domingo, 23 de septiembre de 2012


EL VALOR DE LA VERDAD

Por: Miguel Godos Curay

Ruth Thalía Sayes Sánchez,asesinada tras revelar su doble vida en la Tv.
La telebasura no ha encontrado mejor forma de responder a la dictadura del rating que desnudar inescrupulosamente la vida oculta  de personas a cambio de dinero. El valor de la verdad, es en efecto, un programa concurso, adaptación del programa británico Nothing but the Truth, y segunda versión del colombiano Nada más que la verdad en donde los participantes responden a una serie de interrogantes sobre su vida personal oculta y privada a cambio de dinero. El nuevo formato fue estrenado el 7 de julio de 2012, bajo la conducción de Beto Ortiz.

El concurso consiste en 21 preguntas que se formulan al participante las cuales debe responder con la verdad. Si lo logra recibirá como premio mayor el monto cincuenta mil nuevos soles. Las preguntas suben poco a poco de tono. Si el participante no responde con la verdad alguna de las preguntas se va del programa sin dinero. El participante pasa por el polígrafo (detector de mentiras) y responde alrededor de 150 preguntas, los resultados a través del polígrafo no los conoce ni el presentador ni el participante.

Fue en este programa que Ruth Thalía Sayes Sánchez, una joven universitaria,  confesó que trabajaba como bailarina en un night club, y que no era empleada de un call center, como había indicado a sus padres. La hasta hace unos instantes anónima jovencita sumergida por dinero en la sórdida vida de la refinada prostitución capitalina reveló su vida oculta. Detalles desconocidos por sus padres. En la pantalla una chinita nerviosa se muerde los labios. Un novio mueve las piernas con insistencia. Y unos padres desconcertados sucumben con asombro a las revelaciones de la desnudada intimidad de su hija.

También  confesó que tuvo sexo por dinero, ingirió en tres ocasiones la píldora del día siguiente y se consideraba bisexual, íntimas revelaciones por las que ganó 15 mil nuevos soles. Rut Thalía señaló en todo momento que se trataba de decisiones personales. Tras  sus confesiones los televidentes peruanos pudieron observar el rostro turbado por los sentimientos de inferioridad y vergüenza de sus padres. Cuando se desgarra la intimidad la propia autovaloración queda  afectada. En este extremo el arrepentimiento actúa como un consolador transitorio. El prestigio y la estimación están  hechos añicos.

Como advirtió Ruth Thalía: “Más que el premio quise sacarme ese peso de encima. No lo hice en mi hogar, porque sabía que me iban a botar (sus padres) y los hubiera perdido. Ahora quiero empezar de cero. Con Bryant (su enamorado, quien le acompañó en el set) nos estamos dando un tiempo, él me ha dicho que no quiere herirme con sus palabras y yo estoy esperando”. Sin embargo, desde ese momento  su vida personal se hizo cuadritos y no faltaron las llamadas ofensivas consecuencias de sus confesiones. La demolición moral surtió efecto. Unos instantes  de popularidad televisiva acabaron con su vida

“Mi mamá no tiene la culpa, yo soy mayor de edad y asumo mis errores y, si quieren agarrarse con alguien, que sea conmigo no con mis padres, que vengan y me lo digan, que no escriban cosas en las redes sociales. Ahora, aparecen tíos, primos y solo salen para criticarme, son hipócritas. La verdad no estaba preparada para todo esto, pero ya lo hice”, añadió Ruth Talía Sayas Sánchez.

Después de la arremetida de su entorno familiar. La joven concursante rompió con su novio. El drama se convirtió ayer en tragedia  cuando  Bryan Romero Leiva, hoy detenido, confesó a la policía que victimó a Ruth Thalía y arrojó su cuerpo a un silo en la comunidad campesina Viñas de Media Luna, en Jicamarca. El detonante del crimen fueron las confesiones de la joven  en la televisión.  35 años de cárcel  por homicidio esperan a Romero Leiva. Su vida desde el pasado 7 de julio día de la emisión del programa se convirtió en tormento y obsesión. Que un programa de televisión se convierta en la trama de una película de terror parece el desembalse de la intriga y el naufragio del gusto pervertido de  los televidentes alimentados por una programación obsesionada  por ser el basurero miserable de una perforada intimidad.

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