Por: Miguel Godos Curay
Construcción del puente (1892) el registro fotográfico fue realizado probablemente por Enrique Brüning. Acopiada por Piura Nostalgia. |
El algarrobo, es símbolo de Piura, tiene raíces profundas porque busca el
agua del subsuelo y si la encuentra en la superficie húmeda por las conexiones
clandestinas de agua potable o las
filtraciones de las alcantarillas, se desploma. Las raíces alcanzan
profundidades que superan diez veces el tamaño de la copa foliar cuando el agua
está ausente. El verde brinda esplendor al tablazo lotizado entre Piura y
Paita. En previsión de estas caídas
repentinas en Brasil se emplea cemento como soporte de los árboles. En Piura,
se caen o se les tala salvajemente. De modo que al daño provocado por el
desplome se suma la insana mano del hombre.
En varios sectores de la ciudad la napa freática no es profunda. Hay agua
en la superficie a pocos metros. Una forma de controlar la humedad perversa es
plantar árboles como el algarrobo, el neem o
nimbo de la India, o el eucalipto
que con el cuidado de la poda oportuna
crecen produciendo un kilo de madera por cada cuatro metros cúbicos de agua absorbidos
por la planta. El neem, tiene gratuitos detractores, pero es la planta
medicinal más potente del mundo. Una especie de farmacia gratuita y ambulante
contra hongos, males digestivos, diabetes y saludable higiene. En la India es
la fuente del sano envejecimiento y por eso hervidas sus hojas las consumen
como un té de inmunidad al paso del
tiempo. Los zancudos detestan el neem.
La mayor parte de nuestros bosques de algarrobos, zapotes, faiques y palo
santo, son depredados por salvajes leñateros y carboneros que abastecen a las pollerías urbanas.
Destruyen, arrasan, pero nunca siembran. Refieren los viejos pobladores que ayer
se preservaban, sin talar, los palos santo y con diestros tajos juntaban
la goma para utilizarla como
espanta zancudos. Hoy los hacen pedazos y los venden en trozos los hierbateros
del mercado. El aroma fino de su incienso es intenso y penetrante y un aleja
zancudos en tiempos de lluvias. Cuando no, se utilizaba la corteza en los vestíbulos
de las moradas campesinas donde sutil y agradable se sentía su aroma.
Antes que apareciera el Senamhi y
los satélites meteorológicos nuestros abuelos utilizaban el al Almanaque de
Bristol el que leían con puntualidad al
detalle. Y en épocas de lluvias aprovechar las aguas del cielo para los
temporales, cultivos eventuales regados por las lluvias pero que son un alivio
de la economía familiar. De los temporales surgen el frijol caupí conocido como
“chileno”, la zarandaja y frijol de palo. Todos altamente nutritivos y acompañan
a las lisas ya abundantes en la laguna Ramón. En las aguas embalsadas de la
lluvia en el Bajo Piura aparecen camarones de río y langostinos.
Aún recuerdo un recorrido por La Arena en 1982 con la reportera Alicia Benavides de Caretas. Ella trajo en su morral algunas frutas,
plátanos y manzanas. Recuerdo que entre
los churres insomnes por la inundación repartió las bananas. Nos sorprendió el
gesto de los niños. Repartieron trozos
de plátano entre los pequeños. Los grandecitos se comieron las cáscaras con
dignidad. El hambre brotaba en los arenales remojados. En otros recorridos por
los pueblos inundados nos sorprendieron
con lisas asadas y langostinos propicios para cualquier hambre.
Aún recuerdo, los comensales de la lisa asada en mano sintieron que les arrebataban
la presa bajo de la mesa. Se trataba de un pelicano doméstico. Refería la
cocinera que sus hijos trajeron huevos
de las aves que poblaban la Isla Foca y
los colocaron a una pata echada en donde surgió ese portento de ágil
pico. Un pelicano doméstico. Belisario, en la margen izquierda de la carretera
Chiclayo es un portento de verdor de algarrobos genéticamente extraordinarios,
sarmentosos y enormes.
Los abuelos tributan su admiración
por la vida y se opusieron a la intención perversa de los yunces de carnaval. Bailen, beban y coman pero no nos corten un
árbol. Adórnenlos pero no los talen. En
Belisario abundan los hatos de cabras y en botellas colocadas sobre la arena fresca se conserva
la leche nutritiva. La leche de cabra es sabrosa en su composición química es
las que más se parece a la leche materna.
Las abuelas elaboran quesos y natillas, aprovechan la carne del cabrito en secos deliciosos y carne seca
para los chabelos. Aún recuerdo que el odontólogo de la acción cívica nos
advirtió que los niños del lugar tenían arcadas dentarias envidiables gracias a
la leche y el pescado salado de Sechura.
Cuando visité este pueblo enclavado entre las dunas del desierto no se
sintonizaba ninguna emisora de Piura. Ni siquiera chillaba la voz del desierto.
Sólo se escuchaba radio Delcar de Chiclayo. Y una llamada por celular requería
treparse con el dispositivo en la copa
de un algarrobo para alcanzar la señal. Y a todo pulmón las vianderas hacían
pedidos y encargos de compra en el mercado. La sed se abreviaba con chicha
fresca. El progreso había llegado con paneles solares. Gracias a la floración
de los algarrobos incursionaron en la apicultura y en la producción de miel. Las algarrobas de la estación se
conservaban secas en silos recubiertos
por arena. La lluvia en Belisario es vida, el agua del cielo hace brotar los
temporales. Mientras para la Piura urbana la lluvia es una tragedia en estos
rincones es vida, conexión con la naturaleza.
El cambio climático ha invertido la fórmula. El agua de la vida, por la
improvisación y el mal manejo de los presupuestos públicos, es el ingrediente
de una visión cataclísmica, corrosiva y destructiva. Antes, recuerda el
geógrafo don Gonzalo de Reparaz, citando al ingeniero inglés Alfredo T Sears que hacía estudios sobre regadíos el río era
un torrente de vida. Anota Sears: “El año 1875, cuando vino el río me coloqué
en el puente de Piura, que está siete a ocho metros de altura encima de su
cauce, para presenciar desde lo alto el espectáculo de su avance. La vista era
entretenida. A las cinco de la tarde se veía avanzar a
los que encabezaban a la muchedumbre; venían por una de las curvas del río
hacia el borde del primer barrio de la ciudad, seguido luego de miles de
personas; se oía la música de la banda que los animaba y se veía la línea de humareda de los cohetes de
arranque”.
“Sabíamos pues que el río había llegado. Llegó al puente a las siete de la
noche y las bandas siguieron tocando mientras el pueblo bailaba sobre el puente
y debajo de él toda la noche”. Más
adelante anota: “Y es así como el Piura
sigue su marcha triunfal desde Morropón
hasta las costas de Sechura, donde (triste es decirlo) toda esa riqueza y
gloria pasa de largo y se arroja en el océano”. El agua se pierde en la mar que es el morir como
diría el poeta. Estas crecientes que nos mantienen en vilo, con susto y miedo
por los desbordes equivalen a vaciar tres a cuatro veces la reservas de
Poechos -estimadas en 440 millones de
metros cúbicos- en el mar.
Es agua perdida irremediablemente. Hoy nadie recibe con bandas de músicos
al Piura. Las constructoras le temen, la
inversión inmobiliaria en zonas inundables languidece cuesta abajo. La
percepción ciudadana se resume en la
premisa: “a los expertos en la reconstrucción la boca se les hace agua por el
billete. Las inversiones son cuantiosas”. Tampoco tenemos una propuesta de
ingeniería hidráulica para almacenar este valioso recurso que se agota en el
planeta por la irreductible presión del
cambio climático. Y en Piura no está lejano el día en el que alguna
contagiosa cumbia chichera eleve sus notas con el “agua que das la vida porque
me matas a sorbos”. Así estamos.
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