Por:
Miguel Godos Curay
Niño Dios, escultura policromada. Arte colonial. |
Según
la doxología mayor (alabanza a Dios) del
rito cristiano “Gloria in excelsis Deo”,
Lc 2-14 es la memorable letra del canto de los ángeles ante el recién nacido.
El hijo de Dios encarnado. Altísimo viene de altura y es elevación en el
sentido físico. Estar en la cima. Excelsa, es la superioridad inmaterial por encima
de todo lo creado. La tradición navideña tiene entrañables y profundas significaciones.
En la anunciación el ángel Gabriel
pronuncia un elegante piropo divino. “Dios te salve María llena eres de gracia”.
La gracia es la hermosura espontánea. El candor de la belleza natural. En ella
confluyen la naturalidad y la búsqueda del bien.
La
palabra gracia en la doctrina cristiana admite varias significaciones. Gracia
actual (auxilio ocasional dado por Dios).Gracia cooperante (gracia que ayuda a
la voluntad a hacer el bien por encima de todo). Gracia de Dios (don natural
que nutre la existencia). Gracia habitual (cualidad sobrenatural infundida por
Dios en el espíritu. Gracia operante (antecediendo al albedrío, lo mueve y
excita a querer y obrar el bien. Gracia original (el estado de inocencia). Gracia
santificante (es la gracia habitual).
“El
Señor es contigo y bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito el fruto
de tu vientre….” La bendición no es otra cosa que colmar de bienes. Las abuelas
y las madres del Bajo Piura y el ande piurano tienen la bendición en la punta
de la lengua. Bendicen a los hijos que parten hasta los objetos útiles de la casa. He sido testigo de la bendición
del molino Corona recién comprado, del receptor de radio de pilas para que de
buenas noticias y de las ollas de la escuela para que no falte el alimento. Se
bendice la cumbrera que sostendrá el
techo de la casa en donde se guarece la familia. La maldición, el antónimo es
una imprecación que tiene como desenlace el mal. Shakespeare, era un genio
experto en conjuros y maldiciones. Macbeth, considerada su tragedia más
turbadora y tenebrosa, es una maldición. Se revela ante nosotros un alma llena de escorpiones.
En
navidad, nada en apariencia es casual. La voz que viene del cielo es
información que mana de la jerarquía celeste. El saludo navideño y la
propagación de la buena nueva es comunicación pura y horizontal de la promesa
salvífica. En las aldeas jíbaras del Cenepa se
entona este canto: “Dakunkut wetajum,/ Chicham jkatajum/ belennum akiintujmaji / ajutpa
uchiji” (Vayan a contarle a todos que el hijo de Dios ha nacido en Belén). Como
señala José Luis Gordillo SJ no se trata de una navidad blanca en donde copos
de nieve cubren los árboles sino de una navidad verde en íntimo contacto con la
naturaleza. El color verde simboliza la vida frente a los arrebatos a la
naturaleza. Los niños advierten que la amenaza para el verde son el gris del
cemento y negro del asfalto. Ilusiones pervertidas del progreso.
El
primer nacimiento fue una primorosa creación de Giovanni Bernardone (1182-1226)
el popular Francisco de Asís, el santo ecológico, quien en su peregrinaje por las aldeas piamontesas construyó un
portal y un pesebre para el niño Dios que los lugareños iluminaron con admiración.
Con su representación, pobres y analfabetos, entendieron el mensaje de la
salvación. El gesto fue imitado en todas
partes. El asno y el buey simbolizan la humildad. La humildad, advierte el
diccionario, es una virtud que consiste en el conocimiento de las propias
limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. No es
humilde el que presume de lo que tiene y lo que no tiene. Se atribuye al buen
Francisco esa frase que dice: “Recuerda que cuando mueras y te vayas de la
tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido, sólo lo que has
dado."
En
la tregua de navidad de 1914, durante la primera guerra mundial las tropas
inglesas y alemanas hicieron un alto fuego. De pronto los soldados conflagrados
intercambiaron abrazos. Con lágrimas en los ojos dieron sepultura a sus
muertos. Los adversarios se juntaron. Dicen las crónicas que llorando leyeron el
Salmo 23. “El Señor es mi pastor, nada
me falta. Sobre pastos verdes me hace reposar,/por aguas tranquilas me conduce./
El Señor me da nueva fuerza,/me consuela, me hace perseverar./Me lleva por el
buen camino,/por el amor de su nombre./Aunque camine por un valle oscuro/no
temeré mal alguno porque Él está conmigo”. Otros recuerdan que este dia jugaron partidos de fútbol. En este diminuto disfrute
de la paz.
La
navidad nuestra piurana y peruana es y será siempre un derroche de alegría. Es bastante probable que
la primera navidad en el Perú la celebrara en 1532 por el Capitán Blas de
Atienza, primer alcalde de San Miguel de Tangarará, el otro alcalde nombrado
fue Gonzalo Farfán de los Godos. Para la hueste perulera la natividad del Señor
no era una ocasión para dejar pasar. Villancicos entonarían a viva voz evocando
sus pueblos originarios. Bajo el cielo de Piura descansa el alma, diría el
poeta, entre algarrobos verdes y arenas blancas.
Nuestras
abuelas preparaban en fogón tradicional
chicha de maní y chicha morada en la que hervían las cáscaras de piña, con
canela y clavo. El pan dulce de navidad tenía más parecido con las tortas de
Huancabamba que el panetón de caja
reciente. El pavo tradicional engordado con maíz y verduras por las abuelas. Embriagado con
aguardiente y desplumado por toda la familia, previo aliño, ajos, comino, pimienta
y ají se horneaba en la panadería del barrio. Otros acompañaban el cortejo de
la fuente con plátanos de freír almibarados y camotes. Las fuentes de pavos,
por turnos, desfilaban con su exquisito aroma penetrante por las aceras del
barrio. Antes del panetón estuvo siempre
el señor pastel de fuente. El pastel respondía a la fórmula querendona de
harina de trigo, azúcar, manteca de puerco y cascarones de gallina. Las abuelas
ni en sus rabiosos arrebatos utilizaban la palabra huevo arrinconada en la
quinchas de la genitalidad masculina.
No
había cena navideña sin acudir la familia entera a la Misa del Gallo. En la Matriz
o en los templos próximos al barrio. El mayor regalo era estar todos unidos. El
perdón, era el acto más sublime de la navidad porque se redimían las viejas
ofensas y las deudas pendientes. Una especie de amistoso borrón y cuenta nueva, aderezado con el compartir de confites y toda laya de
dulces. Bombitas de manjar blanco, tortas de viento, arepas, acuñas pobladas de
maní y gofios recubiertos de harina de
maíz. Los viejos, con el molinillo para
batir frotándolo con las palmas de las manos daban cuerpo al rompope. Se
brindaba vinos sauternes y oportos tres piernas. Para morigerar la mantequita
del pavo en anís bolo y Pisco Vargas que con ojeriza contemplaban algunos
churres avezados.
El
tema central de la conversa era el memorial de los ausentes y presentes. Mis
vecinas en Paita, las señoritas, Gregoria y Mariana Coronado oraban a viva voz
por los navegantes, los enfermos y los que estaban fuera de su hogar. Muchas
veces, en plena celebración, llegaban de lugares ignotos los hermanos ausentes.
Abel y Ricardo desde Panamá. El sargento Magán
de la Guardia Civil desde un puesto lejano de la sierra. Ramón con
uniforme de acuartelado. Los universitarios de Trujillo y Lima transformados
por esa valiosa experiencia humana de vivir fuera del hogar. Los partos
navideños eran celebrados con suscripciones de todo el barrio para comprarle
pañales de franela, nansú y chambritas. Los niños, pese a las numerosas proles
eran esperados con cariño. Los tristes y abandonados recibían por generosidad
ropa nueva.
La
felicidad alcanzaba cumbres asombrosas con una bicicleta, un aro, un trompo, un maromero y un bolero. Los tornos
de carpintería eran la expresión viva de la producción indetenible de recreo con
trompos valerosos de zapote con su cuerda de pabilo. No faltaban las propinas.
Los sofisticados juegos electrónicos y las tarjetas de crédito no existían ni
en la imaginación. Sin embargo, éramos felices. Con la misma sensación de beber
agua fresca del caño. Sólo por navidad permitíamos un baño que arrancaba esos mapas de moho en el cuello.
La navidad nos quería limpios de cuerpo y alma. Se olvidaban las viejas
disputas y esas aguerridas viejas de los comités femeninos del Apra y el
partido socialista, arriaban banderas para celebrar la navidad del niño del pueblo.
Después de todo no nos aplastaba la publicidad brutal, grosera y estridente.
Teníamos un deslumbrante fervor por el Niño Dios. Por los Reyes Magos por las
celebradas bajadas prolongación de inagotables jaranas con abundantes “miaditos
del niño” . Y esas promesas inconsolables del perdón y esa recarga de pilas
para ser mejores e infinitivamente felices.
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