sábado, 20 de junio de 2015

CARTA ABIERTA A PAPA


Por: Miguel Godos Curay

Mi padre fue un obrero paiteño  lo que no le impidió empujar a su prole hacia lo grande. No conoció fatigas y en las épocas de desempleo cultivó siete oficios. Una de sus extraordinarias virtudes era  su insobornable lealtad a sus perros. En eso le hemos heredado todos. Un perro, chusco o de raza, es un amigo leal siempre. El inventó los funerales caninos antes  que se convirtieran en producto publicitario. Otras ocasiones, nos dejaba estupefactos con sus relatos. Historias interminables sobre el pasado de Paita. No le rehuía a la cocina, a las cachemas y carne aliñada, a los bollos (tamales  de pescado) y a la especería aromática para mejorar el sabor de la carne de ballena. Realmente era una delicia en tiempos de carestía y de vacas flacas. Así con sabor conjuró el hambre.
Cuando ingresé a la universidad no tuvo reparos y junto a mamá fuimos a la librería en donde premió, mi logro, con la Historia General de América de Luis Alberto Sánchez. Años más tarde, en diálogo con LAS advirtió mi regusto por la historia y la estatura humana de este hombre ameno, conversador, generoso y sobretodo profundamente humano.  El me enseñó esa sentencia prodigiosa para quien quiera dragonear con garra en el periodismo. “No te sientas grande con los pequeños y desvalidos ni pequeño ante los grandes y arrogantes”. Antes  que irrumpiera Toffler con las tres olas.  Predicaba a viva voz  ese apotegma plenamente vigente  que sostiene: “Las  personas   no valen por lo que tienen sino por lo que saben”. Papá, sin leer a Toffler, sintetizó la tercera ola.
Otras veces, al retornar de sus fatigas muy temprano dejaba junto a mi cama, periódicos y los libros de Peisa puntualmente cada semana. Cuando le dijeron que era un sublimado lector de historietas en los kioskos . No se  arredró en decirme, contra la opinión sentenciosa de los deslenguados, que nadie se ha  muerto por leer. La lectura abre la mente, quien lee se asoma a mundos inexplorados por la imaginación, quien lee bien habla bien. Y así crecí con la confianza en los libros heredados de segunda mano. Los libros no penan en el  rincón contra la opinión de los crédulos y supersticiosos. Alentó en cuanto pudo mi curiosidad  por el mundo. El diccionario, la lupa, los binoculares, el reloj de cuerda y la incipiente fotografía fueron sus incondicionales estímulos para la adolescencia.
Nunca fue mezquino con el dinero, que no sobraba, ni con un buen cebiche, el atamalado de toyo  en el  Muelle Fiscal. Son prendas inestimables de su azarosa vida la costumbre gentil de llevar siempre dos pañuelos uno para limpiarse los ojos y el otro para el aseo de las comisuras de los labios. Prendas interiores, sólo de algodón, pantalones frescos de drill beige y camisas blancas almidonadas.  Nunca permitió que mi madre lave su ropa, era su tarea sabatina al rayar  el día. Su único defecto, si así puede llamarse falla de origen,  era el afecto por el oler bien. Las colonias eran de uso diario después de afeitarse con agua tibia.

Cuando me fui de casa para abrirme camino, realmente fueron muy estimulantes sus palabras sobre el profundo sentido de la familia unida. Aquella ocasión abordó el tema de la gratitud frente a su mayor enemiga, la soberbia. Su motivo de alegría siempre fueron sus nietos con los que intimaba a punta de antojos deliciosos. Sus bolsones de caramelos eran apreciados al igual que su reparto de propinas  hasta quedarse sin ningún cobre. Este rito humano le provocaba indecible alegría y enormes satisfacciones.
Cada vez que leo y pienso lo  recuerdo. Lo he sentido hablar al oído en la memoria. Monologando con sus perros. Algunos de ellos  tratados con proverbial cariño. A los que lo acompañaban en su guardianía, al filo de la madrugada, les daba una taza de café con leche y pan  caliente comprado en la misma panadería. Alguna vez sus eventuales amigos le pedían prestada la venturosa tacita de loza  y el repetía que no la podía prestar porque tenía dueño. Era la taza de Rusty, su perro favorito, compartida solamente a fuerza de muchas insistencias. Otra ocasión, recibió algunas latas de alimento importado para canes las que conservaba en su  casillero del trabajo. A fuerza de persistencia, en cierta ocasión entregó algunas de estas raciones de alimento canino a sus amigos. Pero se quedó  sin aliento cuando comprobó que los beneficiarios del canino potaje. Lo habían aderezado con cebolla y ají para celebrar  un onomástico.

Así era mi padre, vitalidad a manos llenas. Sereno y contemplativo en otras. Su mayor herencia fue la  educación de la tribu. Los detalles, los desprendimientos de lo que él más apreciaba. Una pluma fina, un paquete de tabaco aromático, un libro recién comprado. Me place el compartirlo porque en el día del padre este memorial es un homenaje para todos los papás. Su estatura humana es enorme y nos nutre todos los días. No fue un Superman pero lo supera con creces. Fue humano y ser humano importa perfecciones pero también defectos. No lo eximo. Fue mi padre por sobre todas las cosas y lo admiro como el churre que fui al contemplarlo  porque su grandeza sigue siendo inconmensurable.