sábado, 8 de septiembre de 2012


CULTURA Y APARIENCIAS
Por: Miguel Godos Curay

Torito de Pucará estilizado obra del artista Víctor Delfín
Las actividades culturales tienen buen rédito cuando quien las  promueve y organiza no las utiliza para justificar el errático rumbo de una gestión pública. Ganar indulgencias con avemarías ajenas no es una buena estrategia para justificar lo que no se hace y aparentar lo que no se siente. La cultura se regodea con el manoseo político y la apariencia. De apariencias estamos hartos y mal acostumbrados. El Museo Vargas Llosa en el antiguo local del Colegio San Miguel fue otra de las apariencias para una noche accidentada de flash y bocaditos. El gesto y los anuncios finalmente quedaron en la nada. El ruinoso local que se desmorona a pocos  sigue abandonado y no hay proyecto que justifique lo que los cuatro vientos se anunció al escritor. La sensación  es  la de que nuestras autoridades buscan notoriedad para la foto. Después nada. Vargas Llosa, finalmente donó su biblioteca personal a Arequipa. Piura, sigue siendo  el paraíso de los cuentos  y la resbaladora de las desilusiones.

No nos extrañe por eso el frío en la inauguración de la muestra de Víctor Delfín en la Plaza de Armas. A la ceremonia le falto calor humano. Por eso lo que diariamente sucede en la Plaza de Armas  es la prolongación de ese afán de notoriedad para la foto muy parroquial, rupestre y piurano. Es el mismo rito del caballo de palo para retratar al engreído.  Todo el mundo se encarama en los caballos, el toro y hasta el  minúsculo piajeno. Nadie pregunta por el artista y el significado de su presencia en Piura. Pocos conocen que Delfín se batió  contra la dictadura de Fujimori. De quedarse las piezas del artista en Piura  con nuestras proverbiales exageraciones es probable que sean carcomidas por ese fetichismo de quedarnos con algo del artista. La cultura no nos toca  todavía por nuestro regusto por el ordinario esplendor de la huachafería.
No se piense que la percepción  de una mala gestión pública mejora con la pirotecnia y la cosmética. No es así. Podría venir a Piura un coro angelical  y la ciudad continuará insegura y desordenada. Igual sucede con las bibliotecas, el buen cine y la cortesía en la que se muestra la buena educación de un pueblo.  Piura urbanísticamente  poco tiene que mostrar. Los escasos monumentos de nuestra arquitectura republicana se dejaron caer por la incuria y la indiferencia de las instituciones responsables en salvaguardar nuestro patrimonio monumental.

Lo poco que se tiene  debe ser preservado. Sucede que la arremetida demoledora de los nuevos negocios e inversiones no respetan nada del pasado. Basta contemplar el cuadrilátero de la Plaza de Armas para darnos cuenta que el único monumento que preservamos los piuranos es la Catedral. Después todo es nuevo. Todo es cemento que no encaja con la prosapia de la ciudad.
A ello podemos sumar la destrucción monumental al norte y sur de la ciudad. Los nuevos edificios han aplastado las antiguas construcciones. Y las placas conmemorativas que recordaban las moradas de ilustres piuranos son hoy un relicario a la incuria y al abandono en el que se encuentra el patrimonio monumental de Piura. Son contadas las casonas que se preservan  pues la mayor parte de ellas acabaron derruidas a vista y paciencia de todos. El mismo olvido encontramos en los puentes del que sólo nos acordamos en las crecientes del Piura.

Piura crece despojada de identidad. En la mayor parte de las urbanizaciones los árboles son talados salvajemente para que se luzca un negocio porque no nos importan las áreas verdes. En la propia Plaza de Armas en donde ayer abundaban los tamarindos y algarrobos. Hoy pocos árboles se mantienen en pie y nadie se ocupa de ellos. En cambio los huecos  en las calles se mantienen sin que nadie se ocupe de hacer de Piura una ciudad propicia para el caminar y contaminar menos. Si a estos atropellos sumamos los chillones carteles que promocionan eventos bailables atropellando el ornato podemos concluir  que falta en nuestras autoridades amor por la ciudad y sus habitantes.
El amor por la ciudad es un valor cívico que pondera el aprecio de los ciudadanos por el lugar donde viven. La ciudad, se puede observar, queda  en las tardes llena de basura que abandonan céntricos establecimientos comerciales que nadie sanciona. Hay rincones de Piura que han perdido su tradicional aspecto para convertirse en peligrosos recovecos  por donde se desplazan elementos de mal vivir. La seguridad ciudadana sigue siendo un problema. Se habla de videocámaras para la vigilancia y alerta ciudadana. Sin embargo. Como todas las promesas incumplidas no hay cuando se convierten en una realidad que podamos agradecer a nuestras autoridades. Por el contrario los diarios dan cuenta diariamente de la poca seriedad con la que se maneja la inversión pública. Sin que las protestas ciudadanas sean escuchadas y acogidas. Nuestras autoridades concluyen un año de gestión con nota  desaprobatoria. Ese es el sentir de todos los piuranos.

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