Una página que reune los artículos periodísticos de Miguel Godos Curay. Siempre con una lectura polémica, fresca y deslumbrante de la realidad.
sábado, 20 de febrero de 2010
UN CEBICHE EN EL TORIL
Por: Miguel Godos Curay
Existe en el Cementerio San Francisco de Paita, en el costado izquierdo de la Capilla de Animas una tumba que lleva mi nombre. En efecto se puede leer “Aquí descansa Miguel Godos”. Todas las veces que visito Paita y recorro las galerías en busca de mis recordados deudos. Concurro a este lugar y junto a un padrenuestro dejo un ramito de flores. Lo hago desde los tiempos colegiales y siento que este “Miguel Godos” y cada uno de mis abuelos son como la mano de Dios. Confieso que lo he sentido a lo largo de mi vida en aciagas circunstancias. A ellos encargo mis angustias. Después me voy a comer cebiche al muelle o al Toril con mi padre. Un buen cebiche a la orilla del mar con un viejo que desovilla su memoria es una gratificación humana que no tiene precio. No tienen precio la risa, la belleza, la ternura, la amistad y los sabores. El sudado, el chilcano, el pasado por agua caliente de cabrillón y sentir en la punta de la lengua el calibre de un ardiente ají.
Decía mi tía Eloísa que el ají vuelve a los jovencitos atrevidos y lo administraba con delicadeza. Pero asumía que un cebiche sin ají es cosa de enfermos. El cebiche con pescado fresco es un placer inigualable. En Paita, hay la costumbre del cebiche nocturno. Los antiguos marineros lo acompañaban con galletas de agua. Las sechuranas de Puerto Nuevo le añadían culantro y lo servían en lapa. Las paiteñas usaban sus fuentes enlosadas. Conchas, cangrejos y calamares eran un complemento del sudado y no se podía culminar un marisqueada suculenta sin una copita de anís del mono o de la licorería de Juan Mena o Juan Bolo memorables personajes porteños.
Paita, de lancheros y estibadores era un mundo de intenso movimiento. Pacas de algodón prensado se amontonaban en el puerto. Cueros de chivo, atún congelado y conservas enlatadas eran parte del comercio de exportación que daba vida al hormiguero humano.. Junto al muelle surgían verdaderas ferias de artesanos diestros en el tallado de los colmillos de cachalote y lobo , barbas de ballena y picos de pez espada como los Mauricio y Barrios. Por los muelles Paita se surtía de contrabando: Wisky, vinos italianos, caramelos y golosinas, tabaco turco y americano, perfumes, casimires, jabón Yardley perfumado y penetrante. Este comercio atraía a los piuranos de la hacienda y era motivo de cautivadora curiosidad de las paiteñas.
Todo un personaje fue don Miguel Nole, conocido como “Platitos”. Un repentista distinguido por su modo de ver las cosas. De él refieren que recorriendo las bodegas de un vapor que transportaba el zoológico de un circo con destino a América del Norte. Refiriendo su experiencia prorrumpió: ¡Taitito es la primera vez que he visto animales en persona!. En otra ocasión y conforme a las tradiciones antañonas un pretendiente acudió a pedir la mano de su hija. Concertada la boda. Y estableciéndose la dote (arras) para la novia. Don Miguel le respondió: “Se puede saber caballero cuando hace usted el depósito de la cuota inicial”. También en cierta ocasión le dijeron que su canchón en el barrio La Figura se estaba incendiando. Muy orondo respondió a los bomberos: “ No se preocupen que yo aquí tengo la llave”.
Don Felipe Vargas, el “sombrerón” era un hombre fornido de voz sonora de tenor. Su oficio “componedor de huesos” . Era un genuino fisioterapeuta que con sus manos aliviaba músculos adoloridos, torceduras, hernias y fracturas. Su técnica asombrosa recurría a untos secretos por él preparados con tabaco, alcanfor y manteca de macho. Muchos pies retorcidos y paralizados por la polio recobraron el movimiento. Don Felipe acudía presuroso a donde lo llamaban .Era un hombrón de manos delicadas que inspiraba respeto. No movía músculo o hueso sin contemplar la luna porteña. Las lunas llenas, los cuartos y los menguantes determinaban la soldadura de un hueso o un dolor insoportable. Lo recuerdo con gratitud. El era heredero de los curiosos de la Huaca. En su casita de la calle Alianza de Paita se entretenía leyendo historietas en las que con sabia discreción me confesó que había aprendido a leer. Hoy estaré en Paita -cara a cara- con ese “Miguel Godos” antepasado viejo que en los meandros de la vida me inspiró a asomarme con una sonora y fresca alegría a mi tierra.
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