lunes, 6 de octubre de 2008

LAS VACAS SAGRADAS Y EL HILO DENTAL


Por: Miguel Godos Curay

El programa vaso de leche engorda a los proveedores. Aquellos que con la venta de enriquecidos lácteos manipulados en precarias condiciones higiénicas atiborran los almacenes municipales. Los bien nutridos son los alcaldes y funcionarios acostumbrados al “rompe manos” de estos sinvergüenzas con nombre propio que engatusan a las madres para que acaben eligiendo las hojuelas de quién sabe qué añadido para prolongar el hambre y la desnutrición infantil.

El programa vaso de leche tiene un propósito altruista: atender los requerimientos de los niños mal papeados. Si embargo, desde su creación ha nutrido en demasía a redes de mafiosos que se regocijan de que en el Perú haya más niños muertos de hambre. A ello sumemos los comités de administración elegidos por el gobernante de turno para pagar, con dinero del estado, el favor político electoral. Eso de la solidaridad humana, arroz con leche, es puro cuento.

Hoy el Vaso de leche es un bolsillo roto por el que se hacen polvo los recursos del Estado. Más barato resultaría entregar a cada comité de madres un hato de cabras para que ellas mismas ordeñen y repartan. Que conste que la leche de cabra, en su composición natural es la que más se aproxima a la leche materna. Es una leche altamente nutritiva y tolerada especialmente por los niños pues es hipoalergenica. No es como la leche en polvo “importada” que provoca en los chiquitines pobres diarrea y esa flatulencia insoportable con la que se aromatiza la miseria.

Gracias al vaso de leche crecieron las chupeterías y engordaron algunos inescrupulosos productores de natillas. Los bragueteros insoportables de los barrios pobres encontraron una razón para multiplicar la prole sin poner para el diario y la leche. Sobreviven una legión innumerable de tuberculosos y adultos que utilizando a la niñez obtienen diariamente una porción de aguada leche para el desayuno. Dicen también los vecinos que algunas coordinadoras, engordan más, porque se tiran la leche.

El colmo son los gerentes y coordinadores municipales que recorren los asentamientos humanos pesando churres y midiéndolos, centímetro en mano, para ver cuánto han crecido. La verdad es que siempre miden lo mismo y no crecerán porque no probaron, muchos días en la semana, leche y el estado terminó pagando la hojalata del tarro. ¿Cómo no van a estar desnutridos si con la ración de cuatro pequeños desayuna toda una numerosa familia? ¿Cómo no van a estar desnutridos si los padrones están “inflados” de falsos beneficiarios?

Ese negocio del vaso de leche ha servido para capitalizar a precio de hambre los negocios frescos de alcaldes delincuentes y regidores ávidos de teta. Por supuesto hay excepciones honestas. La única solución es la leche fresca: de cabra o de vaca. Pero siempre habrá que tener cuidado con las vacas sagradas de los municipios. Por eso no nos vengan a pintar numeritos, ni a mostrarnos tortitas estadísticas y a decirnos que los niños del Perú derrotaron el hambre y la pobreza.

Hay tantos cuentos no incluidos en el “Plan lector” que deberíamos empezar por aquel que repiten los alcaldes, que a la letra dice: “ Tengo una vaca lechera…no es una vaca cualquiera y la leche entregada es realmente tan aguada que por lo menos nueve de cada diez niños de sectores marginales tiene los dientes perforados por las caries. Muchos ignoran la escobilla de aseo y la menta de la kolynos pese a la recomendación entusiasta de la señorita que recuerda a cada rato: ¡Niñas usen el hilo dental!.

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