se posesionan de la
plaza de Ayabaca en vísperas de la misa
de fiesta. Con las primeras luces del día hierve el café de olleta retinto para
iniciar la jornada. Es tradición de los andantes compartir lo poco que se tiene
y juntarse para el retorno tras cumplir con la promesa de caminar hacia Ayabaca
por cinco a diez años. Hay quienes se comprometen por toda la vida y no faltan
quienes ofrecen sus hijos al Señor.
El señor Cautivo es un
Cristo lacerado de rostro campesino tostado por el sol las velas y el sahumerio.
Su cabellera es una ofrenda de las hijas de Ayabaca o de lugares recónditos que
desde niñas las preservan para a los 15 a los 18 entregarlas y convertirlas en
personal atuendo del Señor. La devoción
al Cristo adolorido tras las torturas en el pretorio es una añeja tradición en
México, Perú y Guatemala. Cristo tiene en sus sienes ensangrentadas sobre las
que reposa una corona de espinas que duele en el alma. En sus manos entrecruzadas se aprecian las
venas tumefactas que revelan el dolor de la carne herida. Profunda y penetrante
la mirada. Los labios medio abiertos imploran compasión. Viste de morado
intenso como el de la chicha. Todos le piden, a sus pies lloran clamando
perdón. Los testimonios de milagros concedidos son numerosos. No hay nada
imposible para el Señor. Muchos oran por la paz en el Ecuador. Y otros para que
no nos engañen los políticos y los candidatos incumpliendo sus promesas.
Ayabaca, con sus callejones
cuesta arriba es un mar de fe. Camiones y buses llegan de todos los rincones.
Posadas y hoteles abren sus puertas. La comida vuela. Hasta el momento de la
procesión. Cohetes y bandas de músicos anuncian la salida del Señor. Los
colonos de San Lorenzo y del valle del Quiroz están contentos porque días
antes se sintieron los cordonazos del Cautivo.
Lluvias estacionales anticipo de un estío con agua para riego.
Un pueblo de cuatro mil
habitantes soporta estos días una población inesperada de 10 mil o más
visitantes. La feria anual facilita el comercio de reliquias e imágenes del
Cautivo pero también de las panelas, alfeñiques y bocadillos de
Socchabamba elaborados artesanalmente
desde tiempos inmemoriales. Algunos peregrinos sin dinero llevan como reliquia
piedras y estampitas del Cautivito que preservan en sus hogares. La noche
fresca obliga al abrigo. Unos se cubren con sus ponchos otros con cobijas pues
duermen cara al aire fresco de las alturas. Bien valieron los trajines para
este encuentro con el Señor.
Hace frío pero el corazón
arde de fervor. Es la fe de un pueblo que camina y cree en la salvación. Poco
le importa la decepción política y la injusticia. Por encima de todo los
regocija la esperanza de Dios. La amistad de Cristo con los pobres se renueva
todos los días. No faltan quienes con
racionalidad cartesiana confunden fanatismo con fervor. No es así. Sin esa
prodigiosa energía que surge de la fe no son posibles el progreso humano, la
busca del bien común en la salud y en la educación. Enmudecen los dialécticos
ateos y quienes señalan que la religión ya no es el opio, que adormece, sino la
cocaína del pueblo. Sucede que de las expresiones visibles de la religiosidad
popular surgen las expresiones invisibles de la conversión personal y
revalorización de la persona humana.
Si a pura fe cristiana es
posible la conversión de un drogadicto o
que un malandrín renuncie a la facilidad de una mala vida en el delito, una prostituta cambie su vida. La conversión
personal es un asunto serio. Un verdadero antídoto ante la actitud inhumana negadora
del ser humano como imagen de Dios. Lo ha advertido el papa Francisco: “Dios es
amor y libertad”. “El deseo que siento
es de compartir con vosotros una esperanza, y es esta: que el sentido de
responsabilidad poco a poco triunfe sobre la corrupción, en todas partes del
mundo.” He ahí la esencia del milagro.
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