jueves, 1 de mayo de 2025

CRÓNICA DE UN 1º DE MAYO


Por: Miguel Godos Curay

Uno de los imborrables recuerdos con mi padre era el acompañarlo a la marcha y romería al Cementerio de Paita cada 1º de mayo. Él, sindicalista de memorables jornadas disfrutaba contento escuchando los discursos, los vivas y portando como estandartes las pancartas obreras. No faltaban las menciones a Luciano Castillo fundador del Partido Socialista y luchador infatigable en las memorables gestas petroleras en Talara para la conquista de las ocho horas de trabajo. El cortejo numeroso recorría las calles y callejones de Paita con sus distintivos sindicales y banderas rojiblancas. Con gritos a viva voz   y lemas ardorosos celebraban el 1º de mayo. Se colocaban ofrendas florales a los compañeros fallecidos en los percances portuarios y en las plantas industriales de productos del mar. Pronunciaban sus discursos conmemorativos los secretarios generales. Se sumaban los maestros, contingentes obreros, delegaciones campesinas del Bajo Chira.

El 1º de mayo era una fiesta cívica. Un compartir necesario, una celebración gozosa, una reafirmación y compromiso porque las grandes causas no perecen por el miedo. Mi padre fue un obrero de un talante humano extraordinario siempre puso en mis manos libros y periódicos los compraba de mañanita y los colocaba cerca a mi cama para que los pudiera ver y leer. Junto a los diarios el pan y tostadas calientes. Siempre lleno de historias y consejos escuchaba en su radio Saba y moviendo el dial: Radio Nacional del Perú, Radio Caracol de Colombia, La voz de los Andes de Ecuador y Radio Habana Cuba territorio libre en América. La prédica inflamada de Fidel siempre sonora y desafiante tenía su propia audiencia. El humor continental de los Chaparrines de Colombia. Las emisiones en inglés de la BBC y Radio Nederland en Holanda nos acercaban al mundo con inaudita curiosidad.

Era otro tiempo y momento para la letra escrita e impresa frente a la voz, la palabra sonora y la música de la radio. En aquellos tiempos se hablaba de la televisión como si las   imágenes   de las salas de cine se hubieran llevado a casa. Los receptores  de antena llegaron más tarde. El cine tenía su encanto propio en blanco negro y color. Conocías el mundo a fuer de ir puntualmente cada semana a los cines de la calle Junín:  Fox  y Grau con estructuras de madera y tufillo de rincón de fumadores. Los espectadores aplaudían “al joven” cuando rescataba a “la muchacha”. Ríos de lágrimas se desbordaban con esa madre y abuela amorosa caracterizada por la inolvidable actriz mexicana doña Sara García. El humor exultante de Mario Moreno Cantinflas en las películas era para destornillarse de risa. Tenía siete años cuando fui por primera vez al cine de manos de mi abuelo. Tengo el recuerdo fresco de hace 61 años de esta experiencia iluminada. Paita de entonces era cinéfilo. Las noches eran propicias para espectar una buena película o disfrutar de las lacrimógenas seriales  mexicanas los concurridos “martes social”. Las butacas y las galerías eran de dura madera de cedro. Los concurrentes no se movían en la sala. Y su lugar era un rincón respetado conforme al aforo.

Los videos de hoy no tienen la magnificencia del cine de ayer.  La película se proyectaba en cinematógrafos con reflectores de carbón. La nitidez era irrepetible. En blanco y negro o en color. Los pájaros de Hitchcock era una película para verla en blanco y negro. El largometraje de Fleming: Lo que el viento se llevó, sobre la guerra civil americana deslumbraba en color por sus paisajes desolados y escenas  desgarradores, escenario de los romances de Scarlett O'Hara. Entonces había que pertrecharse de una bolsa con milanes y pasteles de la Pandería de Cruz siempre sabrosos  para las treguas en el umbral de la sala y mantenerse despiertos.

El cine era una portentosa magia porteña. Le daba vida a Paita y lo convertía en una pequeña urbe con entretenimientos democráticos y colectivos. Las plateas para los que tenían billete y cuello estirado. Las populares galerías de la cazuela brindaban una mejor visión al populacho sin que las cabezas vecinas impidieran disfrutar del espectáculo y las ocurrencias celebradas a boca de jarro de la película. Por supuesto, no faltaban al inicio de la película las viñetas  anunciando desde bicicletas Monark en la tienda de Orozco y productos de consumo masivo.

Elaboradas artesanalmente sobre vidrios coloridos son parte de esta historia. Después venían los reclames, anticipos de las películas de próxima exhibición. No faltaban los cortometrajes de El mundo al instante con noticias de Europa y América. Hasta que por fin empezaba la película. Las hazañas se aplaudían y las escenas de amor conmovían al público hasta las lágrimas. Todos los films pasaban por la censura que tijereteaba  escenas eróticas o diálogos ásperos contra la iglesia. Las escenas de calatas nunca aparecían. En la Junta Calificadora de películas, dependiente del Ministerio de Justicia y Culto, a decir de los expertos, repleta de curas y moralistas.

El cine de entonces era el mejor entretenimiento. Hoy han desaparecido las salas espaciosas para dar paso a ferias comerciales. El cine Teatro Grau fue consumido por las llamas en un siniestro en el que las maderas rociadas con petróleo para su conservación fueron pasto del fuego. El cine de ayer está en el último suspiro. Las películas que espectamos hoy no son de celuloide, caben en una diminuta memoria digital. Ya no hay motonetas cargando rollos de sala en sala. Sin embargo, pese a los adelantos tecnológicos la calidad no es la misma a no ser que la sala cuente con proyectores de buena iluminación y resolución.

El cine que nos abrió los ojos a esa magia maravillosa que mostraba la cuadriga del corcel de Espartaco o el prodigio del mar abierto en los Diez Mandamientos ya no existe. Los Transformers de la era virtual han recorrido hasta Machu Pichu. Las aventuras del cine de hoy, con contadas excepciones, son menús degeneradamente sangrientos o perversidades ocultas de todo tipo. La pornografía sutil lo invade todo, la violencia adquiere dimensiones inimaginables. Ya no es posible contemplar el mundo sino las desnudas desgracias terrenales. Hoy nos hace falta el grito de Tarzán rey de los Monos encaramado en las lianas de la selva o el rugido del león de la  Metro Goldwyn Mayer  para que nos despierte en este mundo despojado de imaginación.

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