sábado, 28 de noviembre de 2015

SE SOLTO CATON EN PIURA

El periodista es lo que no es: Ni juez, ni
fiscal, ni cura. Es un simple espectador de
la realidad

 Por: Miguel Godos Curay
Una revieja lección de periodismo enseña  que el pecado favorito de los periodistas es creerse en sí mismos un poder y como tal someter a su antojo y beneplácito a  quienes según, su presunción,  merecen un juicio mediático. En este juego de apariencias, como se puede apreciar, quien tiene la navaja por el mango nunca se corta. Este es el argumento de la escandalogía. El provocar remolinos y tormentas en vasitos de agua. Por lo demás nunca observan con detalle los hilos que los sostienen, las sacadas de vuelta a la Sunat para la evasión fiscal, la doble contabilidad, el mal trato laboral y el abuso contra sus propios empleados de la redacción obligados a la renuncia por contratos onerosos e indignos, las planillas fantasmas, los lobbys lubricados para bien de la empresa depositaria de la verdad. Son como la pandilla de don gato expertos en urdir pendejadas para aumentar las ventas cuando la devolución se incrementa todos los días. Realmente nunca juegan limpio. Presumen ser discípulos de Catón, censores severos que cautelan la moral pública. Sin embargo, a contrarias se ceban con el mal. ¿Quién moraliza a los moralizadores?

La lógica del esperpento tiene sus límites. Pues los anunciadores  no disfrutan colocando sus avisos en páginas donde asoma una lectura contrahecha de la realidad. El que sólo consume pesimismo, desencanto, desilusión, violencia como si se tratara de un basurero colectivo, tarde o temprano, se enmierda, no se enmienda, como se esperaba. La amargura y la soledad finalmente les consumen. Alguna vez un  gurú de la prensa francotiradora, me dijo: “Mi oficio es el de un juez que sentencia, un cura que sostiene la moral y un juez responsable de la salud de la sociedad”. Definitivamente, la descomunal burbuja, nos permitió concluir que tal señor no entendió nunca que el periodista ético y consecuente no es ni fiscal, ni cura, ni juez de nada. Es un simple espectador de la realidad y que como tal debe una fidelidad  inclaudicable e insobornable  a la verdad. Lo demás es retórica y cosmética

Las maromas, la posición de equilibrista en el cable, la presunción, la suspicacia ésa urdimbre sospechosa de mentiras. Ese regateo con la verdad para aderezar sus infamias en la ocultación. Esa falsa lealtad para adular y obtener una verdad. La felonía químicamente pura no le viene bien  bajo ninguna circunstancia. Hay quienes intimidan con arrogancia de gladiador otros con la chaveta en la mano. Y hay también los que valiéndose de su contumacia aguerrida presumen que todos los que ejercitan función pública son una legión de delincuentes. No es así. Y esa es la razón de la energía paralizante por la que se devuelven presupuestos que no se gastan por temor.

Pero hay también los expertos en tergiversaciones, se han graduado en interpretaciones torcidas de las cosas. Son los que escupen el chocolate en navidad, se mean en el refresco, sin reparar que pertenecen a la legión de los pedigüeños. Y se nutren de su propio veneno. Otros son los que viven de la injuria, parienta cercana de la difamación y la calumnia. No han de faltar los perjuros que mano en la biblia y por la memoria de su abuela  prometen cumplir con los códigos de ética cuando su práctica inveterada es la imprecación, el pecado de la soberbia, el señalamiento abusivo, la cultura de la sospecha. Es probable que  en su bolsillito junto al Cautivito de Ayabaca  coloquen  el colorido almanaque de la bataclana de turno. Así, estas señoritas estrechas de conciencia que ejercitan el periodismo fingiendo integridad resultan las pizpiretas esmirriadas de este boom empresarial de la prensa concentrada. Milagros Leiva, ante ellas es la inmaculada concepción del nuevo periodismo. No faltaba más.

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