Por: Miguel Godos Curay
M-a-m-á, ma-má, Amo-a-mi-ma-má,
mi-ma-má-me-ama, mi-ma-má-me-mi-ma son las fórmulas de ternura que repetimos al
abrir alucinados los ojos en la escuela. El reviejo silabario Mantilla empieza
con esas fórmulas elementales del saber. Al repetir de modo interminable esas sílabas mágicas nos
conectamos con esas miradas y esas manos que nos llenan de vida y de ternura.
Ella inventó el peinado con raya. El beso que nos convierte, siendo pequeños,
en la más excelsa grandeza de su maternidad. Brotan los recuerdos de esa legión
de abuelas, madres viejas y madrecitas tiernas
que con celo asombroso acomodan los pañales y las camisitas de
nansú del crío por venir. Oran en
silencio, tienen la mente y el corazón puestos sobre el huésped de sus
entrañas.
Heroínas no condecoradas, valerosas
y fuertes contra el dolor. Madres campesinas entregadas al trabajo diario.
Madres artesanas tejiendo paja toquilla en la necesidad se hacen grandes. Madres
y maestras inolvidables de las primeras letras.
Madres nobles con simples gestos transmiten el don de la alegría. Madres
que lucen con orgullo el fruto de su vientre. Madres generosas con solo el
tic-tac de sus latidos enseñan el supremo valor del reloj de la vida.
Madres sufridoras con estoicismo
soportan el dolor de la ausencia. Madres que dialogan con el silencio en su
soledad enorme. Madres que con sus
palabras te llenan de valentía para arremeter con energía emprendimientos
imposibles. Madres sabias que aconsejan en el camino de la vida para que puedas
volar.
Madres doctoradas en economía
estiran, para que alcance, los pocos
soles en el mercado. Madres expertas en la cuchara de palo distribuyen con equidad los potajes de sus
fórmulas inolvidables. Madres sublimes transforman la creación en grandeza. Un
hato de recuerdos de su presencia nos acompaña siempre. Su sonrisa nos desarma
frente a las mentiras cotidianas. Sus intuiciones geniales marcan el rumbo hacia
el futuro de cada uno de sus hijos. No tienen vacaciones pues hasta en el día
de las madres se empecinan en parar la olla. Y si la contradices te repetirá a
boca de jarro que sus ingredientes no los tiene ni el mejor chef del planeta.
Su vida es una película de los
tiempos en que el colodión era la materia prima de los estrenos del cine de
barrio. El cine de hoy no tiene rollos ni fotogramas. Al cine virtual desteñido
le falta el esplendor luminoso de los
proyectores de carbón de nuestros abuelos. Cada foto, cada retrato de mamá es
un recuerdo entrañable e inolvidable. Siempre hemos sentido a las madres ausentes siempre presentes en la
mente y el corazón de sus hijos.
Escribimos, entrada la noche, con el
frescor que conjura las lluvias. Una legión de abuelas y recuerdos nos
acompaña. Mamá supera todas las distancias. Sus caricias en la noche son
patentes. Su mirada es el atisbo de una estrella solitaria llena de sentido en
nuestra existencia. Nuestros balbuceos de niños son un poema a la felicidad en el corazón. Las aguas
cristalinas humedecen las invernas con su aliento de vida es la viva e
incondicional adhesión a cada uno de sus críos. La madre es un atributo de la
vida. La prolongación de la herencia genética. La interpretación al pie de la
letra del mandato de Dios.
Madres que envuelven con sus sueños
los tamales. Y escogen los granos de arroz escribiendo historias. Madres que
echando el agua hirviendo a las cafeteras llenan de energía las gotas de la
esencia retinta. Madres que no duermen cuando tú descansas cuidando tus sueños.
Madres que en la soledad de los estantes de las bibliotecas organizan la fiesta
de las ideas. Madres combativas por las causas justas eruditas en Derechos
Humanos. Madres memoriosas que conjuran el
olvido hablando solas. Madres que tejen la media de los sueños de sus
nietos.
Nuestra existencia es una partitura
que interpreta su música con la sutil
inteligencia de su voluntad. Ahí se aprenden las primeras lecciones de
honestidad. La valentía y el coraje para hacernos grandes ante todas las dificultades.
Las madres tienen vocación angélica, su presencia en apariencia imperceptible,
agita la vida misma en el momento de las grandes decisiones. Su intuición
misteriosa lo percibe todo a pesar de la distancia y las ausencias. Este país
le debe todo. Atenderlas es obligación constitucional elemental.
Advierte la neuroquímica que todo el
afecto maternal es producto hormonal de
la oxitocina que produce el cerebro. La oxitocina es la hormona del amor, de la
calma y la ternura y facilita estas condiciones estimulando el útero al final
del embarazo. Su poder es enorme y se le denomina la hormona de la confianza.
En una persona con altos registros de oxitocina brota la honestidad. Su
ausencia refleja proclividad a la falsedad, el engaño y la desconfianza. En las
madres abnegadas y previsoras hay una buena descarga de oxitocina. Y sólo se
inhibe ante eventuales amenazas protegiendo al no nacido en el vientre.
Los niveles de la oxitocina en las
madres gestantes dependen de su
interacción con otras hormonas como los estrógenos, la dopamina, serotonina,
prolactina y endorfinas. La prolactina garantiza la nutrición maternal
alimentaria y afectiva. Transmite
seguridad a la madre y eleva la confianza del neonato. La dopamina activa el
mecanismo de las recompensas, la felicidad y la satisfacción. Por eso en las
madres que viven en condiciones precarias, pese a las carencias, brota la
felicidad. Lo que muchas veces no se alcanza en la abundancia material. Las
endorfinas son analgésicos naturales procuradores de bienestar. Hace fuertes a los
débiles. Oxitocina, para la gratitud
humana, se escribe con “m” de mamá.
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