jueves, 28 de noviembre de 2019

¡AY ESTA PIURA QUE SE VA!


Por: Miguel Godos Curay

La lepra del olvido y la incuria son el epílogo de lo que debió ser en su momento el Centro Cultural Mario Vargas Llosa  de Piura. Los ayer viejos muros del Colegio San Miguel y posteriormente recinto de la burocracia concentrada de la Dirección Regional de Educación lucen arruinados y por los suelos. Las paredes se caen y el saqueo de lo poco que queda ya empezó por los muros desplomados que dan al jirón Libertad. Ahí se instaló un museo de las artes gráficas con las viejas máquinas de la editora de El Peruano. Ahora es un refugio de punks que utilizan sus muros para sus turbias proclamas.

La Plaza Merino es también parte del latrocinio. La antigua placa de bronce fue arrancada de cuajo por las bestias y en su lugar se ha colocado otra de acrílico que no encaja con el conjunto. En sus inmediaciones se refugian indigentes  y pedigüeños que reposan a pata estirada. Cerca está la antigua iglesia El Carmen cuyos retablos también sufrieron el pillaje y el despojo. El anciano sacristán que cumplía la tarea de guardián fue alevosamente asesinado.

En esta casona en algún momento se exhibió parte de la pinacoteca municipal y sin que nadie responda hasta el momento fue sustraída la Condecoración del Sol del Perú  que legara a Piura el pintor Felipe Cossío del Pomar. Bajo la administración del Instituto Nacional de Cultura también funcionó ocasionalmente una librería la que como las flores de abril también desapareció. Poco o nada quedó. Abundan buenas intenciones  pero  son como las declaraciones de amor. Puro aire. La realización resulta imposible. Sin recursos económicos los esfuerzos para la restauración son imposibles.

Lo mismo sucedió con la casona Eguiguren  y otras construcciones de la calle Lima que ya no existen. Un día de esquizofrenia desaparecieron de las edificaciones en calles céntricas las placas en donde se recordaba el nacimiento de Merino, Sánchez Cerro, Eguiguren y  la misma casona de López Albujar.   Las placas pasaron a poblar el desván del olvido en el INC. La picota cumplió con el resto por mandato de la modernidad. Poco o nada nos queda de la Piura antañona por el regusto de traernos todo por los suelos.

No nos extraña que el viejo edificio de la Aduana de Paita y sus tradicionales callejones de balcones desaparezcan con ese falso sentido de progreso. El desmantelamiento perpetrado surte sus demoledores efectos. Fue así como en Paita  derribaron el viejo local del Municipio, talaron los algarrobos e hicieron de la tradicional Plaza de Armas un mamotreto irreconocible. Mientras unos preservan otros saquean y destruyen.

La arquitectura y la ingeniería han convertido en piscinas olímpicas las ciudades. El Chilcal, Ignacio Merino y las nuevas edificaciones cerca al río son y serán siempre el bocado apetecible de las aguas del Piura. La remodelitis  y la placitis aguda que padecen los alcaldes embelesados por el remedo modernidad es una práctica letal y peligrosa para nuestras ciudades. Ahí donde reina el cemento sobra el para que te cuento y el festín de la corrupción. Resulta sintomático, por ejemplo, que ahí en donde escasea el agua se erijan  fuentes para la contemplación de lo que a todos falta.

En Tambogrande, por ejemplo, en horas de sol resulta una penitencia buscar sombra porque a un alcalde imbécil se le ocurrió talar de cuajo los frondosos ficus del parque. En Sullana como dicen los fotógrafos que pueblan la plaza no hay agua ni para los caballos de palo que utilizan para perennizar la visita de los turistas  a la tierra del Chira. En Las Lomas resulta inaudito ver en el parque principal puentecitos sobre aguas verdes como los que exhibía la  Kumamoto de Fujimori.

Estamos abrumados de mástiles para izar el bicolor, la bandera regional, la bandera provincial y hasta la bandera distrital. Así como van las cosas pronto se izará bandera blanca para la chicha, roja para el frito y la ornada por tibias y calaveras de los piratas. Del bicolor patrio nos hemos proyectado a la precariedad huachafa de genuinos desmanes simbólicos. Otra natilla con coco, son la hemorragia de himnos con letras incantables para el melódico floro en todos los villorrios.

El capital simbólico es la capacidad que tienen los ciudadanos para construir una imagen territorial o cultural susceptible de ser proyectada en el espacio y el tiempo. Sin una apropiación del territorio y sus potencialidades nos comportamos como ciegos intentando ensartar la aguja por la púa. Otra pepa de palta  son nuestras instituciones muy dadas a la notoriedad medallera y después nada.

Podemos pasarnos el nuevo año conjugando el verbo condecorar en todos sus extremos. En realidad nos falta consistencia cívica y patriótica. Genuino amor por la tierra y sus expresiones culturales. Un compromiso más allá de las buenas intenciones por la cultura y el arte.  No nos resulte, por eso,  extraño que públicamente las autoridades de turno engatusaran al Premio Nobel Mario Vargas Llosa con el cuento del centro cultural que llevaría su nombre. Y que el escritor se comprometiera a entregar a Piura una de sus bibliotecas. Todo fue relumbrón para las fotos y burbujas de aire.


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