Por:
Miguel Godos Curay
El Padre Juan Mckniff con niños legionarios en la Parroquia del Santo Cristo Viajero de La Habana (Cuba) |
Padre Eduardo Palacios: No hay navidad sin Jesús |
Niño Jesús "El Doctorcito" Iglesia La Merced (Lima) |
Fascinante, sin embargo, es
la historia de la abuela Margarita, dona Marga que a sus casi cien años
ensartaba agujas y sus dedos sarmentosos cosían con una vieja Singer de manivela
los encargos de las campesinas. La abuela Marga, un día amaneció rebosante de
alegría, pero se le ocurrió que a la centuria ya era hora de partir. Uno de sus
deseos era recorrer Santo Domingo, de bordo a bordo. Una silla de ruedas en
caminos tan culebreros no sirve para nada. Pero el pedido no podía quedar como
un recado sin retorno. La solución fue prestar una vieja anda de guayacán de la
Iglesia y ahí se le acondicionó una silla amarrada con cabuyas. En donde la
abuela centenaria, como un viejo soberano inca, recorrió el pueblo. La abuela
cargada por los más jóvenes era como un santo vivo que repartía bendiciones y
sus ojos de postrero brillo llenaban los corazones de alegría. No era Papa Noel
de la tradición nórdica. Sino una mujer de carne y hueso, partera, costurera,
componedora de huesos, devota del santoral y cultivadora del arte adivinatorio
con su vieja baraja española. Me cuenta Ovidio Calle, uno de los cargadores de que con su mirada extasiada se despidió feliz del mundo. Sus
últimas palabras fueron consejos y el primero de ellos al tenor decía: <No
se olviden de Dios. Ama a Dios> y >. Días después cerro sus
ojos y como en los tangos el mundo sigue andando. O como en los cuentos de
hadas. En la noche estrellada su carita de ángel, convertido en una arrugada y
dulce pasa, nos dejó el dulce sabor de la gratitud y la bondad.
No puedo olvidar a Armando
Burneo Seminario, que nunca olvidó a la familia de Correo. Recuerdo que a horas
de la noche de pascua repartía pollos a la brasa entre los redactores y los
canillitas que ahí se encontraban. Los gestos de nobleza emergen en la memoria
como una película inolvidable. En otra ocasión encargue un perrito chusco a
Isaías “chiquito” Benites y se apareció en plena navidad con un chivito de
leche con el que encariñaron mis hijos.
Los juguetes de pilas quedaron abandonados y esa criatura con alma llenó de ternura el hogar.
Otra nochebuena inolvidable
la pasé con Octavio Zapata Albán. A la pollería que concurrimos, en un primer
momento, no nos quisieron atender. Argumentando
el estado de abandono de mi convidado. Apelando a todas las
misericordias posibles nos enviaron a comer a la cocina entre menaje y el
movimiento de mozos y cocineros que reconcentraron de calor humano nuestra mesa.
Fue una ocasión en la que a Octavio con modales finos lo vimos comer
entusiastamente. Una mente extraviada por los laberintos de la enajenación no
pierde, en su esencialidad, la dignidad y el decoro. Mario Navarro, el pintor,
que hizo el milagro de hacer visibles a los invisibles me ha dado la razón.
Octavio, el Greco, Héctor y todos los habitantes invisibles de la ciudad son
como ángeles insomnes cuyos sueños son la letra menuda de los derechos humanos
y los recovecos del egoísmo muchas veces disfrazado de felicidad.
Hay un recuerdo grato que me
acompaña siempre. La representación navideña en el atrio de la Iglesia San
Francisco de Paita. Teddy Montúfar, hizo el papel de San José. Luisa Sánchez,
de María. A nosotros nos tocó ser los ángeles que acompañaban el pesebre del
niño Dios. Aún recuerdo las primorosas alas hechas con plumajes juntados todo
el año. El niño propicio para la ocasión fue Chichi Victoria de algunos meses
de nacido. La vieja fotografía es un recuerdo inolvidable. El cortejo angelical
tenía su propio parlamento. Tenía diez u once años pero de lo que dije no me
olvido: Tenemos el recuerdo indeleble de
haber sido, alguna vez en nuestra vida, ángeles de carne y hueso.
Aldo Cango cuenta la historia
navideña de un club de madres pobres camino a La Legua que no tenía como
celebrar la nochebuena. Dios providente no tuvo reparos en abrir la jaba de un
camión de una empresa avícola que iba repartiendo pollos por todo el camino.
Las aves caían a la pista y las madres, una a una, tuvieron su provisión de
pollo vivo para disipar sus angustias. Fueron como una docena de hogares que
tuvo que comer y los pollos saciaron el hambre de los pobres. Todos recuerdan a
una de las vecinas que preparó aguadito de pollo y lo repartió, entre los
pobres más pobres. ¡Para todos amanece Dios en navidad!.
1 comentario:
Qué bonito...!!!
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