sábado, 24 de diciembre de 2016

GLORIA IN EXCELSIS DEO

Por: Miguel Godos Curay

Niño Dios, escultura policromada. Arte colonial.
Según la doxología  mayor (alabanza a Dios) del rito cristiano  “Gloria in excelsis Deo”, Lc 2-14 es la memorable letra del canto de los ángeles ante el recién nacido. El hijo de Dios encarnado. Altísimo viene de altura y es elevación en el sentido físico. Estar en la cima. Excelsa, es la superioridad inmaterial por encima de todo lo creado. La tradición navideña tiene entrañables y profundas significaciones. En la anunciación  el ángel Gabriel pronuncia un elegante piropo divino. “Dios te salve María llena eres de gracia”. La gracia es la hermosura espontánea. El candor de la belleza natural. En ella confluyen la naturalidad y la búsqueda del bien.

La palabra gracia en la doctrina cristiana admite varias significaciones. Gracia actual (auxilio ocasional dado por Dios).Gracia cooperante (gracia que ayuda a la voluntad a hacer el bien por encima de todo). Gracia de Dios (don natural que nutre la existencia). Gracia habitual (cualidad sobrenatural infundida por Dios en el espíritu. Gracia operante (antecediendo al albedrío, lo mueve y excita a querer y obrar el bien. Gracia original (el estado de inocencia). Gracia santificante (es la gracia habitual).

“El Señor es contigo y bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre….” La bendición no es otra cosa que colmar de bienes. Las abuelas y las madres del Bajo Piura y el ande piurano tienen la bendición en la punta de la lengua. Bendicen a los hijos que parten hasta los objetos útiles  de la casa. He sido testigo de la bendición del molino Corona recién comprado, del receptor de radio de pilas para que de buenas noticias y de las ollas de la escuela para que no falte el alimento. Se bendice la cumbrera  que sostendrá el techo de la casa en donde se guarece la familia. La maldición, el antónimo es una imprecación que tiene como desenlace el mal. Shakespeare, era un genio experto en conjuros y maldiciones. Macbeth, considerada su tragedia más turbadora y tenebrosa, es una maldición. Se revela ante nosotros  un alma llena de escorpiones.

En navidad, nada en apariencia es casual. La voz que viene del cielo es información que mana de la jerarquía celeste. El saludo navideño y la propagación de la buena nueva es comunicación pura y horizontal de la promesa salvífica. En las aldeas jíbaras del Cenepa se  entona este canto: “Dakunkut wetajum,/ Chicham  jkatajum/ belennum akiintujmaji / ajutpa uchiji” (Vayan a contarle a todos que el hijo de Dios ha nacido en Belén). Como señala José Luis Gordillo SJ no se trata de una navidad blanca en donde copos de nieve cubren los árboles sino de una navidad verde en íntimo contacto con la naturaleza. El color verde simboliza la vida frente a los arrebatos a la naturaleza. Los niños advierten que la amenaza para el verde son el gris del cemento y negro del asfalto. Ilusiones pervertidas del progreso.

El primer nacimiento fue una primorosa creación de Giovanni Bernardone (1182-1226) el popular Francisco de Asís, el santo ecológico, quien  en su peregrinaje  por las aldeas piamontesas construyó un portal y un pesebre para el niño Dios que los lugareños iluminaron con admiración. Con su representación, pobres y analfabetos, entendieron el mensaje de la salvación.  El gesto fue imitado en todas partes. El asno y el buey simbolizan la humildad. La humildad, advierte el diccionario, es una virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. No es humilde el que presume de lo que tiene y lo que no tiene. Se atribuye al buen Francisco esa frase que dice: “Recuerda que cuando mueras y te vayas de la tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido, sólo lo que has dado."

En la tregua de navidad de 1914, durante la primera guerra mundial las tropas inglesas y alemanas hicieron un alto fuego. De pronto los soldados conflagrados intercambiaron abrazos. Con lágrimas en los ojos dieron sepultura a sus muertos. Los adversarios se juntaron. Dicen las crónicas que llorando leyeron el Salmo 23.  “El Señor es mi pastor, nada me falta. Sobre pastos verdes me hace reposar,/por aguas tranquilas me conduce./ El Señor me da nueva fuerza,/me consuela, me hace perseverar./Me lleva por el buen camino,/por el amor de su nombre./Aunque camine por un valle oscuro/no temeré mal alguno porque Él está conmigo”. Otros recuerdan que este dia jugaron  partidos de fútbol. En este diminuto disfrute de la paz.

La navidad nuestra piurana y peruana es y será siempre un  derroche de alegría. Es bastante probable que la primera navidad en el Perú la celebrara en 1532 por el Capitán Blas de Atienza, primer alcalde de San Miguel de Tangarará, el otro alcalde nombrado fue Gonzalo Farfán de los Godos. Para la hueste perulera la natividad del Señor no era una ocasión para dejar pasar. Villancicos entonarían a viva voz evocando sus pueblos originarios. Bajo el cielo de Piura descansa el alma, diría el poeta, entre algarrobos verdes y arenas blancas.

Nuestras abuelas preparaban en  fogón tradicional chicha de maní y chicha morada en la que hervían las cáscaras de piña, con canela y clavo. El pan dulce de navidad tenía más parecido con las tortas de Huancabamba que  el panetón de caja reciente. El pavo tradicional engordado con maíz  y verduras por las abuelas. Embriagado con aguardiente y desplumado por toda la familia, previo aliño, ajos, comino, pimienta y ají se horneaba en la panadería del barrio. Otros acompañaban el cortejo de la fuente con plátanos de freír almibarados y camotes. Las fuentes de pavos, por turnos, desfilaban con su exquisito aroma penetrante por las aceras del barrio. Antes del  panetón estuvo siempre el señor pastel de fuente. El pastel respondía a la fórmula querendona de harina de trigo, azúcar, manteca de puerco y cascarones de gallina. Las abuelas ni en sus rabiosos arrebatos utilizaban la palabra huevo arrinconada en la quinchas de la genitalidad masculina.

No había cena navideña sin acudir la familia entera a la Misa del Gallo. En la Matriz o en los templos próximos al barrio. El mayor regalo era estar todos unidos. El perdón, era el acto más sublime de la navidad porque se redimían las viejas ofensas y las deudas pendientes. Una especie de amistoso  borrón y cuenta nueva, aderezado  con el compartir de confites y toda laya de dulces. Bombitas de manjar blanco, tortas de viento, arepas, acuñas pobladas de maní  y gofios recubiertos de harina de maíz. Los viejos,  con el molinillo para batir frotándolo con las palmas de las manos daban cuerpo al rompope. Se brindaba vinos sauternes y oportos tres piernas. Para morigerar la mantequita del pavo en anís bolo y Pisco Vargas que con ojeriza contemplaban algunos churres avezados.

El tema central de la conversa era el memorial de los ausentes y presentes. Mis vecinas en Paita, las señoritas, Gregoria y Mariana Coronado oraban a viva voz por los navegantes, los enfermos y los que estaban fuera de su hogar. Muchas veces, en plena celebración, llegaban de lugares ignotos los hermanos ausentes. Abel y Ricardo desde Panamá. El sargento Magán  de la Guardia Civil desde un puesto lejano de la sierra. Ramón con uniforme de acuartelado. Los universitarios de Trujillo y Lima transformados por esa valiosa experiencia humana de vivir fuera del hogar. Los partos navideños eran celebrados con suscripciones de todo el barrio para comprarle pañales de franela, nansú y chambritas. Los niños, pese a las numerosas proles eran esperados con cariño. Los tristes y abandonados recibían por generosidad ropa nueva.


La felicidad alcanzaba cumbres asombrosas con una bicicleta, un aro, un  trompo, un maromero y un bolero. Los tornos de carpintería eran la expresión viva de la producción indetenible de recreo con trompos valerosos de zapote con su cuerda de pabilo. No faltaban las propinas. Los sofisticados juegos electrónicos y las tarjetas de crédito no existían ni en la imaginación. Sin embargo, éramos felices. Con la misma sensación de beber agua fresca del caño. Sólo por navidad permitíamos un baño  que arrancaba esos mapas de moho en el cuello. La navidad nos quería limpios de cuerpo y alma. Se olvidaban las viejas disputas y esas aguerridas viejas de los comités femeninos del Apra y el partido socialista, arriaban banderas para celebrar la navidad del niño del pueblo. Después de todo no nos aplastaba la publicidad brutal, grosera y estridente. Teníamos un deslumbrante fervor por el Niño Dios. Por los Reyes Magos por las celebradas bajadas prolongación de inagotables jaranas con abundantes “miaditos del niño” . Y esas promesas inconsolables del perdón y esa recarga de pilas para ser mejores e infinitivamente felices.

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