Por:
Miguel Godos Curay
La
lepra del olvido y la incuria son el epílogo de lo que debió ser en su momento
el Centro Cultural Mario Vargas Llosa de
Piura. Los ayer viejos muros del Colegio San Miguel y posteriormente recinto de
la burocracia concentrada de la Dirección Regional de Educación lucen
arruinados y por los suelos. Las paredes se caen y el saqueo de lo poco que
queda ya empezó por los muros desplomados que dan al jirón Libertad. Ahí se
instaló un museo de las artes gráficas con las viejas máquinas de la editora de
El Peruano. Ahora es un refugio de punks que utilizan sus muros para sus turbias
proclamas.
La
Plaza Merino es también parte del latrocinio. La antigua placa de bronce fue
arrancada de cuajo por las bestias y en su lugar se ha colocado otra de
acrílico que no encaja con el conjunto. En sus inmediaciones se refugian
indigentes y pedigüeños que reposan a
pata estirada. Cerca está la antigua iglesia El Carmen cuyos retablos también
sufrieron el pillaje y el despojo. El anciano sacristán que cumplía la tarea de
guardián fue alevosamente asesinado.
En
esta casona en algún momento se exhibió parte de la pinacoteca municipal y sin
que nadie responda hasta el momento fue sustraída la Condecoración del Sol del
Perú que legara a Piura el pintor Felipe
Cossío del Pomar. Bajo la administración del Instituto Nacional de Cultura
también funcionó ocasionalmente una librería la que como las flores de abril
también desapareció. Poco o nada quedó. Abundan buenas intenciones pero son como las declaraciones de amor. Puro aire.
La realización resulta imposible. Sin recursos económicos los esfuerzos para la
restauración son imposibles.
Lo
mismo sucedió con la casona Eguiguren y
otras construcciones de la calle Lima que ya no existen. Un día de
esquizofrenia desaparecieron de las edificaciones en calles céntricas las
placas en donde se recordaba el nacimiento de Merino, Sánchez Cerro, Eguiguren
y la misma casona de López Albujar. Las
placas pasaron a poblar el desván del olvido en el INC. La picota cumplió con
el resto por mandato de la modernidad. Poco o nada nos queda de la Piura
antañona por el regusto de traernos todo por los suelos.
No
nos extraña que el viejo edificio de la Aduana de Paita y sus tradicionales
callejones de balcones desaparezcan con ese falso sentido de progreso. El
desmantelamiento perpetrado surte sus demoledores efectos. Fue así como en
Paita derribaron el viejo local del
Municipio, talaron los algarrobos e hicieron de la tradicional Plaza de Armas
un mamotreto irreconocible. Mientras unos preservan otros saquean y destruyen.
La
arquitectura y la ingeniería han convertido en piscinas olímpicas las ciudades.
El Chilcal, Ignacio Merino y las nuevas edificaciones cerca al río son y serán
siempre el bocado apetecible de las aguas del Piura. La remodelitis y la placitis aguda que padecen los alcaldes
embelesados por el remedo modernidad es una práctica letal y peligrosa para
nuestras ciudades. Ahí donde reina el cemento sobra el para que te cuento y el
festín de la corrupción. Resulta sintomático, por ejemplo, que ahí en donde
escasea el agua se erijan fuentes para
la contemplación de lo que a todos falta.
En
Tambogrande, por ejemplo, en horas de sol resulta una penitencia buscar sombra
porque a un alcalde imbécil se le ocurrió talar de cuajo los frondosos ficus
del parque. En Sullana como dicen los fotógrafos que pueblan la plaza no hay
agua ni para los caballos de palo que utilizan para perennizar la visita de los
turistas a la tierra del Chira. En Las
Lomas resulta inaudito ver en el parque principal puentecitos sobre aguas
verdes como los que exhibía la Kumamoto
de Fujimori.
Estamos
abrumados de mástiles para izar el bicolor, la bandera regional, la bandera
provincial y hasta la bandera distrital. Así como van las cosas pronto se izará
bandera blanca para la chicha, roja para el frito y la ornada por tibias y calaveras
de los piratas. Del bicolor patrio nos hemos proyectado a la precariedad
huachafa de genuinos desmanes simbólicos. Otra natilla con coco, son la
hemorragia de himnos con letras incantables para el melódico floro en todos los
villorrios.
El
capital simbólico es la capacidad que tienen los ciudadanos para construir una
imagen territorial o cultural susceptible de ser proyectada en el espacio y el
tiempo. Sin una apropiación del territorio y sus potencialidades nos
comportamos como ciegos intentando ensartar la aguja por la púa. Otra pepa de
palta son nuestras instituciones muy
dadas a la notoriedad medallera y después nada.
Podemos
pasarnos el nuevo año conjugando el verbo condecorar en todos sus extremos. En
realidad nos falta consistencia cívica y patriótica. Genuino amor por la tierra
y sus expresiones culturales. Un compromiso más allá de las buenas intenciones
por la cultura y el arte. No nos resulte,
por eso, extraño que públicamente las
autoridades de turno engatusaran al Premio Nobel Mario Vargas Llosa con el cuento
del centro cultural que llevaría su nombre. Y que el escritor se comprometiera
a entregar a Piura una de sus bibliotecas. Todo fue relumbrón para las fotos y
burbujas de aire.
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