Los abuelos son el tesoro más valioso de nuestras familias y nuestra sociedad |
Mi abuelo era zapatero
remendón de oficio lo que no resentía su afecto por la lectura. Con sus leznas
y suelas reparaba los zapatos de todos los vecinos. A veces del alcalde del
pueblo, otras del subprefecto, otras del
policía municipal que recorría todo el mercado. Las prendas estimadas
eran de los peloteros del barrio que convertían el calzado escolar en
chimpunes. Entonces las mamás pedían cambio de media suela, refuerzo de los
talones, zurcido de las grietas abiertas y parchado de huecos. Sus manos
mágicas debían dejarlos como nuevos para continuar su trajín por el mundo. Él
distinguía por sus pisadas y trancos a todos los habitantes del puerto de Paita
al norte del Perú.
Los zapatos del Alcalde
tenían desgastado el taco, los del Subprefecto pedían con angustia reemplazo y estaban recocidos a
mano. Los del señor Sears del alto mando
de la Policía Municipal despedían aroma de tinta negra de almendra. En algún
momento fueron zapatos de oficial de la Armada Peruana pero él los tiñó de negro brillante y con el sonar de sus tacos saludaba a todo el
mundo.
Mi abuelo José aprendió
de su abuelo el oficio de zapatero. Cuando estaba alegre sonaba su martillo con
su mágica musiquita para ablandar las suelas. Cuando escaseaba la tarea de
clavos y leznas. Se entretenía con los cinturones y los aperos en la
talabartería. Entonces incrustaba con primor remaches de plata de nueve décimos
y estrellitas para las sillas de montar
caballo. Sus cinturones de cuero tenían una utilidad inimaginable. Servían como
medida de longitud oportuna. En caso de urgencia para ahuyentar los perros. Algunos papás con su sola presencia persuadían a los melindrosos a
comer el puré de zapallo y el caldo de pata de toro con garbanzos. Pero también para corregir las
malacrianzas. Este era un escarmiento ingrato reservado sólo para los
incorregibles y malvados.
Un primor eran los
zapatitos de badana para los bebés, eran primorosamente delicados y con ojales
y brochecitos dorados. Mi abuelo decía: Son
zapatitos de ángel y ellos acompañaban a los críos en sus sueños. Eran
fabricados a pedido y la tarea empezaba dibujando una plantilla de cartón a la
medida del piesecito. Eran cosidos con
paciencia en las noches de luna. Según mi abuelo para animar los sueños de los pequeñitos.
Muchas veces, lo sorprendimos, en pleno sueño, con los zapatitos acabados en
sus manos. Su rostro era dulce y sobre
su nariz aún pendían los espejuelos de vidrio grueso. Según su explicación las
hadas madrinas le daban el toquecito final para poder entregarlos.
Los camioneros
consideraban un portento el hallar un zapatito
de niño para colocarlo del espejo
retrovisor porque trae suerte. En cierta ocasión, después de una agotadora
jornada de menudo trabajo, el abuelo con lágrimas besó los botines que tantas
noches le habían quitado el sueño. Eran unos botines de cuero cabritilla de
ojales de cobre. Cuando le pregunte a mi abuelo. ¿Abuelo por qué te
entristeces con esos botines nuevos? Me
dijo son para un niño que no puede
caminar y su madre me ha pedido se los haga a la medida porque ganas no le faltan de mover sus piernas
enclenques.
Al día siguiente cuando
al retornar de la escuela con curiosidad fui a mirar los botines del niñito
triste. Y no los encontré en el aparador. Nadie supo darme razón hasta que retornó
el abuelo. Según sus palabras los botincitos partieron hacia el hogar del niño
en una hacienda vecina. Según me dijo, estos zapatitos facilitarán al pequeño pueda dar sus primeros
pasos y jugar a la ronda como todos los niños. Mi curiosidad se alimentó todos
los días con la esperanza de que aquel niño triste pudiera ser feliz como todos
los niños. Tanta era mi infantil curiosidad que imaginaba el rostro del
pequeño. Corriendo en el patio de su escuela. ¿Cómo se llamaba es niño? ¿Por
qué no podía caminar como todos los niños? ¿Cómo era?
Las conversaciones en
los menesteres de la cocina de las tías hablaban de un pequeño que había nacido tullido y sus piernecitas no podían
sostenerse a consecuencia de la debilidad o de la polio. El doctor le había recetado baños de arena
caliente para tonificar los músculos y emplastos para recobrar la fuerza
perdida. También le habían prescrito caldos de huevos de angelota y cabeza de
albacora para la debilidad. Así pasaron los días y las noches sin noticias de
la criatura.
El abuelo era un asiduo
concurrente del cine Grau donde se proyectaban
películas los fines de semana. Nunca dijo no para llevarme al cine. En
especial a los estrenos en blanco y negro de Tarzán. Para que la función no
fuese aburrida llevaba un bolso de pasteles que gustaba compartir. Otras veces
se dormía con sonoro ronquido. Cuando despertaba se inventaba los capítulos
dejados de ver. De modo que su entendimiento de la serial le era singularmente
propio.
El abuelo cumplía
diariamente con el rito de afeitarse la barba espesa con la navaja. Entonces
con pulso rejuvenecía. Algunas veces me jabonó al rostro con su espuma de jabón
de Reuter rallado y me decía: -Usted es
ya un hombre- . En aquellos instantes con fervor multiplique mi admiración por
su sentido tan intenso de la vida.
No puedo olvidar los
trompos de zapote que me regaló en mi cumpleaños. Me dijo: “Da vueltas como la
tierra”. Con su cuerda de pabilo aprendí a hacerlo bailar sobre la tierra. En otras ocasiones me explicó
el origen de las mareas y su relación con los ciclos lunares. “Al mar no hay
que temerle porque su nombre es femenino”. Mi abuelo era amigo del chalanero Sabas
y diligente me llevó a recorrer la bahía a fuerza de remo. Aquel día me sentí tripulante
de las carabelas de Colón. Imaginé viajes por los siete mares, me sentí piloto
de bajel pirata. Ahí estaba el abuelo dirigiendo con su vozarrón el navío. ¡Ojo
al pito mano al breque! Ordenaba a todo pulmón. Así conocí al mar y aprendí a
sentir devoción por el Almirante Grau. Otras veces recitaba los poemas de
Rafael Alberti. “Branquias quisiera tener/ porque me quiero casar/ mi novia
vive en el mar / y nunca la, puedo ver/.De aquella
tarde de navegación nunca podré
olvidarme. Sentí la misma emoción al contemplar el mar con los prismáticos.
Antes mis ojos pelicanos, gaviotas, piqueros y guanayes mostraban detalles de su vuelo en busca de
peces. Ágiles lobos se sumergían y los bufeos corrían olas. Mientras los botes al caer la noche
retornaban con su pesca.
Gracias a mi abuelo
crecí contemplando el mar. Todo lo aprendí de buena gana. Sabía amarrar
anzuelos y ensartar los muy-muy como carnada. Aprendí a pescar, con paciencia,
anguilas y cabrillitas. En las tardes cuando soplaba el viento de agosto era
una diestro confeccionista de cometas que desafiaban los vientos. Con los
cromos de viejas figuritas se sentía nuevamente niño y las golosinas le fascinaban porque endulzaban la vida, las
compraba en la confitería de don Francisco Ipanaqué por onzas. La felicidad
soplaba por el lado del abuelo. Las clases en la escuela fiscal resultaban
interminables frente a sus explicaciones prácticas y puntuales.
Una tarde rompió la
monotonía de la entre siesta el niño de los botines con su madre. Carlitos,
daba ya sus primeros pasos los que
completaría con un tratamiento
especializado en Lima. El niño parecía contento con sus progresos. El demostrar el movimiento de sus
extremidades era una señal de que con
una intervención quirúrgica él podría volver a caminar. La buena señora estaba
agradecida. En una alforja había traído ciruelas y frutas de su huerta. El
pequeño se acercó hasta mi abuelo y la extendió diciendo – Gracias don José- .
Mi abuelo estaba emocionado y llegó a responder. “Ya verá usted como con la
ciencia y su buena voluntad seguro que va a caminar y hasta jugar el fútbol”.La
tertulia se prolongó con los recados de las tías. Carlitos, podía mover sus
piernas con sumo cuidado y ensayar sus
pasos. No podré olvidar esta escena registrada como la cámara fotográfica del
corazón, que detiene los más hermosos recuerdos de mi niñez. Muchos años
después murió el abuelo. Su rostro era apacible. Como si en sus manos se
hubiese posado la ternura de Dios.
(Cuento Finalista en el Concurso Mi Nieto y yo promovido por SURA)
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