domingo, 13 de octubre de 2019

UN MILAGRO EN OCTUBRE


Por: Miguel Godos Curay

Venerada imagen del Señor Cautivo de Ayabaca
Es un fervor multitudinario más allá de las fronteras. Una demostración en carne viva de la fe de los creyentes. Desde los últimos días de septiembre y todo octubre el norte se llena de peregrinos que recorren pueblos y plazas en su ruta al encuentro del Señor. Son hombres, mujeres y niños que caminan hasta el santuario del Cautivo en Ayabaca. Sed, hambre y fatiga siempre les acompañan pero no se arredran. Su corazón y la mirada están puestos en el Cautivo al que imploran y agradecen el restablecimiento de la salud, un repentino cambio de vida o el trabajo que hace mucho tiempo buscaban. Hoy abundan miles de jóvenes conversos en los pasillos del mercado, en las calles y en los rincones desatendidos por el gobierno todos caminan hacia Ayabaca sin importar las distancias.

Otros conocieron al Cautivo en la ingrata experiencia de años de prisión. Pero están ahí agradecidos dispuestos a cumplir la eterna promesa. Es el atletismo de la fe creyente. El camino carretero de Piura hasta Ayabaca es de 216 kilómetros. La jornada por trochas olvidadas, llanuras y cerros es de tres a cuatro días hasta las puertas del santuario a 2, 715 metros sobre el nivel del mar. Hoy es un mar interminable de fieles que esperan en la misa de fiesta la bendición. Mientras tanto reposan aliviando sus fatigas a cielo abierto en Ayabaca.

Los peregrinos ingresan a rastras, rodillas en carne viva,  otros portan pesadas cruces con sorprendente fortaleza. Entonan cantos de alabanza con originales letras algunas escritas por el ciego Pablito Maldonado otros son arreglos de conocidas cumbias y pasillos ecuatorianos.  “Aquí estamos a tus pies Cautivo / tal como te lo había prometido. A tus pies  me postro agradecido / no me desampares en la vida mi Cautivo” dice una letra balbuceada entre sudor y lágrimas. Un enjambre  de viejos y andariegos peregrinos unta de chuchuasa en los músculos adoloridos y acalambrados por el trajín. Este año un joven peregrino murió en pleno trecho extenuado por sobre esfuerzo a su corazón.

Lloran otros ante la mirada del Cristo de los pobres. Son miles los peregrinos que se posesionan de la plaza de Ayabaca  en vísperas de la misa de fiesta. Con las primeras luces del día hierve el café de olleta retinto para iniciar la jornada. Es tradición de los andantes compartir lo poco que se tiene y juntarse para el retorno tras cumplir con la promesa de caminar hacia Ayabaca por cinco a diez años. Hay quienes se comprometen por toda la vida y no faltan quienes ofrecen sus hijos al Señor.

El señor Cautivo es un Cristo lacerado de rostro campesino tostado por el sol las velas y el sahumerio. Su cabellera es una ofrenda de las hijas de Ayabaca o de lugares recónditos que desde niñas las preservan para a los 15 a los 18 entregarlas y convertirlas en personal atuendo del Señor.  La devoción al Cristo adolorido tras las torturas en el pretorio es una añeja tradición en México, Perú y Guatemala. Cristo tiene en sus sienes ensangrentadas sobre las que reposa una corona de espinas que duele en el alma.  En sus manos entrecruzadas se aprecian las venas tumefactas que revelan el dolor de la carne herida. Profunda y penetrante la mirada. Los labios medio abiertos imploran compasión. Viste de morado intenso como el de la chicha. Todos le piden, a sus pies lloran clamando perdón. Los testimonios de milagros concedidos son numerosos. No hay nada imposible para el Señor. Muchos oran por la paz en el Ecuador. Y otros para que no nos engañen los políticos y los candidatos incumpliendo sus promesas.

Ayabaca, con sus callejones cuesta arriba es un mar de fe. Camiones y buses llegan de todos los rincones. Posadas y hoteles abren sus puertas. La comida vuela. Hasta el momento de la procesión. Cohetes y bandas de músicos anuncian la salida del Señor. Los colonos de San Lorenzo y del valle del Quiroz están contentos porque días antes  se sintieron los cordonazos del Cautivo. Lluvias estacionales anticipo de un estío con agua para riego.

Un pueblo de cuatro mil habitantes soporta estos días una población inesperada de 10 mil o más visitantes. La feria anual facilita el comercio de reliquias e imágenes del Cautivo pero también de las panelas, alfeñiques y bocadillos de Socchabamba  elaborados artesanalmente desde tiempos inmemoriales. Algunos peregrinos sin dinero llevan como reliquia piedras y estampitas del Cautivito que preservan en sus hogares. La noche fresca obliga al abrigo. Unos se cubren con sus ponchos otros con cobijas pues duermen cara al aire fresco de las alturas. Bien valieron los trajines para este encuentro con el Señor.

Hace frío pero el corazón arde de fervor. Es la fe de un pueblo que camina y cree en la salvación. Poco le importa la decepción política y la injusticia. Por encima de todo los regocija la esperanza de Dios. La amistad de Cristo con los pobres se renueva todos los días.  No faltan quienes con racionalidad cartesiana confunden fanatismo con fervor. No es así. Sin esa prodigiosa energía que surge de la fe no son posibles el progreso humano, la busca del bien común en la salud y en la educación. Enmudecen los dialécticos ateos y quienes señalan que la religión ya no es el opio, que adormece, sino la cocaína del pueblo. Sucede que de las expresiones visibles de la religiosidad popular surgen las expresiones invisibles de la conversión personal y revalorización de la persona humana.

Si a pura fe cristiana es posible la conversión  de un drogadicto o que un malandrín renuncie a la facilidad de una mala vida en el delito,  una prostituta cambie su vida. La conversión personal es un asunto serio. Un verdadero antídoto ante la actitud inhumana negadora del ser humano como imagen de Dios. Lo ha advertido el papa Francisco: “Dios es amor y libertad”.  “El deseo que siento es de compartir con vosotros una esperanza, y es esta: que el sentido de responsabilidad poco a poco triunfe sobre la corrupción, en todas partes del mundo.” He ahí la esencia del milagro.


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