Por:
Miguel Godos Curay
Juan Gabriel, en su última actuación. |
Los
ángeles no tienen sexo. Los ángeles tienen gloria y se asoman a la eternidad.
Su tiempo conjura los olvidos y sus cantos estremecen los corazones. El
compositor y el intérprete vivirá siempre en la invicta lealtad de sus
admiradores, advierte, Armando Manzanero. El Presidente Peña Nieto, dijo:“Su
música, es un legado de México para el mundo”. Obama también lo recuerda porque
sin proponérselo fue a su modo Embajador de buena vecindad. No le fueron esquivos el Madison Square Garden en Nueva York y en 1990 el Palacio de las
Bellas Artes, reservado para los grandes
conciertos sinfónicos, le abrió sus puertas y se hizo universal su mensaje con
aroma de pueblo. No fue fácil. En este recinto recibirá el homenaje póstumo de
México.
Carlos
Monsiváis, sobre esta proeza se interroga: “¿Se derrumbarán los mármoles?”
Finalmente arrecian los atronadores aplausos de los fariseos, esta noche
sucumben fascinados por la cultura popular. Fue la primera grabación sonora
digital realizada en este privilegiado escenario reservado para los grandes. Las
reproducciones por millones del concierto desbocaron incontenibles su legítima
fama. En esa ocasión inolvidable presentó a 24 niños huérfanos, hijos de madres
solteras. Niños pobres entre los más pobres que reciben educación esmerada en
el albergue que desde 1987 sostiene con su peculio en ciudad Juárez. Hoy lloran
a Juan Gabriel los de arriba y los de abajo. Hasta los homófobos no pueden
contener sus lágrimas y disimulan con colirio el haberlo ofendido de cuerpo
entero. Contra todos los pronósticos su independencia del imperio mediático Televisa,
que digita ídolos con pies de barro, lo hizo universal.
Compositor
apasionado, genuino juglar, humilde entre los humildes, su vida, a pesar de los
pesares remontó la pobreza y la ausencia de ternura. Con la filigrana de los sentimientos más puros hizo música con letras
inolvidables. Su Amor Eterno es el último adiós en los cementerios. Hasta que
te conocí, Abrázame muy fuerte, Se me olvido otra vez, Ya lo sé que tú te vas.
Son himnos con el leitmotiv del amor fulminado pero inspiración inagotable para
los románticos de peluche y rosas bermejas. Pero como la existencia y la vida no pueden ser un inventario de
desgracias. Alberto Aguilera Valadez o Juan Gabriel comparte el firmamento de
esos símbolos eternos de México como Agustín Lara, José Alfredo Jiménez,
Roberto Cantoral, Consuelo Velázquez la inmortal creadora de “Bésame mucho”. Y
entre los presentes Armando Manzanero.
Se
fue. Partió sin avisar. Lo mató un certero dardo de cupido en el corazón. Horas
antes había encandilado multitudes con su cancionero distante de la avaricia de
los afectos y de las exclusiones del
color. El que vino acompañado alegre por La negra Tomasa. Se puso triste de pronto. El
juglar del antiguo reino de Michuacán sintió en su pecho estremecido el último
dolor. El mundo espejea tras las cataratas
que resuenan como si quebraran insoportables los vidrios. Son las 11.32 del
domingo 28 de agosto en Santa Mónica (California).
La vida se tornó en absoluto silencio.
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