Por: Miguel Godos Curay
Mi padre Juan José Godos Atoche. |
Siguiendo el mismo derrotero
de mi padre la vida me condecoró de abuelo. Sin embargo, no dejamos de evocar
esa heredad genética. Mi abuelo don José de la Rosa Godos Hernández, mi padre
Juan José Godos Atoche. Si algo los distinguía era ese instinto por la letra
escrita y las notas del diario La Industria de la que fueron suscriptores hasta
que desapareció. Del silabario Mantilla de la escuela de barrio a las páginas
del diario no había lejana distancia. El pequeño breviario tenía viñetas indescifrables que a pesar de
todo desbordaban la imaginación. La palabra kalmuko, correspondiente a la k.
Era un enigma indescifrable. Según el Drae: el gentilicio sustantivo Kalmuko o
Calmuco Corresponde a una persona: De un pueblo mongol establecido en Rusia, en
la zona del curso inferior del río Volga Aún no se había inventado el colorido libro
Coquito. Y los jardines de la infancia eran un caro anhelo.
Las primeras letras las
aprendimos en la escuelita del barrio, repitiendo la lección en voz alta y
utilizando pizarrines rayados con lápiz de grafito. Los papás entonces tenían la
costumbre de quitarse el sombrero para el rezo del Ángelus. Y a mirar el reloj
genovés de la iglesia San Francisco de Paita. Mi padre obrero me iluminó con la
yesca de la lectura. Gracias a él me pertreche de la biblioteca peruana de
Peisa. Desde su aparición tuve lectura semanal, él compraba los libros y los
dejaba junto a mi cama. No faltaban los periódicos de Piura y Lima los que se
agenciaba en misteriosos itinerarios preservados con pasión por la letra
impresa. Fuimos afortunados de la lectura. Atesoramos libros con ternura.
Otra de sus fascinaciones
persistentes fueron las plumas fuentes de tinta. Las tuve desde que decidí
escribir como premio. Varias me fueron robadas o nunca devueltas por el prurito
malvado y la envidia por la letra. Hasta hoy escribo con tinta líquida Parker
es un sutil homenaje a ese viejo tan curiosamente inescrutable. Contador de
historias con un castellano sin estridencias pero siempre vigoroso. ¡Este
sujeto es un carcamán!, era su frase lapidaria para mostrar su antipatía por esos candidatos de
vanas pretensiones. Toda su vida
disfrutó de la compañía de sus perros en las frías rondas nocturnas. Eran
cafeteros como su dueño y puntuales en el desayuno. A ellos les hablaba como a
personas y los canes entendían sus palabras. Nunca le faltó su inolvidable
compañía.
Otras ocasiones decía: “No andes
en la vida como el cangrejo” El cangrejo no avanza siempre retrocede. En la
vida vas a encontrar, advertía,
cangrejos y cangrejas de todo tamaño y color. El paradigma se iluminó con la historia
tantas veces repetida de la cesta de cangrejos coreanos y la cesta de cangrejos
peruanos. Mientras unos se apilaban para salir de la cesta. Los nacionales, por
el contrario tiraban de las patas del que se esforzaba para que no salga.
En sus prédicas laicas
hablaba de la envidia. Según sus teorías no existe la envidia sana. La envidia
es y será siempre esa señora inescrupulosa que muerde honras e instituciones sin
comer. Le escalda el logro y el progreso ajeno. Los más envidian fortunas. Los
menos colecciones de arte, libros, alhajas y objetos que importan un
extraordinario valor emocional. Por eso la historia de Domingo Seminario
Urrutia tiene un fascinante encanto.
Seminario Urrutia tenía una
colección inimaginable de crucifijos de oro de todo tamaño, ceramios, pinturas,
esculturas, vajillas coloniales de plata pura. Cuando lo visitamos con Ana
Verde curadora del Museo América de Madrid develó todos sus misterios.
Conservaba las insignias militares, las hebillas, espuelas y las llaves de
palacio de gobierno, en oro puro, del
expresidente general Odría. Domingo, era
el último supérstite señor de las grandes haciendas costeras. Y sus potreros de
Huápalas se perdían en lontananza hasta Lambayeque. Un viejo de voz estentórea
que bebía whisky como en los tiempos
del esplendor algodonero de Piura.
Era un señor papá de viejo
cuño. Incursionó en la política por la Unión Nacional Odriísta. La Reforma
Agraria de Velasco, según su confesión, no le dejó ni la tierra de las uñas. Entonces
ensimismado y herido en el alma se refugió en su casona de dos aguas del jirón
Loreto para matar las penas en la contemplación de sus colecciones. Para
entretenerse jugaba partidas imaginarias en
un tablero de ajedrez con soldaditos de oro.
En este itinerario alucinado
he conocido a padres que con sus manos sarmentosas plantaron extraordinarias
semillas de progreso. Don Félix Aquino Valverde es el tronco de reconocidos artistas cataquenses: Teófilo, Oscar,
Manuel, Juan son los continuadores en la
escultura y en la pintura. Don Félix talló con sus manos en palo santo, cedro y
guayacán los venerados cristos de los villorrios del Bajo Piura. Esta tradición
artística de raíces populares se mantiene en cada uno de sus hijos.
Otro papá memorable es
el insigne maestro don Francisco Ramos
Seminario, pasión intensa por la palabra escrita y declamador en las aulas de
Lorca y Darío en donde dejó profundas
huellas. No sólo ejercitó el magisterio. Enseñó con el ejemplo de sus
convicciones cristianas. Buena madera. Buenos hijos. Pancho, Ubaldo, Yayo ,
Pepe, Chana y Milagros son herederos de
este tronco familiar del que puedo dar vivo testimonio. Ubaldo, un hombre tan
apasionado como su padre, hizo la carrera de ciencias de la información en la
Universidad de Piura. Posteriormente se hizo cura jesuita. De él guardo un
recuerdo vivo de experiencias incomparables. Lo escuché por teléfono poco antes
de partir y se me partió el alma. Con él, el periodismo de la calle se hizo un
rito para entender mejor, tras la rutina cotidiana, el caleidoscopio de la
vida. Padre e hijo eran uno indivisible. Una oración espontánea a flor de piel.
El viejo Sabas vivía sobre las aguas del mar de Paita en su
vieja chalana. Ahí por escasas monedas transportaba desde el muelle de El Toril
a los pescadores de las lanchas surtas en la bahía. Lo hacía con la fuerza de
sus brazos moviendo los remos. Algunas ocasiones lo acompañaban sus hijos. A su
chalana subían los churres para lavarse
las manos y la cara con agua fresca de mar. Otras ocasiones lata en mano
le ayudaban a achicar el agua que
filtraba por las hendijas de la
embarcación a cambio de un paseo. Otros grumetes aprendían a remar. No faltaban
las ocasiones en que el bote solitario era desamarrado y los improvisados
marineros se alejaban del muelle de El
Toril. Sabas iba al alcance de los
pasmados por la travesura y los traía de vuelta del temerario garete.
Entonces repartía a los
tripulantes, para balancear los pesos. Y repetía a viva voz a los improvisados
bogas: “Ojo al pito mano al breque”. El más pequeño conducía la caña iniciando
el retorno. Sus fascinantes lecciones sobre
cómo orientarse en la noche mirando las estrellas eran inolvidables.
Contemplando la luna se aprendían de memoria las mareas. En su humildad Sabas
era una enciclopedia viva que desanudaba misterios. Como aquel día en que
recogió una gaviota herida alcanzada por
un anzuelo. La curó, la tuvo como mascota en su bote hasta que pudo volar. La
vida es así, repetía. A los hijos hay que enseñarles a volar. El cielo les
pertenece.
Un padre es siempre un héroe
de dimensiones extraordinarias. Y el tiempo que transcurre con sus hijos es un
prodigioso recuerdo que no pueden derribar los años. Uno de mis alumnitos de la
escuelita rural de El Yumbe en Santo Domingo de Morropón cuyo papá tenía la
mano entumecida por un misterioso percance. Refería que este accidente se
produjo enfrentando a un león (puma) que le mordió la mano. Finalmente la fiera
fue derrotada por este hombre valiente. Esa era su historia personal. Más tarde,
otros niños de inaudita crueldad sincera, le dijeron, que su padre no había
enfrentado a ningún león y que la mano quedó atrapada en la rueda dentada del
trapiche donde molía caña producto de la
borrachera. El pequeño no sucumbió al desengaño pero lloraba inconsolablemente.
El héroe que hay detrás de cada papá tiene un monumento de orgullo y de valentía en la conciencia. Papá es mi
héroe favorito. Un viejo combatiente en mil y un batallas por la justicia y por
la vida. En memoria de él mi homenaje a esos papás que son la genuina energía que mueve al Perú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario