lunes, 25 de mayo de 2009

MAESTROS CARITA DE LENGUADO


Por: Miguel Godos Curay

Tengo en la Universidad Nacional de Piura un contingente de 96 alumnos en el curso de empresa periodística y 62 en el propedéutico curso que abre puertas a la comunicación social, 52 en historia del periodismo y 50 en un curso denominado democracia y periodismo. En estos tiempos de escasez de alumnos tenerlos es un privilegio. Un aula con alumnos es como una biblioteca con lectores o una iglesia con feligreses. Este semestre, en pleno ventisco otoño, surtieron efecto los pedidos del verano y las aulas amanecieron con ventiladores. Lo contradictorio es que por colocarlos en algunas aulas se recortó un metro y medio cuadrado de pizarra. Las puertas, las inquietas y sonoras puertas sin cerrojos se siguen batiendo perversamente y los servicios higiénicos (los viejos) cerrados con siete llaves despiden un hedor insoportable.

Últimamente en la UNP hay un vigoroso ritmo de construcción de aulas nuevas, pero no son para la facultad de educación que quiere acreditarse, ni para la escuela de comunicación, indigente y aplastada por el olvido. Pese a todo, el orgullo mayor nuestro es tener alumnos. Alumnos a los que queremos persuadir apasionadamente en el genuino sentido de lo que es la universidad. A que deben criticarlo todo pero con argumento incluyendo a sus maestros. A que no hay tiempo que perder. A que hay que leer para pensar y escribir correctamente. A que deben reclamar todo aquello que se les niega. A que deben sacudirse de esa costra estudiantil comedida, mafiosa y sin sinvergüenza que todo lo negocia por el disfrute gozoso del poder.

Nuestro mayor regocijo es tener audiencia. Tener oídos que oyen y penetrar en el interés humano para que estos jóvenes recién ingresados a la universidad no se fatiguen pronto escuchando más de lo mismo. No podemos desilusionarlos ni provocarles esa crisis lastimosa de la decepción irrespetuosa y vergonzosa que provoca el descubrir que sus profesores no son lo que se esperaba que fueran. Ellos son el capital humano que tenemos. Su asombro no tiene límites. Les brillan los ojos, proceden de diversos lugares de Piura. Y en su presentación dijeron “soy de Paita”, “venimos de Talara”, la más entusiasta dijo: “vengo de Huancabamba la bella la ciudad que camina”. Otros vienen del Alto Piura y de Ayabaca.

Entre todos ellos. Hay dos alumnos que nos han tocado las fibras interiores y nos dan garra. Una que dijo que no podía ponerse de pie en su presentación y otro, un jovencito valeroso, que con la ayuda de sus compañeros sube en su silla de ruedas hasta el aula acompañado por su madre. Su esfuerzo, ese esfuerzo humano de conducir esa silla de metal cuesta arriba las escaleras en brazos de todos, bien vale una universidad, digna, honesta y enorme. Una universidad consistente pero también resistente a los embates del canibalismo y los apetitos de poder.

La peor desgracia de un maestro es no tener alumnos y tratar de consolarse predicando a su propia y fatigada sombra. Su peor defecto el creerse la última chupada académica del mango. El no cambiar de piel para refrescar sus conocimientos tantas veces repetidos y nunca revitalizados en una era de profundos cambios y transformaciones. El creerse imprescindible confiado en su egoísmo pesetero y no decir todo lo que sabe para que nadie lo supere o el de pervertirse de tal modo hasta llegar a creer que la universidad es un gran negocio prostituyendo sin decoro su magisterio.

La mayor satisfacción de un maestro es el haber sido grano de trigo con el que sus alumnos elaboren la harina para el pan que nutre sus conciencias. Los discípulos quieren a rabiar a esos maestros que reconocen sus errores pero que son exigentes. Prefieren a los que tienen una vida y no a los que juegan a la carita de lenguado. Un rostro para la sonrisa y otro soterrado en el cieno y la inmundicia. Los quieren con una sola camiseta pues los que la cambian reiteradamente acaban en el otro equipo. En el equipo de los que pasan por agua caliente en la prueba ácida de la identidad y el respeto personal. Mejores maestros son los que aprenden todos los días, los que mueven a cada momento con su inteligencia lo que se quiere construir como un dogma de concreto. Un buen maestro es como un árbol que crece y despide oxígeno baja la copa frondosa de sus ramas. No sólo es hermoso para la foto. Sino que da frutos sin pedir nada a cambio.

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