domingo, 16 de mayo de 2010

¿COMO ENSEÑAR PERIODISMO?


Por Miguel Godos Curay

La enseñanza del periodismo no puede ser un ejercicio de memoria o un jarabe de lengua. Lo que de memoria se aprende se olvida a la vuelta de la esquina. El periodista necesita nutrirse de experiencia humana fresca. De conocimientos que cambian cada minuto. De un ideal de belleza por encima de ese afán exhibicionista en el que se sumergen los huachafos.

De un sentido de la ética profundo y la convicción de no poder saberlo todo. Un periodista no es un juez ni debe ser juez para poner en entredicho las acciones de otros o la vida de otros, ni moralista a rajatabla como un cura, ni creerse por vanidad la última chupada del mango. Como bien sostenía Max Mogollón en sus tertulias de café, en Correo de Lima. En política, bien sabe el periodista, que los que hoy están arriba anochecen pero no amanecen. Por eso, escribe siempre, pisando tierra. Nunca opines por apariencias. Ni oigas los cantos de sirenas. Bebe de las fuentes y cultívalas. No es buena la vanidad. El periodista vale lo que su inteligencia pero por encima de su capacidad está su integridad ética. Ni grande con lo pequeños ni sumiso con los grandes. Todo poder es transitorio y efímero. El viejo Max decía de Mario Castro. “El zambo Castro Arenas es veleto porque es inteligente y v brillante”.

Del regente Asencios, en los talleres, de Garcilaso en Lima. Aprendí que nadie nace sabiendo. En la vida todo se aprende. De Ronald Coloma me quedó claro el parentesco del periodismo con el buen pisco y la bohemia. Un buen periodista es un conversador inagotable de historias. Es un ser humano audaz. Ronald vestido de peluquero y acompañando a Silvio Coffiure entrevistó en el Aeropuerto a la señora de Gaulle. De nada sirvieron los cordones policiales. Un periodista que no rinde culto a la palabra que no devora un buen libro y no siente el éxtasis que provoca una buena frase. No pertenece a esa cantera de los adictos a la tinta y el papel. Es un vulgar comején de las redacciones pero no más.

Lección impecable nos enseñó Laureano Carnero Checa que acompañaba al Embajador de los Estados Unidos a visitar Tambogrande. Laureano se dedicó a probar secos chavelos rociados de espumante clarito, recorrió ramadas y abandonó el cortejo de la prensa que seguía a la comitiva diplomática. Finalmente a la vera de la carretera a Piura el propio Embajador detuvo su auto y recogió al periodista. La entrevista exclusiva de “Casacarita” Carnero Checa sobre carnudos temas políticos en Perú y Cuba dio la vuelta al mundo. El periodista genuino no se confía en la grabadora. Sino en su papel y lápiz. En la reproducción exacta de la escena. Sus cinco sentidos están puestos en la noticia. En el extraordinario valor humano que encierra una primicia. Sin primicias los diarios son más de lo mismo.

Con Enrique Chirinos Soto y con Luis Alberto Sánchez. Aprendí dos cosas. Hay entrevistados a los que hay que mirar y citar como los toros Miura. Primero hay que pulsearlos con preguntas incitadoras para calentar cuerpo y después conducirlos por los temas en los que desgranan sus polémicos puntos de vista. Enrique Chirinos, saboreaba el castellano y la gustaba oír la sonora y musical expresión piurana. LAS era erudito. Si le demostrabas que conocías el tema y le preguntabas con propiedad tenías la faena hecha. Lo entrevisté una media docena de veces. Y guardaba memoria de cada una de las ocasiones en las que lo frecuenté.

Sin duda que hay talantes extraordinarios. Son personajes memorables que provocan la sensación de estar con la sabiduría cara a cara. Fue lo que me sucedió con la doctora María Rotsworowski Diez-Canseco en el Archivo Departamental de Piura. Aprendí de las cacicas capullanas, en los matriarcados tallanes con los expedientes judiciales en mesa. Narihualá Sechura y Punta Aguja. Doña María es una señora culta de fácil palabra y amena para enseñar. Cuando le dije “doctora” me dijo que lo era para sus amigos. Era una estudiosa autodidacta.

Puedo dar fue de Augusto Tamayo Vargas, Gonzalo de Reparaz Ruiz, Vicente Tauro del Pino, José Pareja y Paz Soldán, Vicente Rodríguez Casado, Luis Enrique Tord, César Gutiérrez Muñoz gracias a la facilidad que nos brindó la UDEP. Con el historiador José Antonio del Busto Duthurburu recorrí las iglesias de Colán y Sechura valiosas joyas de la Piura colonial. Durante mis cinco años de estancia en la sierra de Morropón frecuenté la tertulia de José Sabogal, Sinesio López y de Juan Mac Kniff, un sacerdote agustino expulsado de Cuba cuya causa de canonización marcha por buen trecho. Todo ello gracias al periodismo.

He tenido oportunidad de amistar con Guayasamín, a quien los amigos de lo ajeno despojaron de su pasaporte en Piura y participé al lado de Rigoberta Menchú en el homenaje que en su casa de Quito le tributó la América indígena. He tenido el privilegio de conversar con Fidel Castro, recorrer Quito con Rodrigo Borja Cevallos mandatario ecuatoriano. Y acompañar durante 1983 en un viaje en helicóptero a Tumbes al presidente Belaúnde. Y aunque parezca mentira cuando don Alberto Fujimori era un entusiasta chinito que encandilaba multitudes lo acompañe con curiosidad en todas sus actividades en Piura.

No me perdí las exequias de Haya en Trujillo. Y pude contemplar el final de Velasco Alvarado. Cuando todo el mundo la emprendió con denuestos contra Delfín por su polémica paloma de la paz. Lo defendí con convicción serena. Me conmoví periodísticamente con la visita de Juan Pablo II a Piura y me pareció extraordinaria la iniciativa de Juan Ricardo Olaechea para pedir que el Santo Padre viniese a Piura. Creí junto a Pepe Aguilar y Manuel Dammert, de orillas políticas opuestas, que las grandes causas no perecen por el miedo y que la lucha por la Defensa del Canon Petrolera aún no acaba.

Confieso que el periodismo es una pasión que sólo se aprende apasionadamente. Cada línea que se escribe, cada palabra que se pronuncia, cada imagen que se capta son historia pura. Algunos acontecimientos irrepetibles quedan registrados para la inmortalidad. He sentido sobre mi camisa beig correr la sangre de un policía herido en un millonario asalto al Banco de la Reserva. Las balas nos silbaban por la cabeza recorriendo los grises farallones de Paita con el historiador Juan José Vega en pos de los restos de Manuelita Sáenz. He caminado muchas noches insomnes por caminos de la sierra. No he dejado de vivir con verdadera adhesión por el periodismo un día de mi vida.

Por eso el periodismo requiere coraje. La holganza de la oficina. La sopita caliente. La comodidad muelle, la adulación gratuita no van con el periodismo. Algunos te admiran otros te odian por puro odiarte. Como si quisieran arrebatarte tu modo de mirar las cosas. Tu modo de contemplar el mundo. Y hasta el propio desenfado para tratar asuntos tan sorpresivamente inesperados como los menudos acontecimientos políticos.

El periodismo, queden advertidos los apóstoles de este oficio, es un oficio de larga data. Pero no es el oficio más antiguo del mundo. No confundan. Nuestra conciencia, nuestras convicciones, nuestra lealtad no están en venta. No se piense que los periodistas han nacido para ser los primeros en las listas institucionales de la caridad política. No es así nuestro tesoro más valioso es la dignidad. Fieles al pensamiento mariateguiano nuestro combustible son las ideas. La ilusión de una patria educada en la que el pan se reparta y comparta con todos. El sueño de trabajo digno para los hombres y mujeres dueños de este país socavado por las corruptelas.

Algunas veces nos cansamos de explicar a nuestros hijos que en esta batalla desigual de los malos contra los buenos resplandece siempre la justicia. A veces nos asalta la sensación que los corruptos ganan por goleada y no es así. Lo bribones, los malvados, los sinvergüenzas, los depredadores tienen las horas contadas. Finalmente emergen con nuevo brío y energía hombres y mujeres que creen en el Perú que desean para sus hijos y los hijos de sus hijos un mundo de realizaciones y oportunidades. Esta fe. Esta religión cívica se llama periodismo. El periodismo permite atisbar el futuro posible entre el canibalismo en apariencia imposible de los que no tienen ni patria ni bandera. El periodismo sino se enseña con pasión. Es puro meneo en una academia de baile. El periodismo es garra, sentir el fuego y la alegría intensa que provoca una cumbia en el cuerpo como puntualiza García Márquez. Y si quieres escribir sobre esa cumbia interminable que es la vida. Apréndela a bailar.

No hay comentarios: