Por: Miguel Godos Curay
La Pokémanía se ha convertido en un popular entretenimiento que consume tiempo y dinero. |
El paseo de la Paloma de la Paz por
donde ayer recalaban cuatro gatos es hoy un lugar concurrido de los
incondicionales de Pokémon, denominación sincopada de Pocket Monster. Un
delirante videojuego electrónico japonés que hoy se desliza por la web y los celulares.
El hoy pasaje concurrido, es una Poké-parada en donde capturan bolas (municiones) los apasionados y
seguidores de este delirante safari virtual por la ciudad.
Grandes y chicos lo disfrutan. Las
extasiadas sesiones consumen el tiempo como agua entre los dedos. La sonrisa
placentera del cazador furtivo de pokémones es producto de las descargas de
dopamina, un neurotransmisor que provoca la aparente sensación del ganador. La
infelicidad se descose cuando el entretenido juego se convierte en una adicción
incontrolable que no repara en el tiempo y el dinero consumido.
En China, en donde las horas de
trabajo suman 2 mil 200 horas al año. Este juego electrónico está prohibido. Es
un peligroso distractor para el precioso tiempo del gigantesco aparato productivo.
Resulta una contradicción que los chinos fabriquen millones de celulares de
pantalla táctil, sin embargo, no puedan utilizar esta contagiosa aplicación.
En Piura, la pokémania, ha convertido
en espacios visibles los ayer rincones ignorados por la indiferencia citadina.
Es de advertir, la Pokémania requiere un celular cuyo costo está por encima del
promedio. Lo que convierte a los eventuales y boquiabiertos ludópatas en botín
y presa de los ladrones. Quienes vivimos sumergidos en esa prehistoria de la
tecnología llamada lectura no entendemos las tremebundas dimensiones del webeo.
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