El periodista es lo que no es: Ni juez, ni fiscal, ni cura. Es un simple espectador de la realidad |
Por:
Miguel Godos Curay
Una
revieja lección de periodismo enseña que
el pecado favorito de los periodistas es creerse en sí mismos un poder y como
tal someter a su antojo y beneplácito a quienes
según, su presunción, merecen un juicio mediático.
En este juego de apariencias, como se puede apreciar, quien tiene la navaja por
el mango nunca se corta. Este es el argumento de la escandalogía. El provocar
remolinos y tormentas en vasitos de agua. Por lo demás nunca observan con
detalle los hilos que los sostienen, las sacadas de vuelta a la Sunat para la
evasión fiscal, la doble contabilidad, el mal trato laboral y el abuso contra
sus propios empleados de la redacción obligados a la renuncia por contratos
onerosos e indignos, las planillas fantasmas, los lobbys lubricados para bien
de la empresa depositaria de la verdad. Son como la pandilla de don gato
expertos en urdir pendejadas para aumentar las ventas cuando la devolución se
incrementa todos los días. Realmente nunca juegan limpio. Presumen ser
discípulos de Catón, censores severos que cautelan la moral pública. Sin embargo,
a contrarias se ceban con el mal. ¿Quién moraliza a los moralizadores?
La
lógica del esperpento tiene sus límites. Pues los anunciadores no disfrutan colocando sus avisos en páginas
donde asoma una lectura contrahecha de la realidad. El que sólo consume
pesimismo, desencanto, desilusión, violencia como si se tratara de un basurero
colectivo, tarde o temprano, se enmierda, no se enmienda, como se esperaba. La
amargura y la soledad finalmente les consumen. Alguna vez un gurú de la prensa francotiradora, me dijo: “Mi
oficio es el de un juez que sentencia, un cura que sostiene la moral y un juez
responsable de la salud de la sociedad”. Definitivamente, la descomunal burbuja,
nos permitió concluir que tal señor no entendió nunca que el periodista ético y
consecuente no es ni fiscal, ni cura, ni juez de nada. Es un simple espectador
de la realidad y que como tal debe una fidelidad inclaudicable e insobornable a la verdad. Lo demás es retórica y cosmética
Las
maromas, la posición de equilibrista en el cable, la presunción, la suspicacia ésa
urdimbre sospechosa de mentiras. Ese regateo con la verdad para aderezar sus infamias
en la ocultación. Esa falsa lealtad para adular y obtener una verdad. La
felonía químicamente pura no le viene bien
bajo ninguna circunstancia. Hay quienes intimidan con arrogancia de gladiador
otros con la chaveta en la mano. Y hay también los que valiéndose de su
contumacia aguerrida presumen que todos los que ejercitan función pública son
una legión de delincuentes. No es así. Y esa es la razón de la energía paralizante
por la que se devuelven presupuestos que no se gastan por temor.
Pero
hay también los expertos en tergiversaciones, se han graduado en
interpretaciones torcidas de las cosas. Son los que escupen el chocolate en
navidad, se mean en el refresco, sin reparar que pertenecen a la legión de los pedigüeños.
Y se nutren de su propio veneno. Otros son los que viven de la injuria, parienta
cercana de la difamación y la calumnia. No han de faltar los perjuros que mano
en la biblia y por la memoria de su abuela
prometen cumplir con los códigos de ética cuando su práctica inveterada
es la imprecación, el pecado de la soberbia, el señalamiento abusivo, la
cultura de la sospecha. Es probable que
en su bolsillito junto al Cautivito de Ayabaca coloquen
el colorido almanaque de la bataclana de turno. Así, estas señoritas
estrechas de conciencia que ejercitan el periodismo fingiendo integridad
resultan las pizpiretas esmirriadas de este boom empresarial de la prensa
concentrada. Milagros Leiva, ante ellas es la inmaculada concepción del nuevo
periodismo. No faltaba más.
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